“Yo, de niño, amaba por la Geografía de Paluzíe las ciudades maravillosas y lejanas, como Burgos y Constantinopla”, dice Pereira en su cuento ‘La vara’. Y es que el muchacho de la Cábila sabía bien que “el mundo no es ancho ni ajeno” y que una historia que sucede en Lugo no es menor ni tan distinta a una que se desarrolle en Nepal. En su barrio de Villafranca del Bierzo, al otro lado del río, lejos de los señores de la plaza y su entorno y entre artesanos y obreros de todo pelaje, creció aprendiendo a mirar la vida. “La idiosincrasia de su pueblo, sus gentes, su carácter, fue una fuente de inspiración muy importante para él”, señala Joaquín Otero, sobrino y vicepresidente de la Fundación Antonio Pereira desde la muerte de Úrsula. Hoy la Fundación se enfrenta a nuevos retos porque ella, su esposa, la que había asumido las riendas desde el principio, conocedora absoluta de la vida y la obra de su compañero, era “el alma” de la institución.

El escritorio de Antonio Pereira, donde trabajaba en su casa de León

 

“¿La mejor manera de acercarse a su obra? Conocerlo personalmente”, Otero no duda en la respuesta. “Era un narrador oral extraordinario y lo hacía sin pretenderlo y en cualquier sitio, en una reunión, en una sobremesa, tenía una ironía que cautivaba, captaba toda la atención”. Como ya no es posible nos adentramos en su casa, en el hogar que construyó junto a Úrsula y en el que aún están ellos, en los libros que inundan estanterías, mesas y hasta las repisas de las ventanas, en los dibujos que cuelgan de las paredes o en la enorme radio apagada junto a su escritorio. En León, en pleno paseo de Papalaguinda, es fácil imaginarlos conversando en los butacones con vistas al río. El piso, legado a la Fundación, se convertirá pronto en Casa Museo.

“La idea es poner en marcha un premio nacional de ensayo Antonio Pereira con una de las dotaciones económicas más importantes del país”

“Ahora mismo el principal objetivo de la Fundación es la organización del centenario, también queremos reeditar todas sus obras para que vuelvan a estar presentes en las librerías y todavía hay material inédito”, dice. Los planes son ambiciosos. “La idea es poner en marcha un premio nacional de ensayo Antonio Pereira con una de las dotaciones económicas más importantes del país, y estamos pensando también en un documental de primer nivel sobre su figura”. No es ningún exceso. Su obra, quizá menos conocida de lo que debiera en el ámbito nacional, se estudia ya en las grandes universidades británicas y americanas.

“Úrsula decía que Antonio no se sabía vender, y era cierto. Él no vivía de la literatura, era su medio de disfrutar, pero nunca puso especial empeño en ser reconocido”. Poeta y novelista, fue, por encima de todo, un maestro indiscutible del cuento. Sin contar nunca más de lo debido, confiando en la capacidad de su lector cómplice y con una sencillez sublime, hacía percibir la realidad de unos personajes a los que siempre trataba con cariño. Tal vez hoy, entre tanto recurso fácil y humor convencional, sea más necesario que nunca ayudar a descubrir el placer de leer al fabulador berciano porque Pereira contaba con la virtud de ver la grandeza en lo más simple y sabía perfectamente que una buena historia es saber contarla.

Pereira con Úrsula en Papalaguinda (León). Foto de David Santamarta

Fotografías, dibujos y carteles que adornan la casa de Antonio Pereira

Joaquín Otero, actual vicepresidente de la Fundación Antonio Pereira

Portal de la casa de Antonio Pereira que se pretende convertir en Casa Museo de la Fundación en el paseo de Papalaguinda de León