“En Fabero todos los chavales éramos atletas. De hecho, en la primera carrera que hicimos cuando estábamos en el colegio de La Cortina me ganaron varios”, asegura Rodrigo Gavela. Berciano de pura cepa, nació en plena cuenca minera cuando la mina lo era todo. Sus padres regentaban el bar ‘Los Polacos’, “todo el mundo lo llamaba así, aunque mi padre nunca le puso ese nombre, primero se llamó ‘California’ y luego ‘Bar Nuevo’”, explica. Él apenas necesita presentación, atleta de élite de larga distancia, participó en los Juegos Olímpicos del 92, donde estuvo a punto de dar la campanada, desgraciadamente la mala fortuna y un calambre le hicieron descender desde el sexto puesto que llegó a alcanzar hasta el decimoctavo. “Luego descubrí que pinchando el músculo con un alfiler se aliviaban los espasmos, los ciclistas lo hacen continuamente, pero yo entonces no lo sabía”. ¿Y llevaba alfileres encima? “Nada menos que cuatro”. Se quedó bloqueado, pero sacó fuerzas de flaqueza y llegó a meta andando. Así llegó hasta allí y así ha seguido, cuando no puede correr, camina.

Fotografía del New York Times. Gavela corre con otros compañeros en los Juegos del 92 con la Sagrada Familia de fondo
Su madre lo alumbró en casa con ayuda de ‘la tía Herminia’, como todos conocían a su abuela. “Ella era comadrona y compostora”. Lo mismo te curaba un esguince que ayudaba a nacer a un jato. Así eran aquellas mujeres. “A mí me recuperó de muchas lesiones y a pesar de haber nacido en el siglo XIX sabía leer y escribir y siempre tuvo libros de medicina en casa”. Tuvo una infancia intensa. “Con cinco años cogí el tifus, estábamos en la matanza y bebí agua donde antes habían lavado las tripas”. El médico le dijo a su madre que no había remedio y lo mandaron a casa. “Subiendo de Ponferrada a Fabero en taxi empecé a delirar y sentí mucha sed. Pedí un refresco y el taxista paró y dijo: se va a morrer el guaje que beba lo que quiera”, cuenta riendo. No murió, pero el refresco le supo a gloria bendita.
“Fuera invierno o verano vivíamos en la calle y hacíamos mucho ejercicio de resistencia, subíamos a la montaña, bajábamos a Ponferrada en bici, esas cosas eran habituales”. Su destino estaba marcado. ‘El Porro’, su profesor de gimnasia, vio el potencial que tenía y le recomendó entrenar en Ponferrada. Dicho y hecho. “Bajé con mi padre y allí estaba Arroyo. Mi padre le dijo: que dice el profesor de gimnasia que corre mucho”. Una prueba y empezó a bajar todos los sábados. “Bajaba y subía a dedo porque mi padre no le encontraba la gracia a eso de correr, decía que si fuera fútbol todavía pero que corriendo no se ganaba dinero”. Con 16 años fue a correr a Lasarte. “Quedé el 42 pero aluciné, el hipódromo estaba lleno y yo lo más lejos que había ido era a Ponferrada”.
“Hicimos una cooperativa en el piso, todos éramos deportistas y todos teníamos poco dinero. Comprábamos la comida el fin de semana y el jueves ya no quedaba nada. El viernes solo comíamos galletas con mantequilla”
“La sensación de esfuerzo para nosotros era diferente, de aquella los chavales trabajábamos en el campo, en la hierba, segábamos el pan, estábamos acostumbrados al esfuerzo máximo. Cuando descubrí la larga distancia antes de irme a Madrid quedé segundo y pensé, esta es mi distancia”. Y se lo tomó en serio. Con 18 años empezó a entrenar con Fidel González y se fue a Madrid. Aunque su primera opción era INEF, finalmente estudió periodismo. En su segundo año de carrera, cuando no quiso volver a trabajar al bar durante el verano, hizo un trato con su padre. Viviría con su dinero. Qué fácil es decirlo y qué difícil hacerlo. “Hicimos una cooperativa en el piso, todos éramos deportistas y todos teníamos poco dinero. Comprábamos la comida el fin de semana y el jueves ya no quedaba nada. No teníamos pasta y pasábamos necesidad. El viernes ya solo comíamos galletas con mantequilla”. En esa época aprendió un par de truquillos para salir a flote. Además de compaginar diferentes empleos, iban al supermercado a última hora y se llevaban la fruta y la verdura que iban a tirar, “también probábamos toda la fruta en el puesto”.

Rodrigo Gavela en la primera foto que le sacó Arroyo corriendo en León en 1982
Las cosas mejoraron. En el 89, a punto de abandonar el deporte, “veía que cada vez entrenaba más y corría peor”, cambió de entrenador. Su amigo y compañero de piso Antonio Serrano se convirtió en su nuevo preparador. “Fue un punto de inflexión, cuando me empezó a entrenar no pensé ni por un minuto que iba a competir en el 92”. Pero empezó a ganar carreras y a mejorar sus marcas. Lo demás es ya historia conocida. Tras los Juegos, todavía batió el récord de España de Maratón en el 93 antes de retirarse.
Su biografía continuó y continúa unida al mundo del deporte. Gestor de eventos deportivos, creó la escuela de corredores populares de Madrid, organizó la carrera de la mujer, la media maratón de Madrid y la maratón de Sevilla. Con mil proyectos esperándole, vive a caballo entre León, donde ha fijado su residencia, El Bierzo, donde mantiene familia y amigos, y Madrid. ¿Y cómo ve el Bierzo? Veo Fabero con pena, yo viví un momento de auge absoluto, cuando era una fábrica de niños”. Gavela fue uno de ellos, el orgullo de una generación, la de los hijos de la mina, que vivieron con ‘Rodri’ el sueño olímpico.

Gavela en el Campeonato de España de Cross en el 88

Gavela en la carrera Iberia en 1989

Rodrigo Gavela en Donosti (1990)

Gavela (1993)

Rodrigo Gavela en los Juegos Olímpicos del 92

Gavela (Madrid, 1997)