PAPARRUCHA. (De páparo) 1. f. Noticia falsa y desatinada de un suceso, esparcida entre el vulgo.
[Diccionario de la Real Academia Española]
Aunque pueda parecer lo contrario, la literatura, el adjetivo «buena» debiera sobrar, es una de las mejores defensas que tenemos contra los bulos y las noticias falsas. En estos tiempos en que, bajo la piel del periodismo, nos quieren colar tantos malos cuentos; los buenos, sean orales o escritos, nos acostumbran a enfrentarnos con la esencia de lo que llamamos verdad con humildad y escepticismo.

El escritorio de Antonio Pereira, donde trabajaba en su casa de León
De entre esos géneros literarios que se adentran en la urdimbre de la realidad destaca el que los académicos han llamado «metaficción» o «metaliteratura». Miguel Catalán, en su ensayo La creación burlada, la define como el instrumento que usan los artistas para expresar «la más terrible de las sospechas: que toda nuestra vida se haya edificada sobre un inmenso fraude» o, dicho de otra manera, que lo que concebimos como «Realidad» no es más que otra ficción.
Explicado así parece algo complejo pero si recordamos algunos de los ejemplos más conocidos de nuestra literatura la cosa se simplifica:
- – la visita, en el capítulo XXXI de la novela Niebla, que el protagonista hace al autor, Miguel de Unamuno, para anunciarle que quiere abandonar la historia
- – la consciencia de los personajes de la segunda parte del Quijote de la existencia del libro que cuenta las aventuras de la primera parte y cómo ese hecho determina sus actuaciones
- – la invención, allá por los años setenta del siglo pasado, de don Sabino Ordás, patriarca de nuestras letras, por José María Merino, Juan Pedro Aparicio y Luis Mateo Díez en las páginas literarias del diario Pueblo.
Es decir, la metaliteratura nos muestra las interferencias del mundo de la ficción en el mundo de las cosas que pasan y viceversa. Y eso, precisamente eso, es lo que pretenden hacer los creadores de bulos: completar la realidad con una narración inventada, que en su caso es además interesada y dañina. Los autores de metaficción nos enseñan cómo la palabra escrita, la «buena tinta», influye en el mundo de lo acaecido. Es decir cómo lo «ben trovato» pasa a ser «vero» y por eso pueden servir para prevenirnos ante los falsos periodistas.
Antes de que las paparruchas pasaran a primera linea de la actualidad informativa (desde siempre se han usado las noticias falsas con fines políticos y comerciales) algunos artistas entendieron que los medios de comunicación eran el instrumento principal con el que un cuento podía influir en la realidad. Me refiero a un tiempo en el que la internet no existía o no estaba generalizada y en que los medios de comunicación eran menos y más poderosos.
El ejemplo fundamental es O misterio da estrada de Sintra, la «novela-noticiario» que Ramalho Ortigão y Eça de Queiroz publicaron en el Diário de Notícias entre el 23 de julio y el 27 de septiembre de 1870. Los dos escritores decidieron pasar por acaecido un crimen de su invención aprovechando la función verificadora del periódico. El medio de difusión aportaba el verismo necesario para que su historia, al más puro estilo folletinesco, pasara a formar parte de la realidad a pesar de ser absolutamente inverosímil.
Un médico (que firma doctor ***) es el primero en mandar una carta al editor del Diário en la que narra como, al volver con un amigo a Lisboa por la carretera de Sintra, unos enmascarados los secuestran y encierran en una mansión en la que les enseñan el cadáver de un hombre. Un tiempo después por la mansión aparece otro individuo -identificado solo por sus iniciales. A.M.C.- que se confiesa autor del asesinato aunque no es capaz de aclarar determinados datos que son evidentes para los «descubridores» del cadáver- La narración se va completando con cartas de otros testigos de la misteriosa historia.
La trama difundida por el periódico prende en los lectores y consigue fama en Portugal por lo que además de las aportaciones de Eça y Ramalho, muchos lectores envían sus testimonios respondiendo a las incitaciones de los autores. En el prólogo para una edición en castellano de 1974 escribe Carmen Martín Gaite
[m]ucha gente tardó en darse cuenta -y algunos no se la llegaron a dar- de que se trataba de una novela, hasta el punto de que, junto a las cartas apócrifas que se iban publicando y que componen la trama de la narración, se recibieron también otras de personas de carne y hueso obsesionadas por la lectura […]. También hubo gente que, recelosa de posibles emboscadas, dejó de ir a Sintra por aquellas fechas; y se corrió la voz de que el gobernador civil de Lisboa había llegado a enviar al Ayuntamiento de Sintra una orden para que se procediera a las averiguaciones policíacas pertinentes.
Los autores aprovechan el valor que damos al periodismo para que el ámbito de la novela no quede encerrado entre las líneas del relato porque el objeto de un periódico es (o hemos convenido que sea) la realidad.
Pereira acostumbra a desembarazarse de la omnisciencia y de la pomposidad como demuestra el comienzo de su relato «El hombre de la casa» recogido en Las ciudades de Poniente

Antonio Pereira y su mujer, Úrsula Rodríguez, paseando por Papalaguinda en León (León) / Foto de David Santamarta
De la posibilidad de este uso espurio de la narración son bien conscientes la mayor parte de los autores de ficción literaria y, en muchas ocasiones, intentan evitar las nefastas consecuencias que pueden derivarse de que sus relatos sean tomados por la odiosa verdad. Quizá por esto algunos escritores, cuando asumen la posición de un tercero objetivo (el narrador omnisciente), se curan en salud advirtiendo a los lectores de que lo que nos está contando no alcanza la categoría de verdad para intentar arrancarnos de sus ficciones. Nos dejan señales para sacarnos del ensimismamiento en la historia, para que advirtamos el papel impreso y la materialidad acaecida del libro. «¡No me creas!», nos dicen. Gracias a estos artificios recorremos en un instante el camino que separa la ficción de lo acaecido y nos asombra lo inmersos que estábamos en el relato. Esta técnica, en la que Antonio Pereira es un maestro, merece ser tenida en cuenta a la hora de contrastar las noticias falseadas.
Pereira acostumbra a desembarazarse de la omnisciencia y de la pomposidad como demuestra el comienzo de su relato «El hombre de la casa» recogido en Las ciudades de Poniente:
Qué pesadez el comienzo de un cuento terrorífico de Allan Poe: «Un pesado, sombrío, sordo día otoñal; las nubes agobiosamente bajas en el cielo, un terreno singularmente lóbrego, con las sombras de la tarde cayendo sobre la mansión melancólica…»
Yo no desconfiaré del lector hasta tal punto y le diré para esta historia que era enero y un casar en la sierra de Ancares. Basta.
Se aproxima al lector, quitándose la máscara de narrador serio, porque «considera[…] al lector o escuchante una prolongación más de la escritura. No está el escritor ahí y el lector allá, sino que ambos forman parte del mismo cuento, uno emitiendo, los otros recibiendo pero a su vez el que recibe emite y conduce al autor con su actitud», como defendió Antonio Enrique en un estudio sobre nuestro autor. Al bajarse del pedestal al que acostumbran a subirse los narradores nos quiere hacer saber que es un ilusionista, un embaucador, y que si le creemos es porque queremos jugar con él, no porque nos esté contando la verdad.
Cuando los bulos proliferan conviene (re)leer a Pereira que tan bien entendió y luchó contra aquellos que pretenden usar la letra de molde para instaurar una Verdad

Antonio Pereira (imagen cedida por la Fundación Antonio Pereira) / Una mujer leyendo un periódico (Harald Traue en Pixabay)
Pereira enseña a sus lectores a tomar una actitud «cómplice» pero crítica porque «[u]n pueblo que lleva siglos leyendo sabe bien que lo importante que dice un libro [o un periódico] no está escrito en los renglones sino entre ellos» («La protesta» en Picassos en el desván). Nos quiere alertar pues, como dice el dueño de la tienda de reprografía del cuento «Milagros y fotocopias» de que «en un papel escrito aceptamos como verdad todo lo que nos favorece».
Cuando los bulos proliferan conviene (re)leer a Pereira que tan bien entendió y luchó contra aquellos que pretenden usar la letra de molde para instaurar una Verdad.
Además Antonio Pereira depuró el uso de los periódicos en la ficción armando esa técnica con toda la retranca de la que era capaz, que no era poca. En uno de sus libros de cuentos (Los brazos de la i griega) incluye el siguiente texto:
UNA NOVELA BRASILEÑA
O Capitāo do Exército Agenor Araújo de Medeiros, 39 anos, foi assassinado no final da noite ao tentar reagir a um assalto na Rua Bertolini, próxima á Praia Branca, em Guanabara. O militar estava no seu carro em companhia de Palmira Fernandes Oliveira quando dois criminosos surgiram de arma em punho. Agenor morreu antes de ser socorrido no Hospital Bom Jesus da Estrela. Era casado com Fernanda Valéria Martins Costa com quem tinha uma filha de sete anos. A ocorrência ficou registrada.
De acuerdo con la confesión de su autor, lo único que él añadió fue el título pues el texto, en lengua portuguesa, lo copió de un periódico brasileño. Leyó la noticia por casualidad y comprobó que sugería tantas historias, que escondía tantas posibilidades que era, en si misma, una novela.
De lo acaecido (los hechos que sucedieron la noche anterior a que el diario saliese de la imprenta) pasó al primer escalón ficticio (la descripción del periodista que algo se tuvo que desviar de las cosas que pasaron) y de ahí al segundo escalón (el cuento, o, bien dicho la novela). La ficcionalización total acontece al incorporarse a un libro de cuentos con un título que hace que los lectores nos esforcemos por completar la compleja trama de la historia tras la muerte violenta del capitán Agenor Araújo de Medeiros nos enseña que el escepticismo y el humor son las mejores armas contra la Verdad.
Rodrigo Osorio Guerrero es letrado de la administración de justicia y escritor que acaba de publicar Orixe orzánica das sereas todas (Alvarellos editora)