Sebastián Prieto es, en Ponferrada y según el grado de cercanía, el nieto del ‘Guarnis’, Sebas o Sebinas. Cuando se arrancan los motores, en las competiciones de trial, es el ‘Gurú’. Heredero y último eslabón de un negocio centenario que es historia del Bierzo, recibe a clientes que son ya amigos. En las zonas en las que prima el equilibrio y la concentración, no duda en ayudar a pilotos que son rivales. Su vida gira en torno a una moto, un elemento que ha convertido en profesión y devoción sin fecha de caducidad. “Seguiré hasta que no pueda más”, confiesa.
“Las bicicletas me gustan mucho y las odié mucho”, cuenta Sebas, que echaba horas de taller mientras sus amigos se juntaban para jugar en las Huertas del Sacramento cuando el barrio hacía honor a su nombre
Criarse en un negocio emblemático tuvo sus penitencias. Su abuelo Ángel recogió la tradición familiar y abrió en 1917 un establecimiento basado primeramente en la guarnicionería (de ahí viene su apodo), al que pronto sumó la bicicleta. Montarlas y desmontarlas eran los ‘deberes’ que ponía a sus sucesores. “Las bicicletas me gustan mucho y las odié mucho”, cuenta Sebas, que echaba horas de taller mientras sus amigos se juntaban para jugar en las Huertas del Sacramento cuando todavía el barrio hacía honor a su nombre: “Todo eran huertas. Había un sitio al que le llamábamos el ‘Caminín’. Y allí éramos felices”.
Pasó primero por las aulas de San Ignacio, estrenó el instituto de Cacabelos (“te mandaban allí si tenías una asignatura pendiente”, cuenta) e hizo el Bachiller con los curas en Puebla de Sanabria (Zamora). Su padre quiso que hubiera estudiado peritaje, pero acabó dándole él las clases de mecánica en el taller. “Mi padre sabe mucho, pero no era un buen maestro para mí. Lo pasé fatal durante dos años”, confiesa. Sí acertó en la primera lección: hacerle ver que hay que empezar desde abajo. Comenzó a los 16 años barriendo el taller, se sumó a los cuatro empleados cuando vender una Montesa Impala era como vender un coche de alta gama y vivió todavía la efervescencia económica de una comarca en la que la minería tiraba del carro.
La moto no se limitaba a la profesión. “Pasar un par de días en Cataluña para ir a la fábrica de Montesa y ver el Mundial eran las mejores vacaciones del mundo”, señala. Apenas era un chaval cuando vivió la experiencia de ejercer como mecánico para un par de pilotos del Campeonato de España de Velocidad, donde coincidió con leyendas como Ricardo Tormo o Ángel Nieto. Conserva el recuerdo de comer en el paddock del circuito de Castellón invitado por el doce más una veces campeón del mundo, con quien muchos años después se reencontró mientras visitaba su museo en Madrid: “Yo estaba allí ‘hablando con las motos’ cuando vino por detrás y recordamos aquellos tiempos. Era mi ídolo”.
“Pasar un par de días en Cataluña para ir a la fábrica de Montesa y ver el Mundial eran las mejores vacaciones del mundo”, dice antes de recordar su experiencia como mecánico en el Campeonato de España
“Yo era un ganador nato, pero siempre lo más importante es pasarlo bien. A los chicos les digo que la gloria son cinco minutos”, cuenta Sebas Prieto, que acumula cuatro décadas como formador de trial
No pudo cumplir su sueño de correr el campeonato de velocidad. Su padre no le dejaba. “Se te va a matar”, le decían los que veían sus evoluciones en la moto. Como no pudo correr, se puso a hacer equilibrios. En las gincanas de habilidad de las fiestas de los pueblos ganaba “más dinero que en el taller”. El paso natural fue el trial, primero como competidor y luego como formador, una tarea en la que acumula cuatro décadas de experiencia. “Yo era un ganador nato, pero siempre lo más importante es pasarlo bien. A los chicos les digo que la gloria son cinco minutos”, sentencia al contar la anécdota de un trial en Fabero en el que empezó con mal pie. “¡Sebas”, le gritaron desde el público, “hoy es mejor que te vayas para casa!”. Se ajustó el casco y bordó el resto de las zonas para acabar segundo: “Y para mí fue como ganar 17 veces. He amado mucho el trial y me ha dado muchos amigos”.
Fue mientras se recuperaba de una lesión y no podía andar en moto cuando saldó las cuentas pendientes con la velocidad y, ya independizado de los mandatos de su padre, probó suerte con los karts. Llegó a subcampeón de la Copa de España en aquellas carreras que seguían miles de personas en las mismas Huertas del Sacramento por las que dio sus primeras pedaladas. “Ya tenía otra edad. Me permitió sacar la adrenalina que no pude cuando quise. Y, tras descargarla, me quedaba tan relajado que me sirvió para conducir más despacio por la carretera”, cuenta sobre aquella experiencia que se prolongó como comisario técnico: “Y unas cuentas veces tuve que verificar los motores de Fernando Alonso en sus comienzos”.
Fue mientras se recuperaba de una lesión cuando probó suerte con los karts. Llegó a subcampeón de la Copa de España en aquellas carreras que seguían miles de personas en las Huertas del Sacramento
Todos sus caminos conducen al trial, al que ha subido a varias generaciones de bercianos y donde ha sido de todo, desde piloto a entrenador pasando por ‘mochilero’ (acompañante) hasta ganarse una especie de aura sustanciada en apodo que le pusieron de forma simultánea un técnico de la firma Sherco y el periodista de Onda Bierzo Toño Jiménez. Y así Sebas Prieto, que lo mismo se trae al Bierzo a Toni Bou que reprende sin complejos a Jordi Tarres, es el ‘Gurú’, apelativo que utiliza como nombre para su cuenta en Facebook. Él intenta relativizar: “No me creo ningún maestro. Intento gozar con lo que hago. Muchas veces pienso dejarlo. Pero te viene un chaval. Te pone esos ojos… Y vuelves”.
El caso es que Sebas Prieto es también el heredero de un negocio centenario. Lleva en los genes la pasión por el oficio y cierta marca diferenciadora. “Hay gente que me llama el nieto del ‘Guarnis’. Y yo lo tomo orgulloso. Era un figura. Reñía muchísimo con él, pero era el primero en defenderme”, proclama. Su tío Sebastián quiso que fuera técnico de sonido. Y al menos aprender a montar radiocasetes le sirvió para completar el sueldo cuando fueron bajando las ventas en una comarca que ahora avanza al ralentí. Con 91 años, su padre sigue revisando las cuentas. Y Sebas, consciente de que muchos de sus clientes entran al establecimiento teniendo en cuenta su historia, seguirá abriendo gas y haciendo cabriolas mientras el cuerpo aguante.
“No me creo ningún maestro. Intento gozar con lo que hago. Muchas veces pienso dejarlo. Pero te viene un chaval. Te pone esos ojos… Y vuelves. Seguiré hasta que no pueda más”