Tenía el pelo más bien largo, un espíritu rebelde y ninguna experiencia laboral cuando a final del verano de 1976 llamó a la puerta del Colegio Espíritu Santo de Ponferrada. La providencia se puso de su lado. “Le he dicho a Dios que el que el que me mande será bienvenido”, le dijo la hermana Saleta, directora de las Alemanas. Y así Javier Dueñas, que había empezado julio trabajando a pico y pala con Milocho para acondicionar el Estadio de Fuentesnuevas y repartiendo papeles de Silo Vega para pagar el regalo de una boda, se vio en septiembre, con apenas 19 años de edad, dando clase a críos de 11. “¿Quién es ese niño?”, le preguntó una madre a una de las monjas tras la primera reunión con las familias. Más de 44 años, casi 3.000 alumnos y ocho reformas educativas después, ahora con coronilla para añadir Zidane al apodo Juver entre algunos estudiantes, el profesor Javier deja las aulas con la satisfacción del deber cumplido y el lamento de haberse despedido sin el calor de los abrazos de sus compañeros.

Javier Dueñas (a la izquierda en 1978 y a la derecha en 2017). “Para los que dicen que sigo igual…”, bromea
“¿Quién es ese niño?”, le preguntó una madre a una de las monjas tras la primera reunión con las familias, recién llegado en el verano de 1976, el principio de una carrera en la que ha dado clase a casi 3.000 alumnos
“Soy maestro de vocación”, proclama sin ambages al hacernos repaso de una vida que comenzó en la calle Marcelo Macías del centro de Ponferrada, donde se habían asentado sus padres, zamoranos de origen. A diario jugaba al fútbol y al esconderite con los amigos del barrio. Los domingos tocaba excursión al río con algunas de esas familias como la de los Criado Fernández. “Y volvíamos en la motocarro de mi padre”, cuenta. Y es que su padre, que tenía una pescadería, multiplicaba los oficios para promocionar la formación de sus hijos. Javier estudió en San Ignacio. Y a su vocación se unió la facilidad de cursar Magisterio en Ponferrada, por lo que la elección resultó sencilla. Las circunstancias se aliaron luego para encontrar trabajo en un centro al que cada año se incorporaban en torno a 80 alumnos. Eran otros tiempos.
“Nuestra generación, la que se formó en la primera mitad de los años setenta, tenía un espíritu un tanto rebelde. Y aprendimos trabajando. Yo tuve la suerte de que me dieran libertad. Y me resultó muy gratificante”, dice quien llegó para dar clase de Sociales y Manualidades. Fuimos varias generaciones las que aprendimos a situar los ríos en los mapas mudos. Había que aderezar las clases con dosis de humor para hacer entender el mecanismo de las poleas en Pretecnología. Muchos recuerdan frases como aquella de “eres un chico alto, fuerte y robusto que da asco verte” al salir del encerado, una reminiscencia de sus prácticas en San Ignacio con Mariano, Víctor y Cándido. “La educación de ahora”, precisa, “no se parece en nada a la de antes. De aquella el contacto era bis a bis. Ahora se te va la vida en burocracia y programas”.
Los tiempos han cambiado tanto que ahora el conocimiento está a golpe de corrector de word y de búsqueda en google en aulas con pizarras digitales. “El principal problema es el espíritu de trabajo. A mí un examen no me dice gran cosa. Pero sí valoro que los chicos trabajen todos los días”, señala quien ha vivido, o sufrido, ocho reformas educativas en estos más de 44 años. “Y ninguna era educativa; todas fueron políticas porque se preocupaban más de los votos”, considera tras lamentar que la educación concertada “siempre se haya visto como el enemigo a batir” independientemente del buen ambiente que ha reinado entre los colegas en una profesión en la que la experiencia suma puntos: “Y hay compañeros que me preguntan que cómo hago para tener a los alumnos en silencio”.
“El principal problema es el espíritu de trabajo. A mí un examen no me dice gran cosa. Pero sí valoro que los chicos trabajen todos los días”, dice ahora que el conocimiento está a golpe de word y de google

De pie, a la izquierda, con barba, en una excursión con alumnos a La Granja de San Ildefonso en 1979

Con alumnos y una de las hermanas en una celebración religiosa con música

Javier Dueñas, en un aula del Colegio Espíritu Santo de Ponferrada, recién alcanzada la jubilación
Ahora que toca hacer evaluación, pone buena nota a la respuesta al reto que la pandemia puso a la educación con clases a distancia desde marzo y protocolos desde septiembre. “Yo tenía mucho miedo. Pensaba que a los quince días se iban a tener que cerrar los colegios. Pero está yendo todo mejor de lo que esperaba”, señala. Sí quedan asignaturas pendientes como la de haber forjado un club deportivo de entidad en Ponferrada resultante del entusiasmo que en los primeros ochenta dejó en el colegio campeones provinciales formados por Tony Iglesias y Rycardo de Paz en baloncesto, su hermano Miguel Ángel en fútbol sala, Raquel Arias en atletismo y él mismo en tenis de mesa.
Javier Dueñas ha vivido, o sufrido, ocho reformas educativas en estos más de 44 años: “Y ninguna era educativa; todas fueron políticas porque se preocupaban más de los votos”, lamenta
Y puede que la falta de sintonía que acabó por dar al traste con aquel y otros proyectos esté en cierto modo detrás de la dura penitencia que está pagando una ciudad y una comarca que se quedaron sin respuestas cuando la crisis económica y el cierre de las minas aceleraron las preguntas. “Ver Ponferrada hoy me da mucha pena. No le ves salida. No hay industria. La gente no invierte. Y los políticos tiran muy poco por esta tierra”, concluye Javier Dueñas, ahora dispuesto a disfrutar de la jubilación tras dedicar más de un tercio de su vida a la formación de varias generaciones de bercianos entre láminas, mapas, maquetas y libros de Historia, el cuadro sinóptico de una carrera con un final marcado por una pandemia que enjugó las emociones debajo de las mascarillas.

Con la maqueta del colegio realizada en clase de Pretecnología en 1985

Con la maqueta del colegio realizada en clase de Pretecnología en 1985

En Soncillo, en una actividad de aulas activas, en 1996

A las puertas del Colegio Espíritu Santo tras su jubilación