Antes de que España diera el ‘estirón’, despuntar siendo un chaval por encima del 1,90 metros prácticamente equivalía a estar ‘condenado’ a jugar al baloncesto. Antes de que la selección española se hiciera una habitual del podio en las citas internacionales, hubo quien compartió generación con aquellos que la pusieron en el escaparate mundial en los Juegos de Los Ángeles 1984. Nacho Gutiérrez cumple las dos premisas. Con 15 años de edad medía ya 1,94, por lo que rápidamente fue reclutado para la canasta en Ponferrada. “Era alto, pero era malo”, relativiza. Tras pasar la denominada ‘Operación Altura’, se fue a Oviedo, donde compartió competición con otras promesas como Epi o Beirán, futuros medallistas olímpicos, el inicio de una carrera en la que ha pasado por la cancha, el banquillo y el silbato. “Menos presidente he sido de todo”, dice.

Nacho Gutiérrez, de chaval, en un torneo de verano con el Juve Flores
Nacho Gutiérrez destacó desde niño por su altura. Estudió en el colegio de la Minero, donde su profesor de Matemáticas Alejandro Meana vio un pívot en potencia: “Y no había opción de decir que no”
Antes de que las ciudades cambiaran su fisonomía, la infancia se pasaba jugando en la calle. “Ahora parece imposible”, apunta Nacho Gutiérrez Rodríguez, que mezcla el origen materno ponferradino con la ascendencia paterna vasca, desde donde su abuelo había llegado a la capital berciana para trabajar en la Minero Siderúrgica de Ponferrada. Se crio a escasos metros de la estación en la entonces Capitán Losada y estudió en el colegio de la MSP, donde su profesor de Matemáticas Alejandro Meana vio un pívot en potencia. “Y no había opción de decir que no”, cuenta. “A mí me obligaron, pero también es verdad que me gustaba el baloncesto”, añade el cuarto de una familia de cinco hermanos (el resto, todas mujeres).
Antes de que hubiera pabellones, jugar al baloncesto de chaval tenía algunas penitencias. “Pasamos mucho frío. Había partidos a las nueve de la mañana en Navaliegos. Y no había vestuarios”, relata Nacho Gutiérrez, que se enroló en el Juve (Juventud) Flores del Sil hasta que pasó en León unas pruebas de la denominada ‘Operación Altura’ y se vio con pasaporte para jugar con apenas 15 años de edad en el Club Atlético Universitario de Oviedo. Los veranos eran de piscina y baloncesto en la cancha del Plantío “hasta que no se veía” antes de que pusieran las luces. Él también pudo acabar en el OAR Ferrol como Ángel Sevilla, Fructuoso Redondo ‘Tosi’ o Manuel Aller. Pero su madre había dado su palabra a Oviedo. Y la palabra, por entonces, era tanto como un contrato.
Había llegado al baloncesto por su altura. Ahora tocaba depurar su técnica y pulir otros intangibles. Tuvo primero la “suerte” de pasar por las manos de Ricardo Hevia en Oviedo, donde se vio militando en la segunda categoría del baloncesto nacional (el equivalente a la actual LEB Oro), viajando por España y jugando al lado de ilustres llegados de la cantera del Real Madrid como Alberto Alocén y frente a otros que llegaron todavía más alto como Epi (CAI Zaragoza) o José Manuel Beirán (Caja Madrid). Tras esa experiencia, recaló de vuelta a casa en el Basket Bierzo, donde José Ángel Lana, José Cruz Vega y Juan Manuel López Gay acabaron de forjarlo. “Me terminaron de sacar punta”, destaca quien entonces se movía siempre cerca del aro hasta alcanzar el 1,98. “Y a mí me gustaba la bulla. En León tenía fama de duro y bronco”, admite.
En invierno, se pasaba “mucho frío” jugando a primera hora de la mañana y sin vestuarios en Navaliegos. Los veranos eran de piscina y baloncesto en la cancha del Plantío “hasta que no se veía”

Con el Juve Flores

Recorte de Bierzo 7 con los equipos de la Sindical y el Juve Flores (abajo), con Nacho Gutiérrez

Nacho Gutiérrez (en el medio en la fila de arriba), con el Club Atlético Universitario de Oviedo
El baloncesto le apasionó tanto que ya se había implicado como entrenador desde los tiempos de aquel regreso de joven a Ponferrada, donde dirigió a equipos de base masculinos y femeninos
Nacho Gutiérrez comenzó luego un período itinerante. Sufrió la temible triada en la rodilla y la mili lo llevó a Madrid (donde jugó algunos partidos en el Dribling) tras haber ayudado a no descender de categoría al Olímpico Nelson de León, una breve experiencia que lamenta que no tuviera continuidad. Luego, primero a través del recordado Porfirio Fernández, fue encadenando trabajos vinculados a centrales nucleares y térmicas siempre con el balón bajo el brazo para militar en equipos como el Valencia (lo que luego derivaría en el potente Pamesa) o en el Aldi As Pontes hasta derivar su periplo laboral a Ferrol, donde llegó a participar en un conjunto de veteranos para cerrar una carrera como jugador marcada por un denominador común: “Siempre he mantenido relación con la gente con la que he jugado. Los compañeros de entonces éramos amigos”.
El baloncesto, al que había llegado por su altura, le apasionó tanto que ya se había implicado como entrenador desde los tiempos de aquel regreso de joven a Ponferrada, donde dirigió a equipos de base masculinos y femeninos en el Basket Mendaña con Pepa al mando de las operaciones y jugadores como Tony Iglesias o Rycardo de Paz. También en la capital berciana hizo un curso de arbitraje. “Llevo ya trece años pitando en Ferrol. Espero que este sea mi último año”, dice aquel jugador fajador que se llevó muchas técnicas y que ahora se define como un colegiado dialogante: “Yo era el primero en protestar. Y ahora me gusta dialogar”. Los dos oficios le permitieron seguir disfrutando del deporte aun a sabiendas de que como entrenador llegará el momento “ingrato” de elegir un cinco inicial y como árbitro siempre alguien saldrá perdiendo: “Hagas lo que hagas, nunca lo haces a gusto de todos”.
Ahora la pandemia ha espaciado sus visitas a la capital del Bierzo, adonde regresaba siempre que podía en la Encina, Navidad y Semana Santa (es cofrade de la Hermandad de Jesús Nazareno). “Todo el mundo sabe que soy de Ponferrada”, dice para proclamar su orgullo por el nivel deportivo de sus equipos de fútbol y baloncesto sin esconder cierto pesar por un declive económico que le obliga a afrontar una reconversión como la que en Ferrol incluso sufrió en carne propia para regentar ahora una pescadería. Desde la ciudad departamental hace repaso de una trayectoria deportiva que empezó de chaval ‘condenado’ por su altura en los patios, siguió en las canchas, entrelazó a veces en la intendencia (“he llegado a vender lotería y entradas”, apostilla), pasó por los banquillos y prosigue ahora silbato en mano con un balón de baloncesto como compañero de viaje.
“A mí me gustaba la bulla. En León tenía fama de duro y bronco”, dice aquel jugador fajador que se llevó muchas técnicas y que ahora ejerce como árbitro: “Yo era el primero en protestar y ahora me gusta dialogar”

Con el Basket Bierzo

Con el Basket Bierzo

Con el Basket Bierzo en el patio de la Sindical

Con el Basket Bierzo, en una foto de plantilla en el Castillo de los Templarios

Con el Basket Bierzo, en una foto de plantilla en el Castillo de los Templarios

Un desplazamiento con el Basket Bierzo

Con el Aldi As Pontes

Jugando la competición de veteranos en Ferrol

Nacho Gutiérrez

Como entrenador en As Pontes

Como entrenador de un equipo femenino del Basket Mendaña en la Sindical

Como entrenador, en un desplazamiento, en Galicia

Imagen actual de Nacho Gutiérrez, que lleva trece años arbitrando en Ferrol