A veces uno está donde no toca. Y a Pilar, con 8 años, no le tocaba estar en el cementerio de Santa Cruz de Montes mientras el forense le hacía la autopsia a su padre. A nadie le toca tampoco morir con 42 años y los pulmones ennegrecidos dejando atrás a seis críos. Pero lo que toca no está reñido con lo que pasa, así que nadie se percató de la niña que, escondida entre los adultos, miraba fijamente cómo a su padre, tendido sobre una mesa, le desabrochaban la camisa, le cortaban la camiseta y le abrían el pecho para coger una muestra de pulmón que certificara el fallecimiento por silicosis. “Le cortaron un cacho y lo metieron en un tarro, el tipo se montó en un taxi y pa’casa”. Lo cuenta de pasada, casi de casualidad, después de explicar que no sabe bien la razón pero que siempre ha temido dos cosas: a los muertos y a los médicos.

Pilar León en el chano de Santa Cruz de Montes.

Parlanchina, con arrestos y con un pelazo de seda plateada que bien podrían utilizar las firmas de cosmética como reclamo para los productos anticaída que llenan los escaparates de las farmacias, Pilar León Viloria, dice, es como su nieta, “paramos en un semáforo y ya tenemos amigas”. Creció en el Bierzo Alto, en un Santa Cruz de Montes que a finales de los cuarenta estaba hasta los topes de andaluces, gallegos, extremeños y portugueses. Porque no hace tanto, los pueblos de las cuencas mineras no sabían lo que era una casa deshabitada. “Y antes el que menos tenía, tenía cinco o seis hijos”, así que había dos escuelas, “una de chicos y una de chicas” con alrededor de cincuenta chavales por clase. Cada niño llevaba una lata de carbón para calentar el aula y cada mañana les preparaban leche con polvos en una gran pota encima de la estufa. “Eso nunca lo tomé porque me daba mucho asco, pero para merendar nos daban mantequilla y queso, ¡y qué rico estaba aquello!”.

Recuerda espantar a los murciélagos con fullacos (ramas de roble), saltar a la comba, jugar al tres en raya e ir al castro a por leña los jueves por la tarde. También sabe por qué nunca fue fumadora. “Ya habían empezado a llegar los periódicos al pueblo y una tarde, mientras estábamos con las vacas, envolvimos las ramas secas de la patata con ese papel y fumamos. Di una calada y se me quedó la lengua quemada, no me gustó nada”. Su vida dio un giro con 12 años, cuando la enviaron interna a un colegio femenino en Irún donde les enseñaban “a coser y las cuatro reglas”. Y a los 15, cuando terminó la aventura vasca, se fue a París a visitar a su hermana y pensó “yo ya me quedo aquí”. Podía quedarse tres meses sin papeles y eso hizo mientras trabajaba limpiando escaleras “con un frío que te congelas”. Pasado ese tiempo tuvo que regresar a España, “pero a los 17 volví a París y ya me quedé hasta el 67”.

A Pepe, su marido desde hace 56 años (“sí, hija, ¡56 años aguantando ahí!”) lo conoce desde siempre. “Éramos vecinos y siempre anduvo detrás de mí”, reconoce entre risas. Y si en París Pilar cuidó niños durante cinco años, cuando se casaron en Santa Cruz de Montes en el 67 todo comenzó de nuevo a girar alrededor de la mina. Su padre había trabajado en la de Viloria, en Torre del Bierzo, su marido en Campomanes y después en el pozo Salgueiro hasta la jubilación, y ella tiene la piel “así de fina”, cuenta con guasa, por todas las fundas que lavó en el pilón bajo el agua helada. Porque tras volver de Francia se empleó limpiando las oficinas de Salgueiro y lavando y cosiendo la ropa de los mineros. Estamos casi seguros de que en una hipotética encuesta millones de mujeres votarían a la lavadora como el mejor invento de la historia.

“A mí me da igual estar en León, que en Santa Cruz, que en París. Y si estamos los cuatro juntos (su marido, su hija y su nieta), mejor todavía”. Y la Pilar que perdió el miedo a la muerte acompañando de la mano a su madre en la suya, sonríe con los ojos porque la mascarilla tapa su boca mientras recuerda, seguramente, las sopas de ajo y las patatas viudas que le preparaba cuando era niña.

Pilar y el resto de niñas en el colegio de Irún.

Pilar en la era de Santa Cruz de Montes.

Pilar con una amiga en las fiestas de Torre del Bierzo.

Pilar en París en 1967.

Pilar en una comida con amigos en el pueblo.

Pilar y Pepe el día de su boda.

Pilar con su marido Pepe y su hija Marifé.