Puede que Miguel Gonzalo García Pérez no te suene demasiado pero es difícil encontrar a alguien por estas tierras que no conozca a Yuma. Con ese apodo llegó al Bierzo hace más de 30 años y por ese nombre hay que llamarlo a gritos cuando llegamos a su casa, en Espinareda, para tomar unos vinos al calor de la chimenea. Polifacético donde los haya, es conocido por emprender la restauración de Villarbón, una aldea abandonada en Ancares; por cultivar calabazas gigantes que luego dona al banco de alimentos o, como este año, a Don Avelino, el cura de Vega de Espinareda; por ponerse al frente de campañas de donación de libros para Centro América o por liarse la manta a la cabeza e ir en busca de jóvenes atrapadas en el desierto, como la saharaui Aicha Embarek.

“La primera vez que pisé El Bierzo aluciné en colores con la gente”

Yuma no es nuevo en esto de hablar con la prensa pero hoy, entre tinto y tinto, no buscamos tanto al aventurero iniciado en mil y un batallas como al chico que llegó al Bierzo desde Veguellina del Órbigo y se enamoró de una comarca que nunca había pisado. “La primera vez que vine aluciné en colores con la gente, cada vez somos más homogéneos, antes se notaba más la diferencia”, recuerda. Y esa diferencia estaba al otro lado del mundo, o lo que era igual, al otro lado de Manzanal del Puerto, donde Yuma acompañaba dos veces al año a su padre confitero para cargar el camión con cepos. “Nunca pasábamos del Manzanal y tenía esa sensación de que El Bierzo estaba al otro lado”. Por fin con 20 años y después de haber recorrido ya buena parte de Europa Yuma llegó a Cacabelos, vestido de militar y a dedo, para ganarse unos duros en la vendimia.

“El proyecto de Villarbón lo intenté por activa y por pasiva, nos negaron la carretera”

Pasaron años hasta que regresó para hacer un inventario de las pallozas de la zona e iniciar su restauración. “Unos amigos me aconsejaron que buscara a Tito, que regentaba un bar de camino a los Ancares, y a Senorina, me dijeron que él me organizaría el acceso a las montañas y que ella me daría de comer, y así fue”, cuenta. “Aquella España era más jodida pero tenía esos detalles que ya no se encuentran”. En Campo del Agua desempeñó su primer trabajo en la zona “Era como ir al Amazonas, durante el primer año los 12 teitadores y yo vivíamos casi como animales”. Después vendrían otros proyectos como el pueblo escuela de Villarbón, abandonado a principios de los 80. Allí llegaron a reunirse estudiantes de toda España, se organizaron exposiciones y conferencias, pero tras veinticinco años de trabajo solo quedan los recuerdos. “Lo intenté por activa y por pasiva pero no pudo ser, cuando ya teníamos las patas, la electricidad, el saneamiento, nos negaron la carretera”

En 1986 Yuma y su mujer se instalaron definitivamente en la zona y alquilaron un piso en Vega de Espinareda. “Pero a mí lo que me tiran son las montañas”, dice. No pasó mucho hasta que consiguió su sueño, una casa en Espinareda entre piedras y pizarra. “Era la casa de tu tatarabuela pero estaba habitable”. En ella pasaron 16 años maravillosos entre amigos y tertulias que duraban hasta el amanecer “daría un duro porque lo hubieras vivido, aquello me fijó más aquí”.

Su última aventura ha sido ejercer de “coach de calabaza para unos amigos”, relata entre risas. Entre montañas, libros, amigos y vinos, Yuma tiene aún decenas de historias por contar pero la tarde se acaba y ya no son horas de abrir una segunda botella. Volveremos.

Yuma en la reunión con Educación para mantener la escuela de Balouta abierta

Una revista holandesa haciéndose eco del proyecto para recuperar Villarbón

 

Yuma

Yuma con una de sus calabazas gigantes

Yuma en Villarbón

Yuma y Aicha Embarek