La primera vez que Pedro Merayo cogió la bicicleta de carretera se dispuso a seguir al pie de la letra el consejo que había recibido: como más se avanzaba era poniendo el plato grande y el piñón pequeño. Tenía 14 años. Salió de Albares de la Ribera en dirección al puerto del Manzanal. “Y a Torre ya llegué reventado”, cuenta. La primera vez que compitió, siendo cadete con publicidad de Mesón Aniceto de Bembibre por un Primero de Mayo en Ponferrada, se escapó a las primeras de cambio, hizo la carrera en solitario hasta que lo pilló el pelotón y terminó el último al esprint. “Fue la mayor desilusión de mi vida”, cuenta quien luego se tomó con más filosofía quedarse a las puertas del ciclismo profesional en una edad de oro, la de la década de los ochenta, en la que ganaba más como corredor amateur que como funcionario siendo caminero.

Pedro Merayo, en su primera carrera, por el Primero de Mayo en el Polígono de las Huertas de Ponferrada
“El que no tenía una bici no era nadie”, dice Pedro Merayo sobre su infancia en Albares de la Ribera. Tenía 14 años cuando se hizo con una de carretera ahorrando de sus propinas. Su primer reto fue subir el Manzanal
Pedro Merayo nació en 1963 en Albares de la Ribera. ¿Qué hacía un niño de la época en un pueblo? “Correr, jugar al escondite, buscar nidos de pájaros y pescar en el río”. El medio de locomoción estaba claro: “El que no tenía una bici no era nadie”. Y así se recuerda yendo a jugar al fútbol con la de su padre hasta que, ahorrando de sus propinas, se compró una de carretera. Durante tres o cuatro meses fue algo así como Sísifo queriendo subir al Manzanal. Hasta que un día lo vio Hilario Gerbolés con aquel desarrollo imposible. “Y fue mi asesor”, cuenta para destacar también la figura de José Ferrero, que había sido seleccionador de Guatemala y que, desde San Román de Bembibre, le inculcó la importancia del descanso y la buena alimentación: “Nos hacía una bebida isotónica que era como el Isostar antes de que existiera”.
Debutó en un Primero de Mayo. El escenario era las Huertas del Sacramento de Ponferrada, que todavía en parte hacía honor a su nombre, sin cooperativas de viviendas, apenas con el Instituto Álvaro de Mendaña en pie y la montaña de carbón al fondo. Como le costaba adaptarse a rodar en el pelotón, se escapó al principio de la prueba. Quedó el último, pero despertó un interés, el que tomó forma con la creación del Sport’s Siga, el equipo de la tienda de deportes que Silván y Gago tenían en Bembibre. Con ellos fue a León a una preselección en la que obtuvo el billete para participar en tierras valencianas en el Campeonato de España cadete: “Había 300 participantes. Nunca había visto tanta gente junta”. Volvió a meterse en la escapada hasta que una caída frustró sus opciones. Pero su carrera ya estaba lanzada.
Merayo entrenaba tres o cuatro días a la semana, muchas veces con destino Toreno. “Y yo nunca había pasado de San Román para ese lado”, dice quien afrontaba aquellos primeros infructuosos ascensos al Manzanal con la esperanza de descubrir el horizonte que se abría en la otra vertiente: “Nunca había ido a Astorga”. El ciclismo lo llevó a muchos sitios. “Y te enseña a ver que no todo es de color de rosa, a buscarte la vida”, señala al recordarse saliendo a las seis de la mañana de Albares, sin luces, echando pie a tierra cuando se acercaba un coche para llegar a la estación de tren de Bembibre, colar la bicicleta en el vagón, enlazar con León o con Galicia y agenciarse otra forma de transporte para llegar a la línea de salida. “Aprendes a luchar”, sentencia.
Corrió su primera prueba en las Huertas del Sacramento de Ponferrada por un Primero de Mayo. Fue escapado hasta que lo pilló el pelotón y quedó el último al esprint: “Fue la mayor desilusión de mi vida”

Pedro Merayo, recogiendo un trofeo en una carrera en Navatejera con el maillot del equipo Adams de León

Pedro Merayo, en una Vuelta a Galicia con los colores del equipo Pescanova

Pedro Merayo, con el maillot del conjunto Cabrera, en una Vuelta a Castellón
El berciano fue quemando etapas hasta pasar por las manos de Emilio Villanueva en el Villanueva-Pinturas Diéguez y del recordado Joaquín Fernández ‘Joaco’ para dar el salto al campo amateur con el Adams de León. Luego llegaron las temporadas más brillantes en el Pescanova de Vigo y el Cabrera de Castellón, la victoria en la Vuelta a Zamora y el segundo puesto en la Vuelta a Orense (ambas en 1988), el Girino (un Giro de Italia para amateurs) o la Bira en el País Vasco al lado, respectivamente, de ciclistas como Piotr Ugrumov o Alex Zülle, que apenas unos años más tarde harían sudar a Miguel Indurain. Consumado escalador, tenía que llegar en solitario a la recta de meta (“no esprintaba: si llegábamos tres yo quedaba el cuarto”, bromea) para llevarse la victoria. Pese a no llegar al campo profesional, el ciclismo fue su trabajo hasta los 26 años: en Castellón cobraba 55.000 pesetas (premios aparte) por los 38.000 de nómina que tenía como caminero. Hoy hay profesionales que no llegan a fin de mes.
“Me tocó una época muy buena. Estábamos bien mirados”, apunta sobre su trayectoria en los años ochenta. Aunque no llegó a ser profesional, vivía del ciclismo como amateur. Ganaba más al mes que como caminero
Y es que Pedro Merayo vivió el esplendor de los ochenta. “Me tocó una época muy buena. Estábamos bien mirados”, apunta sin esconder que los escándalos de dopaje restaron luego patrocinios, seguimiento y repercusión. Casado con la también ciclista Esperanza Neyra, fue director deportivo de categorías de base (“ahí tienes que saber sobre todo lo que no hay que decirles a los chicos”, apostilla) y sigue ejerciendo puntualmente de mecánico y masajista. Aunque llegó a acreditar 1 hora y 8 minutos en la media maratón y 2 horas y 29 minutos en la maratón, se confiesa ‘bicioso’ (a una media de 10.000 kilómetros al año en la de carretera y 4.000 en la de montaña) y un “aficionado raro” sin paciencia para esperar a pie de carretera ni para seguir largas etapas frente al televisor. Tras pasar por Tarragona, vive desde hace casi 20 años en Morales del Vino (Zamora). Como en su primera carrera, se ‘escapa’ cuando puede a su tierra de origen. “El Bierzo tiene potencial para hacer una etapa mítica de por vida”, proclama quien dio sus primeras pedaladas tratando de subir el Manzanal.

Pedro Merayo, en el Girino (Giro para amateurs) de 1988, en el que fue el español mejor clasificado

Pedro Merayo, ganador de la etapa en Vistabella en la Vuelta a Castellón

Pedro Merayo, en una Vuelta a Orense

Pedro Merayo, corriendo la media maratón de Tarragona

Pedro Merayo, en lo más alto del podio de una media maratón de Tarragona

Pedro Merayo, llegando a la meta de una media maratón en Tarragona con su hija Laura sobre los hombros

Pedro Merayo, en una participación en la Maratón de Barcelona

Pedro Merayo (izquierda), como director deportivo de un equipo juvenil en Tarragona

Pedro Merayo, en una imagen reciente en Laciana