La abuela de Nicanor vivió pensando que de un momento a otro su marido iba a aparecer por la puerta. La muerte también es cuestión de fe y ella no la tenía. Sí en las palabras, en las de él, cuando en una de sus visitas rutinarias a la cárcel de Oviedo le dijo que no volviera al día siguiente, que iban a trasladarlo, y en las de la gitana que le leyó la mano muchos años más tarde y le juró que estaba exiliado. Álvaro Ordiz Sánchez, detenido con 30 años y fusilado una madrugada contra la tapia del cementerio El Salvador de Oviedo, nunca fue abuelo. Pero su nieto, Nicanor García Ordiz, forma parte de la causa abierta en Argentina para poder recuperar sus restos. “Me enteré de todo esto ya de mayor, porque el silencio se impuso”. El silencio y la tierra, porque cuando solo tenía dos años la familia cogió el petate y abandonó una cuenca para trasladarse a otra. “Mi padre fue uno de los desterrados en la huelgona del 62”. Así llegó Cano, futuro minero, escritor, vendedor de biblias (prometemos volver a esto más tarde) y presentador de radio, a ser un berciano nacido en Asturias que arma belenes poco cristianos.

Nicanor García Ordiz, con un año, en Asturias

Nicanor García Ordiz, con un año, en Asturias

Tenía dos años cuando llegaron a Bembibre y su padre entró a trabajar como picador en Antracitas de Brañuelas, aunque no habían pasado once meses y ya se habían instalado definitivamente en Matachana. El cole, los juegos, las clases segregadas, montones de niños y los bares hasta los topes cada vez que emitían fútbol o boxeo, esos son los recuerdos que conserva de una infancia feliz que se terminó de golpe con 11 años. “Llegó un día mi padre y me dijo que el próximo curso iría a estudiar fuera”. El cambio llegó de la mano de una normativa del gobierno franquista llamada reaseguro y que, según cuenta, permitía a los hijos de mineros fallecidos o jubilados estudiar en centros religiosos. “El cura que lo gestionaba en el Bierzo Alto metió en el sistema también a los hijos de los mineros en activo”. Y así fue como Cano se marchó en el 71 a Murguía, en el País Vasco. “Para mí fue un trauma separarme de mi familia. Era por sorteo, a mi hermano, por ejemplo, le tocó en Chiclana”. En el colegio, que regentaban los Paúles, había entre 300 y 400 chavales internos que se dormían con música clásica y se despertaban a toque de diana, y en él, entre misas y rosarios “todo el rato” pasó Cano tres años hasta que lo enviaron a hacer BUP a Zamora con los Jesuitas.

Tras Matachana y Murguía, Zamora se le antojó al adolescente poco menos que Londres, aunque no aguantó mucho en ella. “Antes de terminar el curso volví al pueblo y mi padre se disgustó un montón y me puso a trabajar, así que pensé que casi se estaba mejor estudiando”, ríe. Pasó por un curso de auxiliar administrativo en Bembibre, acudió a sus primeras reuniones del PC, se marchó a Madrid a buscarse la vida y se afilió al PSOE en Alcorcón. En la capital trabajó vendiendo seguros de Santa Lucía y también un pack de Biblia más Quijote de puerta en puerta que no acabó haciéndolo millonario, así que regresó al Bierzo. Y entró en la mina. Primero como vagonero, aunque pasó por casi todos los puestos hasta acabar de picador, como su padre. A finales de los 80 estaba en Escandal cuando un accidente lo dejó varios días en coma. “Pero yo ya tenía cuatro hijos y al poco de despertar pedí el alta voluntaria”. Sirvió de poco, el golpe, un severo traumatismo craneoencefálico como dijeron los médicos, había sido de aúpa. Le dieron la incapacidad permanente para trabajos que requirieran esfuerzo físico.

Fue entonces cuando empezó a escribir, o cuando lo retomó, porque de niño había ganado varios concursos de relatos y poesía. Y como había que comer, también reanudó su carrera como vendedor y tocó casi todos los palos, de coches, de muebles y hasta de inmuebles. Hasta que un día pensó que no quería vender nada más y se empleó como recepcionista en el Hotel Bembibre. Pero estaba por llegar otra vuelta de tuerca, el niño que creció escuchando la radio mientras su madre cosía se convirtió en trabajador del medio. Y a lo grande, además. Nada menos que llevando un programa de cuatro horas diarias en FM Bierzo que había que llenar con actualidad, colaboraciones y entrevistas. Quedan más cosas, por supuesto, tardes literarias, el programa ‘Noches de luna’ que se emitía por internet y que se llegó a escuchar en más de cincuenta países, dos novelas publicadas, un libro de relatos cortos, el poemario ‘Después de todo’, columnas en prensa y hasta la dirección del insólito Belén de Matachana en el que participan más de 40 actores. Nicanor García Ordiz solo se queda quieto para dormir y solo lo consigue escuchando la radio, “si viajo me llevo una portátil”. Les garantizamos que escucharlo a él es un gusto.

Nicanor García Ordiz, en un día de Reyes en Matachana en los años sesenta

Nicanor García Ordiz, en un día de Reyes en Matachana en los años sesenta

Nicanor García Ordiz, en el colegio de los Padres Paúles de Murguía (Álava) en el año 1971

Nicanor García Ordiz, en el colegio de los Padres Paúles de Murguía (Álava) en el año 1971

Nicanor García Ordiz, en el colegio de los Padres Jesuitas de Zamora en el año 1975

Nicanor García Ordiz, en el colegio de los Padres Jesuitas de Zamora en el año 1975

Nicanor García Ordiz, en un recital de poesía

Nicanor García Ordiz, en un recital de poesía

Nicanor García Ordiz, con el micrófono de FM Bierzo

Nicanor García Ordiz, con el micrófono de FM Bierzo

Nicanor García Ordiz (izquierda), con el poeta Antonio Gamoneda

Nicanor García Ordiz (izquierda), con el poeta Antonio Gamoneda

Nicanor García Ordiz, con uno de sus nietos, la pasión de su vida

Nicanor García Ordiz, con uno de sus nietos, la pasión de su vida

Un dibujo de Nicanor García Ordiz

Un dibujo de Nicanor García Ordiz