Alfonso Yáñez (quinto por la izquierda arriba de pie) y su hijo Alberto (tercero por la izquierda abajo sentados), en el gimnasio de Brasil en el que descubrieron el judo

La historia del judo en El Bierzo se empezó a escribir al otro lado del Atlántico en los años cincuenta. El pionero, Alfonso Yáñez, y su hijo Alberto se formaron en Brasil de la mano de una colonia japonesa de la zona en la que vivían como emigrantes hasta que al padre le entró la morriña y decidió regresar a Ponferrada, donde aplicó lo aprendido primero con medios tan rudimentarios como ruedas de coche, una madera y una lona que hacían de colchoneta en una plaza de garaje del casco antiguo. Alfonso encontró luego la complicidad de Eduardo Montes, figura clave en la modernización de la práctica deportiva en la comarca, y cofundaron el Club Judo Blume, que ya supera el medio siglo de vida tras enseñar a miles de bercianos este arte marcial que viajó de Japón a Ponferrada con escala en Brasil.

Alberto Yáñez, testigo y protagonista de estos más de cincuenta años de evolución del judo, viajó en barco más de 20 días con apenas seis años de edad para reencontrarse en el país sudamericano con sus padres, que habían salido de Ponferrada en tiempos de la emigración y buscaron un destino más fácil por el idioma que otros recurrentes como los países de centroeuropa. Y él, que se había criado en el entorno del Castillo de los Templarios y la Iglesia de San Andrés, cambió juegos tradicionales de la época aquí como la comba o la semana por el gimnasio para introducirse en la práctica del judo. Así fue hasta que su padre tomó la decisión de regresar a la tierra. “No se acostumbraba a vivir sin su familia”, cuenta su hijo.

Cofundado por Alfonso Yáñez y Eduardo Montes hace más de medio siglo, el Club Judo Blume de Ponferrada mantiene alrededor de 200 fichas al año

Alberto Yáñez, en una exhibición

Con su hijo Alberto y la campeona olímpica Isabel Fernández

El Bierzo era entonces un erial para el deporte. Alfonso Yáñez, que ya acostumbraba a correr por las faldas del Monte Pajariel, hacer levantamiento de pesas con materiales caseros y practicar gimnasia sueca (la actual pilates), introdujo el judo cuando los primeros kimonos se hacían con sacos de azúcar cosidos por una modista y sumó sus fuerzas a las del funcionario de Juventudes Eduardo Montes para fundar el Club Blume en el tercer piso del ‘edificio de la emisora’, en el número 9 de la calle Ave María. Su hijo Alberto tomó al principio su práctica como un hobby hasta que regresó de un torneo en Valladolid con una clasificación para el equipo de la selección castellana-noroeste, que agrupaba a las provincias de León, Zamora, Salamanca y Valladolid. Fue segundo del sector noroeste en categoría cadete, medallista en el Campeonato de Asturias y varias veces campeón de Castilla y León hasta que a los 25 años se centró en tareas formativas.

El judo se hizo entonces protagonista principal de su vida, durante once cursos compatibilizado con labores como profesor de Educación Física en el Instituto Álvaro de Mendaña de Ponferrada y en Formación Profesional de Bembibre con implicación como entrenador en equipos de deporte extraescolar, singularmente de atletismo y balonmano, donde encontraba más afinidad con su disciplina por la permisividad al contacto físico. No fue fácil la transición del deporte individual al colectivo, si bien remarca que los judocas “siempre agradecen lo conseguido al gimnasio”. Por los veranos, durante dos décadas desde la inauguración de las piscinas municipales de El Plantío, también dio clases de natación.

Recibiendo un premio de manos del entonces diputado provincial de Deportes, Enrique Gil

Alfonso Yáñez (derecha) entrega a Eduardo Montes un recuerdo del Trofeo de Judo que llevaba el nombre de este funcionario de Juventudes natural de Burgos que revolucionó el deporte en Ponferrada

“Los padres implicamos poco a nuestros hijos. Y la falta de compromiso es un problema que nos va a dar muchos dolores de cabeza”, dice Alberto Yáñez

El Club Judo Blume se trasladó al número 6 de la calle del Cristo, adonde regresó tras un paso por General Vives para establecerse con unas instalaciones más grandes por las que cada temporada pasan alrededor de 200 judocas tras haber sido pionero en otras disciplinas como la gimnasia rítmica. Con cerca de una decena de medallistas en Campeonatos de España a lo largo de su historia, Alberto Yáñez reconoce las dificultades de competir contra capitales desde una pequeña ciudad de la periferia de Castilla y León, lo que obliga a madrugones o gastos en alojamiento para rendir en el tatami. “Hasta llegar a un cierto nivel, los gastos corren a cuenta de los padres. No hay apoyo de las administraciones”, lamenta.

Retirado del día a día desde hace un par de años pero todavía vicepresidente de la Federación de Castilla y León de Judo, este cinturón rojo-blanco 6º Dan es también un devoto de la caza que invirtió su primer sueldo en comprar una escopeta. “Es una forma de evadirme, relajarme y socializar”, dice Alberto Yáñez, que no nota la crisis en el número de fichas de judocas en su gimnasio, pero sí en los valores de una nueva generación a la que las palabras sacrificio, constancia o compromiso le suenan más lejanas. “Los padres implicamos poco a nuestros hijos. Y la falta de compromiso es un problema que nos va a dar muchos dolores de cabeza”, advierte con el ejemplo de una trayectoria de más de medio siglo para conseguir que el judo no sonara a japonés en El Bierzo.

Alberto Yáñez también fue profesor de Educación Física del Instituto Álvaro de Mendaña, donde entrenó a su equipo de balonmano, un deporte colectivo pero asimilable en cierto modo al judo por la permisividad al contacto corporal

Alberto Yáñez, en las instalaciones del Club Judo Blume, en la calle del Cristo de Ponferrada