Esperanza Neyra y Emilio Villanueva, en La Placa, junto a varios de los maillots que vistió la ciclista durante su carrera

Esperanza Neyra puede presumir de pionera, de haber sido la primera mujer berciana en hacer ciclismo de forma reglada, de haber corrido de forma tan competitiva que los padres tenían miedo a que sus hijos varones se sintieran humillados por llegar a su rueda o de no haber dudado en dejar el deporte de élite en la cima a dos años vista de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 porque en su vida había otras prioridades. “El ciclismo femenino de antes era una familia. Valorábamos más el abrazo que el trofeo”, insiste tras hablar con pasión de sus años de ciclista, resumidos en una maleta de la que saca un puñado de maillots y un par de álbumes con fotos que ilustran una carrera con muchas sonrisas y alguna lágrima.

Y es que ser pionera, con ‘a’ de femenino, también dejó sinsabores y sinrazones. Había ya acudido en Ponferrada a dos carreras populares con su bicicleta de paseo con premios para todos los participantes (un pollo vivo en vísperas de Navidad de 1979 y un clavel y una bolsa de caramelos el 1 de mayo de 1980) cuando la tercera competición marcó un punto de inflexión. “Gané, me dieron un trofeo y ahí empezó todo”, cuenta para relatar cómo convenció a su madre para regalarle por aprobar COU una bicicleta Orbea Sollube roja con la que acudió a Toral de los Vados. “Y se me saltaban los piñones”, precisa. No fueron los técnicos, sin embargo, los mayores problemas. Y así se recuerda en Fabero en la meta porque la organización no le permitía ir en el coche del equipo o en Astorga victoriosa yendo a cobrar los premios sólo de las metas volantes (aportados por el público) porque el patrocinador principal no le dejó optar al correspondiente al ganador. Ser mujer parecía una condena.

Esperanza Neyra recibe su primer trofeo, el que la animó a hacer carrera ciclista. En la imagen, con Florentino Orallo

Con la bicicleta roja Orbea Sollube de sus comienzos comprada en Ciclos Marqués

Con Emma Alonso en una de las primeras carreras

“Aquí las ciclistas éramos chicos con pendientes”, apunta al rememorar aquellas primeras carreras con Emma Alonso (rápidamente reclutada para el atletismo por José Arroyo) y su madre nuevamente como “cómplice” para comprarle una bicicleta Alan “de lo mejorcito del mercado” en 1982. Emilio Villanueva fue el catalizador hasta que Esperanza Neyra acude a Salou (Tarragona), vuelve con un quinto puesto y recibe la llamada del potente Seat-Orbea vasco. ¿Qué hago?, le pregunta a Villanueva, que no encuentra respuesta. Esperanza se va y se abre una herida que tardará tiempo en cicatrizar, pero que ya es pasado. Los dos se reúnen para este reportaje y posan para la enésima foto compartida de su álbum. “Yo sin él no habría hecho ciclismo”, zanja.

Participante en tres tours por distintas partes de Francia (uno con el Seat-Orbea y dos con la selección española, con la que llegó a estar preseleccionada para el Mundial de 1987), Esperanza Neyra vivió la otra cara de la moneda del reconocimiento en el País Vasco. “Allí a las ciclistas nos llamaban por el nombre”, subraya. Sólo permaneció una temporada en el Seat-Orbea para volver otro año a la Peña Villanueva, que había derribado fronteras mentales de las federaciones para poner el ciclismo femenino en el escaparate y territoriales para ir forjando un equipo potente que llegó a contar con ciclistas casi de todo el país que sumar a las bercianas Pili Weruaga, Adelina ‘Lina’ Oliveira Anta y la recordada Chely Álvarez, que apareció muerta en su casa de Bembibre en diciembre de 1991 a sólo unos meses de los Juegos Olímpicos de Barcelona.

“Aquí las ciclistas éramos chicos con pendientes. En el País Vasco nos llamaban por el nombre”

En el Campeonato de España celebrado en 1982 en Ponferrada, en el que quedó décima, con el leonés Senén Blanco como presidente de la Federación Leonesa de Ciclismo 

En la rampa de lanzamiento de una contrarreloj en el Polígono de las Huertas de Ponferrada junto a Emilio Villanueva

Ana González, Montse Martínez, Esperanza Neyra y Fabiola González

Para entonces, Esperanza Neyra ya había decidido colgar la bicicleta tras casarse a finales de 1990 con el también ciclista Pedro Merayo, que amoldó sus condiciones para hacer que esta rodadora ganara la clasificación de la montaña en una Vuelta al País Vasco. “No me costó tomar la decisión de retirarme. No pensé en que había dos años después unos Juegos Olímpicos”, confiesa con el regusto dulce de haber vivido una edad de oro del ciclismo femenino en la que podía embolsarse hasta 25.000 pesetas de 1988 en premios por su participación en la Vuelta al Bierzo o de poner su nombre junto a Chely Álvarez, María Luisa Izquierdo y Dori Ruano en la que hoy sería una selección de lujo de Castilla y León.

La mirada al pasado conduce inevitablemente a la decepción por el presente. “Hoy el ciclismo, tanto el femenino como el masculino, ha pegado un bajón. Y el femenino ha bajado muchísimo”, determina Villanueva. Y Neyra, que ‘pinchaba’ para poder alargar sus entrenamientos cuando en casa lo primero era el negocio familiar, se pregunta por qué todavía hay premios muy diferentes para hombres y mujeres en determinados deportes sin olvidar la figura clave de su madre, recientemente fallecida, como mediadora para comprar aquellas bicicletas Orbea y Alan que hicieron despegar una carrera pionera, la de la primera ciclista con mayúsculas de la historia del Bierzo.

“No me costó tomar la decisión de retirarme. No pensé en que había dos años después unos Juegos Olímpicos”

Esperanza Neyra y Chely Álvarez, en una carrera en Molinaseca

Con el maillot de la Peña Villanueva, con la que dio sus primeras pedaladas cuando en casa lo primero era el negocio familiar en la conocida Cristalería Neypu de Ponferrada

Con los colores del Seat-Orbea 

Con el Seat-Orbea 

Con el equipo de El Correo Gallego

En su primera carrera con el Seat-Orbea en el Polígono de las Huertas del Sacramento

Primera concentración femenina en Salou (Tarragona). Esperanza Neyra es la segunda por la derecha abajo

Junto al recordado Ignacio Linares recibiendo el primer Trofeo Bierzo en 1981

Con Carolina Sagarmendi en el Campeonato de España celebrado en Ponferrada

Con directivos de la Peña Villanueva y el mítico José Manuel Fuente ‘el Tarangu’ (segundo por la izquierda abajo)

Con el equipo de la Peña Villanueva de 1983

Recibiendo el Premio a la Mejor Ciclista de León en 1982

En una celebración con Emilio Villanueva  

Primer equipo español en el Tour de Laude de 1986. De izquierda a derecha, Marisa Izquierdo, Esperanza Neyra, Dina Bilbao y Josune Gorostidi

Con la selección española en el Tour de Dromme. Con Josune Gorostidi, Marisa Izquierdo, Magdalena Rigo y Raquel Aberasturi

En su boda con el también ciclista Pedro Merayo

En su boda con el también ciclista Pedro Merayo no podía faltar una bicicleta 

De izquierda a derecha, equipo de 1987 de la Peña Ciclista Villanueva con Emilio Villanueva, Montse Diéguez de la Rúa, Pilar Weruaga, Maite Bermejo, Chely Álvarez, Maru Rodríguez, Esperanza Neyra y María José Prado

Con Marisa Izquierdo, bicampeona de España, animando a las ciclistas españolas que participaron en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992

Esperanza Neyra y Emilio Villanueva, en La Placa, con bicicletas de la época

Esperanza Neyra, con varias de las gorras y maillots que vistió durante sus años como ciclista