“Maradona va a morir… un día”, dijo un amigo. Desde entonces pasaron más de veinte años. “Llevaba tanto tiempo muriendo que nadie pensaba que pudiera morirse”, escribió en El País su corresponsal en Buenos Aires Enric González en la crónica sobre el fallecimiento de Diego Armando Maradona, un personaje excesivo para la bueno y para lo malo que forjó su personalidad en dos lugares que lo idolatraron también sin medida, Argentina y Nápoles.

Ni las ‘presiones’ de Luis del Olmo desde los micrófonos lograron que Maradona viajara a Ponferrada para disputar la ida de la Copa. Aun así, el entrenamiento del Sevilla en Compostilla causó un gran revuelo

Maradona pudo venir al Bierzo. Pero ni siquiera lo lograron las ‘presiones’ desde los micrófonos de Luis del Olmo, que hizo otros milagros, pero no consiguió que ‘el Pelusa’ viajase desde Sevilla para enfrentarse a la Ponferradina en una eliminatoria de la Copa del Rey de la temporada 1992-1993. Sí llegaron otros como Monchi o Losada, que se entrenaron el día anterior en el campo del Endesa en Compostilla (los actuales Vicente del Bosque).

Foto del partido Sevilla-Ponferradina en el Estadio Sánchez Pizjuán en 1992. Milocho (en el extremo derecho de la imagen). Junto a Maradona está Luis Quindós (a la izquierda en la imagen).

El revuelo fue considerable en el barrio. Jorge Carracedo ya no jugaba en la Ponferradina, pero su hijo David, vecino de Compostilla, se recuerda saliendo del colegio aquella tarde y haciendo de improvisado recogepelotas detrás de una de las porterías. “Era la primera vez que yo veía a un equipo así aquí”, dice. Y eso que ya sabían que no venía Maradona. El acontecimiento dio pie a algunas leyendas urbanas. Una de ellas decía que un disparo de Suker en el entrenamiento había destrozado un coche. Todo habría quedado registrado de haber contado de aquella con teléfonos móviles con cámara, suspira Carracedo. ¿Dónde estará la libreta en la que los jugadores sevillistas (“que estuvieron muy amables”, apostilla) le estamparon sus autógrafos? Faltaría, en cualquier caso, el de Maradona. Algunos incluso dicen (¿también leyenda urbana?) que se había ‘borrado’ de la convocatoria para celebrar su cumpleaños.

El argentino sí jugó el partido de vuelta en Sevilla. “Salió a calentar solo, con las botas sin atar y dando toques al balón”, recuerda el capitán deportivista aquel día, Luis Quindós

El astro argentino, que ya era un futbolista crepuscular en comparación con el fulgurante del Mundial de México 86, sí jugó en el partido de vuelta en el Sánchez Pizjuán de Sevilla. “Salió a calentar solo, con las botas sin atar y dando toques al balón”, recuerda el capitán deportivista aquel día, Luis Quindós, que ha removido sin éxito Roma con Santiago para dar con la foto del sorteo de campos. A continuación, le pidió a Maradona que posara con la plantilla de la Ponferradina. Y Diego “accedió sin problema”, dice Quindós, que sale a su derecha (a la izquierda en la imagen) en la parte central de la instantánea. Pero el protagonista de la noche estaba en la esquina.

Emilio Fernández Vilariño ‘Milocho’ lo fue casi todo en la Ponferradina. Muchos años antes de que Maradona protagonizara un anuncio nada premonitorio contra las drogas, había sido incluso reclamo publicitario cuando jugaba en la Deportiva y una de las bicicletas de la actual tienda Motos Prieto costaba precisamente ‘mil… ocho’ pesetas. En sus últimos años en el club, ya con el pelo blanco, era una mezcla de utillero y masajista que salía al esprint con el ‘agua bendita’ a atender a los lesionados. Así, como de costumbre, lo hizo cuando vio a un deportivista tendido en el suelo en Sevilla para regocijo del público. “Salió lanzado”, dice Quindós, que recuerda las palabras que le dirigió Maradona a Milocho llevándose la mano al pecho: “¡Abuelo, cuidado con la patata!”. ¿El resultado? Eso, tratándose de mitos, era lo de menos.