A Matilde, que siempre fue panadera, lo que le gusta es la juerga. Le viene de su padre, dice, que era así, “juerguista hasta decir basta”. Y es que hay mujeres como cumbres, como picos que sobresalen a pesar de las nevadas y los deshielos, a pesar de los envites, que en su caso no fueron pocos. “Siempre está metida en todos los saraos, ella y sus hijas son el alma del barrio”, nos cuenta una vecina. Será cosa del carácter, una manera más de estar en el mundo, porque viuda a las 30 años, con dos hijos pequeños, sin una peseta en la cartera y empeñada hasta las cejas, “el humor nunca me faltó”, suelta tan pancha. Tampoco las ganas de trabajar (y si no las tenía las hizo). Aquí huele a pan recién hecho, a dulces y a empanada. Con el mandil de flores cruzado y sin apear la sonrisa, nos recibe revisando fotografías antiguas en la pequeña cocina que guarda el obrador de Casasola, donde ahora amasan, reparten y atienden sus hijos, “yo ya solo me dedico a barrer”. “Y a las relaciones públicas, por supuesto”, aclara su hija Merce.  

 

La panadería Casasola en La Placa tal como era cuando abrió en el 73

Huérfana de pueblo, Matilde llegó a La Placa con sus padres con apenas 12 años, cuando las calles de su Posada del Río natal quedaron sumergidas bajo las aguas del pantano de Bárcena. “Yo era una niña, pero mis padres sí que lo sintieron, les afectó mucho”. “¿Que a qué jugaba? De aquella no se jugaba, íbamos con las ovejas y con las vacas”. Las amigas, cuenta, ya las hizo en su nueva casa. “De aquí recuerdo que hacíamos la leche en esas perolas enormes en el colegio, que las calles estaban sin asfaltar y las casas salteadas”. Aún era una cría cuando conoció a Ángel Alonso Casasola en la panadería de Abel en Flores del Sil. A él, su futuro marido, que era de Zamora y vivía en Villagloria, “un vecino le había hablado de mí, de que yo le iba a gustar”. Y así debió ser, porque un año después se casaron. “Yo tenía 17 y el 18”.

Primero fue la boda, después la mili y en el 68 abrieron su primera panadería, ya con el nombre de Casasola pero aún en Flores del Sil. “Ángel había trabajado como panadero con Abel y con Porfirio, pero para mí fue muy duro al principio, no tenía ni idea y se me pegaba toda la masa”. La jornada empezaba a las tres de la mañana y acababa a las dos de la tarde. “Hacíamos roscas, roscones, pan y hogazas, sobre todo hogazas”. Cuatro años más tarde se instalaron en La Placa y el 2 de abril del 73 inauguraron el negocio que hoy, medio siglo después, sigue en pie a la fuerza (de ella). A la garra que nace de la necesidad. Porque cuando el marido se te muere y tienes dos hijos pequeños y muchas deudas, sigues. O no. Ella siguió.

Fiesta en La Placa

Fiesta en La Placa

“Hacía el pan, lo repartía puerta por puerta y luego me iba en la primera furgoneta que tuvimos a Astorga para vender el resto”. Después de enviudar se volvió a casar “porque necesitaba ayuda”, explica, y tuvo dos hijos más, “lo mejor que me dio”. Pero ayuda, poca, “más trabajo que otra cosa”. “Durante años saqué un crédito para pagar otro” y su mayor suerte fue la gente que se encontró en el camino. “El dueño de Harinas Carbajo, como ella no le podía pagar, le mandaba un talón para pagar su propia harina. Tenía fe en ella y gracias a eso salió adelante”, recalca su hija. “Había días que ni dormía” y, sin embargo, las ganas de fiesta nunca le fallaron. “El brazo gitano de tres metros y medio que empezó a hacer mi padre para regalar en las fiestas de la Placa ahora es el triple de grande y no se ha dejado de hacer ni en pandemia”.

¿El mejor momento? “Todos con los amigos y con los vecinos, se volcaron”. Hay mujeres como cumbres, y la fiesta, como la procesión, va por dentro. 

Matilde Ramón de (más) joven

Matilde y Ángel bailando en una fiesta

Ángel Alonso Casasola

El obrador de la panadería Casasola tal y como estaba hace unos cuantos años.

Matilde en la puerta del despacho Casasola

Matilde en la puerta del despacho Casasola