Habíamos escuchado hablar de ellas, pero como del urogallo, personas raras, de esas que no dicen ‘ojalá volviera a tener 20 con lo que sé ahora, sino ‘si volviera a empezar haría y sería lo mismo’. Dichosas ellas que al volver la vista atrás ven la senda que volverían a pisar mil veces. Es domingo y el centro de Ponferrada está desierto. Como todavía anochece temprano vamos primero a hacer una foto, ¿te parece? “Claro, como queráis”. Y ya en la puerta de la tienda que es su casa suena un teléfono y aparece Enci, la pequeña de sus dos hijas. Sonríe, la mira, le retoca el pelo con las manos. “Así estás guapa”, le dice. Es cierto. Nacida y criada en la zona alta de Ponferrada, María Encina Fernández heredó la vocación paterna y vendió todo lo que se le puso por delante durante 44 años. Más de cuatro décadas al frente de la tienda de moda Rubén, en la calle del Cristo, que dieron para casi todo lo bueno y para casi todo lo malo. ¿La única certeza? “La vida te va colocando”. Los planes, en fin, son solo eso.  

María Encina Fernández, con su padre, Rubén, que dio nombre al negocio

María Encina Fernández, con su padre, Rubén, que dio nombre al negocio

Pocos de los que hoy peinan canas no compraron sus primeros vaqueros en Rubén. La tienda original, por contextualizar, la abrió su padre en la Plaza de la Encina en 1945 después de recorrer la comarca como tendero ambulante durante seis años. Aún faltaban un par de décadas para que la Puebla se convirtiera en el vibrante barrio comercial que fue y tanto el comercio como el mercado estaban entonces en la zona alta. Tampoco se vendían vaqueros en los años 40, sino telas que más tarde madres, abuelas y los sastres y costureras de cada pueblo convertirían en pantalones y faldas. Pero la cosa fue cambiando, y aunque hubo quien se resistió a abandonar los pantalones de vestir planchados con raya, los vaqueros comenzaron a ser en los 70 la prenda preferida de la chavalería. Rubén, al que todos conocían como el Chato, lo supo ver, como vio que la actividad económica se estaba mudando hacia abajo.

María Encina creció en esa plaza con la que comparte nombre. “Era una ciudad distinta, ¿quién me iba a decir a mí que íbamos a estar tomando un café en una terraza en la plaza?”. La única prioridad de sus padres, cuenta, “era que estudiáramos”, así que pasó del Colegio Espíritu Santo a las Concepcionistas para hacer magisterio. El plan, obviamente, era ser maestra, pero trabajó como profesora en la Escuela Hogar de Villafranca durante un solo curso. “Después, mi padre necesitaba a alguien y a mí me gustaba”. ¿Se arrepiente? “Yo he trabajado con tres personas en mi vida, con mi padre, con Víctor (su marido) y con Enci. Esa es mi suerte, haber trabajado en algo que me encanta con la gente que quiero”.

A Víctor Ordás, el hombre con el que compartió su vida, lo conoció en el Temple cuando él tenía 17 y ella 16 años. “En realidad a mi amiga le gustaba su amigo y por eso nos conocimos”. Fue un noviazgo largo y de carta diaria (“el wasap de la época”) porque él se fue a estudiar medicina a Oviedo. “Hablábamos una vez a la semana por teléfono y rápidamente alguno gritaba ¡cuelga, que es conferencia!”. Cuando se casaron, ella tenía 27 años y ya trabajaba en la tienda. “De aquella, la calle del Cristo tenía tráfico, aceras pequeñas y una vida tremenda”. Allí estaba ella, en la calle más comercial de Ponferrada, la primera que se peatonalizó en los 80, vendiendo la ropa de moda a la juventud de todo El Bierzo. “Fue un tiempo extraordinario. No había franquicias y tampoco centro comercial, afortunadamente”.

El mercado de los miércoles y los sábados, las ventas marcadas por los horarios de los coches de línea que llegaban de los pueblos, los comercios hasta los topes de gente, María Encina ha sido testigo privilegiado de los cambios que han convertido esta ciudad en otra. “Todo el que entra en la tienda es ya un poco más que cliente”. “Lo bueno, aunque parezca mentira, es que sigue habiendo mucha gente a la que le gusta que la atiendan personalmente, y mi madre es la mejor tendera que hay”, apunta Enci. Ella también trabajó en la tienda en plena pandemia cuando su padre ingresó por coronavirus. “Lo cogimos los tres, mi madre, mi padre y yo, pero mi madre estaba recién operada y dándose quimio”. María Encina, que ya había pasado por dos cánceres y estaba tratándose el tercero, era la preocupación de la familia y Víctor, que nunca había pisado un hospital, murió después de cuarenta días en la UCI.

Todo cambia menos, con mucha suerte, las ganas de seguir adelante. “Ella es muy fuerte. Nunca se queja y siempre está dispuesta a ir a tomar una caña”, y la que habla es Enci mirando a su madre con una admiración que conmueve. María Encina sabe bien que “en la vida no mandamos nada”, pero dicen por ahí que los más afortunados pueden volver la vista atrás y afirmar: “si volviera a nacer, volvería a ser tendera”.

Gloria Díez (en el centro de la segunda fila empezando por abajo), en el Colegio Espíritu Santo de Ponferrada

María Encina Fernández (cuarta por la derecha en la fila del medio, junto a la monja), en el Colegio Espíritu Santo de Ponferrada

Recorte de la publicación 'La Gaceta' con una semblanza de Rubén Fernández 'el Chato', padre de María Encina Fernández

Recorte de la publicación ‘La Gaceta’ con una semblanza de Rubén Fernández ‘el Chato’, padre de María Encina Fernández

Primera ubicación del comercio, en la plaza de la Encina

La primera tienda Rubén en la calle del Cristo de Ponferrada estaba al otro lado de la actual

La primera tienda Rubén en la calle del Cristo de Ponferrada estaba al otro lado de la actual

María Encina Fernández, con su marido, Víctor Ordás

María Encina Fernández, con su marido, Víctor Ordás

María Encina Fernández, con su hija Enci

María Encina Fernández, con su hija Enci

María Encina Fernández, en la tienda Rubén

María Encina Fernández, en la tienda Rubén