Imágenes del Bierzo Rugby femenino en sus partidos de Copa Promoción de este pasado sábado en Ponferrada / Fotos de Bierzo Rugby

Andrea López empezó hace cinco años a entrenar con el equipo sénior masculino sin todavía saber si algún día podría jugar al rugby con chicas en la comarca. Mucho más lejos lo veía Inés Arias ‘Lola’ cuando en su etapa universitaria sólo había partidos de chicos. “No sabéis lo afortunadas que sois, que sois jóvenes y podéis jugar”, les dice a sus compañeras a punto de cumplir 56 años la capitana del Bierzo Rugby femenino, una “gran familia” de 17 mujeres tan heterogénea como las coordenadas de edad en un equipo en el que la benjamina aún no ha cumplido los 15.

Andrea, que se integró “como una más” en los entrenamientos del sénior masculino mientras veía cómo las compañeras que intentaban seguir sus pasos iban cayendo por el camino, fue la primera, producto de las campañas de captación de Bierzo Rugby Club por los institutos. Luego llegó Lola, que empezó por “hacer ejercicio” y a la semana salió tan contenta de un partido del Torneo del Cristo como si le hubiera “tocado la lotería”. “Yo iba sin saber muy bien lo que me iba a encontrar. Y te encuentras con que hay contacto, pero luego aprendes a llevarte golpes y a caer”, reconoce Miriam Matías, que descubrió el rugby en CIMA (Ciudad Mágica de Ponferrada), otra de las ‘canteras’ recurrentes del club.

“Al principio no entendía nada, pero era superimpactante”, coincide Andrea Mato, que empezó animada por unos amigos, primero como espectadora hasta que al tercer entrenamiento se lanzó al ruedo: “Y al final te metes y no sales porque somos como una gran familia”. Elvira Morán le había dicho a su hijo que o se metía él o lo hacía ella. Al final se inscribieron los dos. Y la madre todavía continúa para romper el estereotipo que dibuja al rugby como un deporte brusco (“en tres años sólo he sufrido un esguince en un dedo y me lo hice yo con el balón”, ilustra). Todo lo contrario. Se ha convertido en la mejor receta contra sus problemas de espalda y una evasión del día a día en el trabajo: “Aquí te olvidas de todo”.

Estefanía ‘Tefy’ Prada es educadora social. “Y me llevo el balón a todas partes porque no sólo es un balón ovalado, sino que está lleno de valores”, afirma

El caso es que el rugby sirve de terapia tanto para una madre de familia como para una joven de 17 años de edad que empezó viendo jugar a su padre y se integró en la primera promoción de la Escuela. “Vengo a veces enfadada por la vida y aquí soy feliz”, apunta Sara Aragón, la segunda que para referirse al equipo utiliza la expresión “una gran familia”. Y no será la última. A María Garnelo le hicieron una “encerrona” para entrar. “Y ya no me han sacado de aquí”, cuenta esta maestra de Educación Infantil, que encuentra muchos paralelismos entre su profesión y un deporte que privilegia el respeto “al árbitro, al entrenador, a las compañeras y a las rivales”. Como si estuviera en clase.

Estefanía ‘Tefy’ Prada es educadora social. “Y me llevo el balón a todas partes porque no sólo es un balón ovalado, sino que está lleno de valores”, afirma. Sólo hay que verle la cara para darse cuenta de que ha se ha reencontrado con una pasión que dejó latente tras descubrirla con 17 años en el instituto de Puente de Domingo Flórez: “Y luego no lo busqué; fue el rugby el que me encontró a mí”. Campeona de España de judo en categorías inferiores, Natalia Campos buscaba un deporte de contacto para retomar la actividad física. Y desechó la soledad del boxeo para integrarse en la comunidad del rugby. Ganadora por naturaleza, el cuerpo ya le pide competición, de momento reducida a copas promoción como la que este pasado sábado acogió Ponferrada.

Maestra de Educación Infantil, María Garnelo encuentra muchos paralelismos entre su profesión y un deporte que privilegia el respeto “al árbitro, al entrenador, a las compañeras y a las rivales”

Como centenares de jugadores, Silvia Torío descubrió el rugby en su etapa universitaria. Natural de Benavente (Zamora), esta estudiante de Fisioterapia buscaba un deporte de equipo hasta que unos palos guiaron su camino. “Lo único es que no estaba acostumbrada a pasar el balón hacia atrás”, admite. Por el Ejército llegó Bélgica Burgos Martínez, militar de artillería en Astorga: “Allí se hizo un equipo, probé y me gustó. Te pone a prueba. Se parece a mi trabajo en que se necesita mucho compañerismo. Y, aunque soy un poco bruta, me gusta porque es para inteligentes”.

Bélgica acaba de dar una de las claves de la explosión del rugby femenino, que en España no se institucionalizó hasta finales de los ochenta pero que ya está dando resultados. “Ellas son más inteligentes. Son capaces de identificar los huecos mucho más rápidamente y atacar los huecos y no a las personas”, subraya el entrenador del equipo, José Luis Vázquez, para quien el rugby femenino “ha sabido encontrar sus propios caminos sin necesidad de repetir los mismos errores que el masculino”. El preparador asume como propia la “aspiración” de poder sumar fichas suficientes como para integrarse en una liga regional, la antesala de la División de Honor, porque ya adivina un espíritu competitivo entre sus pupilas que resume con un juego de palabras: “Se divierten jugando, pero no juegan para divertirse”. Y es que, cuando hay entrenamiento o partido, las risas quedan para el tercer tiempo.

“Ellas son más inteligentes. Atacan los huecos y no a las personas”, subraya el entrenador, José Luis Vázquez, para quien el rugby femenino “ha sabido encontrar sus propios caminos sin necesidad de repetir los mismos errores que el masculino”

Las integrantes del Bierzo Rugby femenino también estuvieron presentes en la manifestación del 8-M en Ponferrada