Si hablamos de cuidados hablamos de mujeres. Por mucho que la sentencia pueda herir sensibilidades y admitiendo que cada vez son más los hombres que se comprometen con una tarea vital, las cifras son incontestables. El 89% de las cuidadoras en España son mujeres. Margarita Tahoces es un buen ejemplo de ello. A punto de cumplir 91 años, esta señora amable, de paso firme y pelo blanco, lleva toda una vida cuidando a sus familiares, madre, tíos, marido y hermano. De lunes a domingo, llueva o truene, Margarita se monta en el minubús que la deja en el Hospital de la Reina a primera hora de la tarde. Todos la conocen. Con más de veinte años de servicio a sus espaldas, es la voluntaria más veterana de la clínica. “Yo tengo poco que contar”, dice dubitativa tras el mostrador de la portería que atiende cada día entre las 17.00 y las 18.00 horas.

Margarita Tahoces, en una celebración con religiosas del Colegio Espíritu Santo de Ponferrada

Margarita Tahoces nació en la calle Capitán Losada de Ponferrada un 28 de junio. Con siete años se fue a vivir con sus tíos a la Calle Ancha, donde se crió entre los campos aun sin urbanizar jugando al escondite y a las casitas. “Se hacían muchas ferias y recuerdo bien las fiestas de San Antonio, se ponían unas barcas y había baile y verbena”, cuenta. A diario bajaba a ver a sus padres al barrio de La Puebla atajando por “la huerta del nogal o del raposo”, un terraplén que ya no existe donde ahora se encuentra el ascensor que lleva a la parte alta de la ciudad. Como era común, los niños tenían que trabajar, aunque fuera ayudando en los negocios de sus familiares. Margarita iba a guardar las viñas que sus tíos tenían en la carretera de Molinaseca “para que no entraran a coger las uvas”. “También iba a guardar el vino mientras lo hacían para que mi tío fuera a jugar la partida a La Obrera”, recuerda.

La muerte de su padre llegó cuando solo tenía 14 años. Apenas había dejado atrás la niñez cuando asumió por primera vez el rol de cuidadora. Al casarse regresó a su barrio natal. “Acostaba a los niños y subía a cuidar a mi tío, ya me conocían todos los serenos”, ríe. Durante 10 años acudió también a cuidar a su tía enferma e instalada en la residencia Hogar 70 en Fuentesnuevas. Pero el golpe más duro llegó con el derrame que dejó a su marido incapacitado con setenta años. “Lo ingresaron en La Reina y yo empecé a venir cada día, cuando se murió continúe viniendo.”. Así empezó una carrera como voluntaria en la que ha hecho de todo, planchar ropa, atender la puerta, y acompañar a los enfermos y a sus familias.

Hace tres años ingresaron a su hermano. Desde entonces su rutina ha variado. Continúa atendiendo la portería durante una hora y dedica el resto del tiempo a acompañarlo. “Antes era muy glotón así que ahora le tengo siempre galletas maría y cosas así por si le entran ganas de algo dulce”, dice.

Margarita Tahoces (segunda por la izquierda)

La pastoral de Astorga valoró su dedicación con un homenaje. “Cuando el Obispo venía aquí me daba un par de besos, yo me quedaba alucinada”. También La Morenica la obsequió con una placa y un ramo en la cena organizada hace un año como agradecimiento a la socia más antigua y de mayor edad. “Eso viene de mi marido, a él le gustaba el fútbol y cuando se jubiló siempre estaba echando una mano a la Ponferradina en lo que podía”.

¿Hay días en los que le cuesta venir? “Ya”, responde, “pero hay que venir”. “Si no hubiera venido aquí, igual hubiera estado en casa tirada en el sofá, ¿y entonces qué?”.

El día de su Primera Comunión

A la derecha, junto a tres amigas en Ponferrada

Con sus hijos y su marido, Ramiro Rodríguez Seco

Primera por la derecha en una celebración en la Basílica de la Encina

Un año en la procesión del Día de la Encina en Ponferrada

En una celebración de la Morenica junto al presidente del club, Jesús Álvarez (en el centro), y su marido, Ramiro Rodríguez Seco

En un magosto en Villanueva de Valdueza

Margarita Tahoces es voluntaria del Hospital de la Reina en Ponferrada