España debuta en la Eurocopa mientras Gilda Silva Andrade cuenta los avatares de su carrera deportiva, la que resume el ascenso de un club de baloncesto modesto a la máxima categoría nacional. “Se demostró que el fútbol femenino sólo había que saber venderlo”, dice ese mismo día en una entrevista en el diario El País Mapi León, una de las referentes de una selección que ahora ya sale en ocasiones en el prime time televisivo. “Nos falta vendernos”, admite la caboverdiana que llegó con 11 años a Bembibre y creció al mismo tiempo que su equipo, al que dejó con 35 en Liga Femenina, donde ya ha cumplido diez temporadas, una hazaña que no ha acabado de tener la resonancia correspondiente.

Gilda (8), en una foto de equipo del equipo femenino de baloncesto de Bembibre
Su padre, como tantos caboverdianos, llegó a trabajar en las minas para traerse después a su familia a Bembibre. “Yo venía de un país pobre; aquí todo era mejor”, señala Gilda Silva Andrade
Gilda Silva Andrade forma parte de la segunda generación de caboverdianos que se asentaron en la comarca hasta ser considerados popularmente como ‘cabobercianos’. Su padre, como tantos compatriotas, llegó a trabajar en las minas para traerse después a su familia a Bembibre. “Yo venía de un país pobre; aquí todo era mejor”, señala sin dejar de admitir que tuvo que adaptarse a las circunstancias del momento y aprender un nuevo idioma. “Yo soy muy sociable. Y no me costó hacer amigos. Pero sí noté el cambio”, añade. Cambió también de pelota: dejó atrás la pequeña de balonmano en Cabo Verde para coger la grande de baloncesto. Tuvo un aliado en su altura: “Medía ya casi 1,80 y le sacaba una cabeza a casi todas”. Fue así como con apenas 12 años aterrizó en el equipo del Colegio Menéndez Pidal en el que jugaban sus amigas.
Sus propias condiciones físicas fueron al mismo tiempo ventaja y debilidad. La misma altura que le permitía coger más rebotes estaba castigando su tren inferior. Tenía 16 años cuando un traumatólogo le dijo que lo máximo a lo que llegaría en el deporte sería a poder caminar en llano sin sospechar que apenas unos años después alcanzaría la élite. Gilda comenzó entonces un camino paralelo al del Patronato Deportivo Municipal de Bembibre, la base de un equipo de baloncesto que fue subiendo peldaños. Ella fortaleció sus piernas mientras el club ascendía de categoría hasta ser la única de su generación en completar todo el proceso: “Lo más meritorio del club ha sido ir superando las etapas a base de trabajo”.
El ascenso a la élite fue una consecuencia insospechada. “Ni yo lo enfoqué como una carrera ni nosotras pensamos en llegar arriba. Fue surgiendo”, explica antes de relatar cómo se alinearon todos los astros para lograr en 2006 el ascenso a la Liga Femenina 2. A cada paso se precisaba de mayor esfuerzo: a Gilda, que llegó hasta el 1,85 metros, le costaba más capturar los rebotes y a Bembibre dar el paso definitivo que lo convirtió en equipo de Liga Femenina en 2012 siendo todavía Coelbi para caminar luego y hasta la fecha con el patrocinio de Embutidos Pajariel. “Nos valió más el amor al deporte y las ganas que le echábamos que la propia técnica”, asume quien ahora que está implicada también en la directiva del club se toma cada nueva temporada en la máxima categoría como el comienzo de otra aventura.
Tenía 16 años cuando un traumatólogo le dijo que lo máximo a lo que llegaría en el deporte sería a poder caminar en llano sin sospechar que apenas unos años después alcanzaría la élite

Gilda (8), en una foto de plantilla del equipo femenino de baloncesto de Bembibre en la temporada 1997-1998

Gilda (arriba en el centro), en una foto de plantilla del equipo femenino de baloncesto de Bembibre en la temporada 2001-2002

Gilda, en una imagen actual en San Román de Bembibre
Gilda Silva Andrade se retiró a los 35 años con el club ya en Liga Femenina. Su cuerpo le había empezado a decir basta cuando llegó a los 30. “Se me inflamaban las rodillas y a veces me tenían que infiltrar para poder jugar”, recuerda. Su rol en el equipo fue a menos también mientras hacía compatible el deporte con el trabajo. Segunda de seis hermanos, no pudo cumplir su deseo de hacer estudios universitarios por la rama sanitaria y acabó cursando grados de Formación Profesional como administrativa y como auxiliar de clínica. Trabajaba a turnos en una residencia de ancianos cuando a veces el autobús del equipo le esperaba a la puerta. Desde hace años ejerce como auxiliar administrativo en el Ayuntamiento de Bembibre.
“Nos valió más el amor al deporte y las ganas que le echábamos que la propia técnica”, dice Gilda, que fue creciendo junto al equipo, al que dejó con 35 años en la máxima categoría
Y es que los hijos de los primeros cabobercianos han tenido que reinventarse. Bembibre se enfrentó a la paradoja de que su club de baloncesto ascendiera a la élite mientras el municipio perdía su principal sustento económico con el cierre de las minas de carbón. Gilda se recuerda llegando a las tres de la tarde a la pista del instituto para poder coger cancha un par de horas más tarde, una estampa del pasado en una localidad que pierde población pero que presume de equipo. “Y aunque el deporte femenino no tiene tirón, aquí el pabellón siempre estaba a reventar”, recalca sin omitir que el club tiene asignaturas pendientes como hacer cantera y hacerse más visible. “Nos falta vendernos”, insiste en una receta que prescribe tanto al equipo de baloncesto como a una comarca “rica en recursos” que busca alternativas.

Gilda, en varias fotos de plantilla del equipo femenino de baloncesto de Bembibre en varias etapas diferentes

Gilda, en varias fotos de plantilla del equipo femenino de baloncesto de Bembibre en varias etapas diferentes

Gilda, en una imagen actual en San Román de Bembibre