Un niño rubio y con gafas estampándole un buen bofetón en la cara, ese es su primer recuerdo de Alemania y se ríe mientras cuenta que todo su pecado fue cogerle a aquel crío un juguete. Pedro Pérez Láiz nació en el número 31 de la calle Real, en Fabero, y tenía tres años cuando llegó a Alemania siguiendo los pasos de su padre, que marchó abriendo camino y rebatiendo aquello de que todos los que se iban lo hacían con trabajo. Arribó en la cuenca del Ruhr, donde su padre y su tío habían descendido de un tren después de descubrir que Francia no les gustaba y seguir camino. “Aquí tenía una zapatería, un huerto y trabajaba en la mina, pero no llegaba para todos. Y por eso se fue, pero como turista”. Que en este caso no quiere decir con una pulsera de todo incluido y un billete de Ryanair, sino más bien sin empleo, sin rumbo fijo y con la maleta de cartón que identificaba al español pobre en las estaciones de media Europa. Volver era la palabra mágica, cuando se pudiera, cuando se ahorrara lo suficiente como para comprar un piso y montar un negocio, ese era el sueño de todos, de la mayoría. Ellos volvieron. Y ahora, 61 años después de que su padre llegara desorientado a Essen, casi cuatro décadas después de abrir en un rincón de seis metros cuadrados la quinta zapatería que había en Fabero, Pedro baja la trapa y ya no quedará ninguna.

Pedro Pérez en la zapatería
“Hasta los 15 o 16 años yo me creía alemán, creía que tenía los mismos derechos y obligaciones que ellos hasta que empecé a ver que muchas veces había rechazo. Por eso me duelen ahora algunos comportamientos, porque nosotros fuimos emigrantes y parece que ya no queremos recordar eso”. La memoria es caprichosa y se deforma con el tiempo. “En Alemania”, explica, “nos llamaban gastarbeiter, que significa ‘trabajador invitado’, y un invitado siempre se va”. Su padre trabajó en una zapatería y en una fábrica de fundición antes de montar la primera de las cinco sastrerías que llegaría a regentar. “Siempre llevaba sastres de España”. Y Pedro, que empezó el parvulario con el susto del guantazo de bienvenida, a los 10 años ya hablaba perfectamente alemán en aquella cuenca minera tan distinta de la suya. Allí terminó el bachillerato, estudió mecánica industrial y vivió dos años con su mujer, Marga, antes de regresar al Bierzo. “A ella no le gustó el ambiente alemán y nos volvimos. Mi idea siempre había sido volver, pero volver a Fabero, no a Madrid ni a ninguna otra ciudad”.
En Alemania les daban a los mineros, por convenio, un litro de leche al día. Aquí llevaban la bota de vino”
A los 28 años llegó a un municipio con más de 7000 habitantes, “era un Fabero vivo, había cincuenta licencias de bares y movimiento en todos los sentidos”. ¿Encontró alguna similitud entre la cuenca de la que venía y a la que llegaba? “Pocas. Allí les daban a los mineros, por convenio, un litro de leche al día. Aquí llevaban la bota de vino”. Él, que se si hubiera metido en la mina le habría dado a su padre “el mayor disgusto de su vida”, empezó a trabajar con su suegro en ‘Confecciones Morán’ mientras acondicionaba un rincón en el bajo de su padre. “En el 83 abrí la zapatería. Compré mis primeras máquinas por 800.000 pesetas y al poco tiempo ya las había amortizado. De aquella había mucho trabajo y la gente reparaba el calzado porque era calzado bueno. A veces estaba aquí hasta las once de la noche”.
Y no tan larga como su carrera de zapatero pero quizá más intensa fue su experiencia en la política municipal. Pedro, que se presentó como independiente por el PSOE en el 91 y a los cuatro años repitió candidatura por Izquierda Unida, fue concejal de Juventud, Cultura y Medioambiente del 91 al 93, convirtiéndose además en el único miembro del equipo de Gobierno en votar en contra de los cielos abiertos. “De aquella ya denuncié que se estaba quemando carbón del exterior y vendiéndolo como si fuera de aquí”. “¿Y ahora qué? Si no se hicieron las cosas en su día cuando se empezó a hablar del cierre de las minas y le dieron esto a Victorino para que lo liquidara, ahora ya nada. Ya no le interesamos a nadie”. Y puede que no, pero sus palabras aún filtran cierta impotencia.
A Pedro, que después de trabajar le toca vivir, viajar, atender el huerto y disfrutar mucho de sus nietos y de su compañera de vida, le gustaría que la zapatería tuviera continuidad, echar una mano a alguien que quisiera tomar el relevo para seguir arreglando calzado, bolsos, poniendo tapas y tapizando asientos. Para hacer algo ahora que todavía se puede, para no ser él, Pedro, el último zapatero de la cuenca de Fabero.

Pedro con la familia, “lo más importante”

En el huerto con su nieta en lo que serán dos de sus ocupaciones a partir de ahora, ejercer de abuelo y cuidar el huerto.

Pedro con su compañera de vida, Marga. “El nacimiento de mis nietos fue lo más”.