“Por la mañana no puedo, que hay manifestación por la sanidad”, responde Henar al otro lado del teléfono. Intentamos fijar la hora para esta entrevista, pero hay citas que continúan siendo ineludibles. Ni tibia ni dócil, la niña a la que su padre no dejaba jugar por miedo, decía, a que se le rompieran los cristales de las gafas y se le clavaran en los ojos, decidió entonces y sin saberlo que no se iba a quedar sentada en la puerta contemplando cómo los demás corrían. La dignidad está en la lucha y por suerte, siempre se encuentran aliados. Los de ella fueron Emilia y Rogelio, los benditos abuelos maternos que se pusieron de su lado. Salir del pueblo, respirar, huir del autoritarismo de un padre que se oponía a que estudiara. Un machismo similar la rodearía mucho tiempo después en la ejecutiva de un sindicato rebosante de testosterona. Ella nunca fue monja, como muchos creen. No colgó ningún hábito para casarse con Miguel Rubio. Henar Fernández fue modista, secretaria de Cáritas, miembro activo de la JOC (Juventud Obrera Cristiana), auxiliar de clínica, técnica de rayos y delegada sindical, tuvo intervenido el correo, estuvo fichada y fue la primera responsable de la Secretaría de la Mujer de CCOO en El Bierzo. Las gafas, por cierto, se las pusieron con siete años. 

Henar Fernández

Henar Fernández

Hija y nieta única, Henar nació en Valseco en 1946. En su casa mandaba el padre, herrero de profesión, pero en casa de los abuelos maternos mandaba Emilia. “Mi abuelo había estado en Cuba y tenía una mentalidad mucho más abierta”. A Rogelio, que trabajaba en la Minero, no le entusiasmaban las vacas ni las huertas, “y como volvió de Cuba con una gastritis estuvo el resto de su vida a régimen”, recuerda entre risas la nieta. Ella siempre quiso irse del pueblo, pero en aquella casa era feliz. La máquina de coser que le compró su abuela con 16 años sería su primer pasaporte. Primero, bajó a Palacios del Sil para aprender a utilizarla y más tarde se fue con una modista a Villablino. “Mi abuela me buscó también una academia que preparaba el examen de ingreso al instituto en Ponferrada, pero mi padre no me dejó bajar a examinarme”. 

La chiquilla volvió a casa sabiendo que las cosas no se quedarían así. “Pensé, ¿cómo me las arreglo yo para irme del pueblo? Y le comí la cabeza a mis abuelos”. La primera excusa fue aprender patronaje. Emilia la matriculó entonces en la Academia Morgazas de Corte y Confección en Ponferrada y le buscó alojamiento con un matrimonio. Cuando las clases terminaron, Henar puso en marcha un nuevo plan, “convencer a mi abuela para que se vinieran a vivir a Ponferrada”. Lo consiguió, claro, y pronto los tres vivían en la ciudad y ella trabajaba con una modista. En su vinculación con la JOC también encontramos a Emilia. “Ella era muy religiosa y mi abuelo muy ateo. De hecho, él le decía que como se pusiera malo era culpa de ella que lo había cogido en la iglesia”. Así, Henar empezó a pasar por la Basílica de la Encina al terminar la jornada y entabló relación con un grupo de jóvenes que se reunían, hacían excursiones y obras de teatro. “La JOC fue muy importante porque me obligó a pensar. Analizábamos por qué pasaban las cosas”. 

“Cuando fui a pedir el pasaporte me llamaron, me hicieron otra vez mil preguntas y no me lo dieron. No lo conseguí hasta que murió Franco”

Comenzó a trabajar como secretaria en Cáritas después de alquilar una máquina de escribir y aprender mecanografía por su cuenta en casa. Empezaron también las reuniones por toda España y los pequeños actos subversivos que la pondrían en el punto de mira del régimen. “Si los grises nos dan palos y no hay libertad sindical, no puede haber Navidad”, entonaron en la Iglesia de Valseco con la música de ‘Los peces en el río’. “Nos denunciaron y fue la policía a Cáritas a hacerme mil preguntas: con quién me relacionaba, con quién vivía…”. Henar también se escribía con los miembros de la JOC en Asturias. “Y como de aquella se estaban formando las Comisiones Obreras, el cartero un día me dijo: “ten cuidado porque está la correspondencia de esta calle intervenida y solo tienes tú”. Cada vez más activa, poco después la propusieron como responsable de JOC en la emigración en Suiza. “Cuando fui a pedir el pasaporte me llamaron, me hicieron otra vez mil preguntas y no me lo dieron. No lo conseguí hasta que murió Franco. Un primo de mi padre era policía en Madrid y por curiosidad le pregunté. Buscó mi ficha y me dijo que los motivos alegados eran la correspondencia con CCOO de Asturias, que era mentira, y las cartas con Javier Sotuela”. 

En la JOC conoció a Miguel Rubio y cuando él abandonó el sacerdocio y se marchó a Madrid, ella se fue con él. “Fueron años muy duros”. Pocos ingresos, varios trabajos e infinidad de cursos. Finalmente la llamaron para incorporarse como auxiliar de clínica en Gijón y, tras unos meses en Asturias, pidió el traslado a Madrid. Pasó primero por Puerta de Hierro y después por el Ramón y Cajal antes de solicitar un nuevo traslado, esta vez para El Bierzo, cuando Miguel consiguió la plaza como secretario de Ayuntamiento en Sancedo. Hablamos de los primero 80, del Hospital que hoy es Universidad y de una plantilla sanitaria que contaba entonces con un único afiliado a CCOO . “Me presenté con otros compañeros y salimos”. Ya como delegada sindical, fue durante un tiempo la única mujer en la ejecutiva del sindicato en la comarca. ¿Vivió comportamientos machistas? Evidentemente. Cuando llegó la jubilación, Henar ya trabajaba como técnico de rayos en Picotuerto

El activismo de reflexión y calle continúa siendo prioritario en su vida, aunque la sociedad ha cambiado. Miembro desde hace años de la asociación Flora Tristán, “quizá sea hoy el feminismo el único movimiento que se está cuestionando las cosas y puede ser una esperanza”. Durante el franquismo, “la lucha se produjo desde muchos frentes y los movimientos de la Iglesia y el PC fueron parte vital pasando por encima del sindicato vertical”. “Hoy”, dice, “los sindicatos se han aburguesado y falta conciencia obrera y solidaridad. Que cada uno se busque la vida como pueda le va muy bien al sistema”. Ni tibia ni dócil, decíamos, sigue llevando gafas. 

Henar Fernández en Valseco

Henar Fernández y Miguel Rubio 

Henar Fernández y su hija

Miguel Rubio y Henar Fernández

Miguel Rubio y Henar Fernández