Su trayectoria, que es historia de la televisión en España y que se cerró hace unas semanas en Huelva entre tecnología en alta definición, comenzó a labrarse con 15 años de edad frente a un aparato Philips en blanco y negro en el bar El Feo de la parte alta de Ponferrada. Allí, a un país también en blanco y negro, se asomaba su ídolo. “¡Cómo me gustaría hacer lo que hace él!”, se decía Manuel Ovalle mirando a Miguel de la Quadra-Salcedo. Cuatro años después le concertaron una cita y fue a Madrid haciendo autostop. “Me temblaban las piernas”, señala al recordar el encuentro con quien había sido incluso atleta olímpico antes que reportero, que lo llevó en su coche descapotable a hacer (y superar) unas pruebas a Prado del Rey para entrar en Televisión Española. El mismo ente público que lo acaba de jubilar con un frío correo electrónico le ofreció un año de formación para lanzar desde el 1 de noviembre de 1974 la carrera del que ha sido el reportero gráfico más longevo del país.

Manuel Ovalle, tras 47 días en el Desierto del Sáhara
Manuel Ovalle forjó de niño su afición por la tele frente a un aparato en blanco y negro Philips en el bar El Feo de Ponferrada. “¡Cómo me gustaría hacer lo que hace él!”, se decía mirando a Miguel de la Quadra-Salcedo
España todavía era un país en blanco y negro cuando apenas un año después le tocó paradójicamente iluminar una secuencia para la historia, la del cierre del ataúd del dictador Francisco Franco en el Palacio de Oriente. Tenía 20 años de edad y tuvo que hacerse con una corbata negra y una chaqueta. “Hice aquel trabajo sin darle mucha importancia”, matiza quien por entonces veía con envidia cómo los compañeros más veteranos viajaban a ‘puntos calientes’ del planeta, un ‘privilegio’ para el que debía esperar tres años. Así, tras su primer viaje a París en 1977, fue en 1979 a cubrir el golpe de Estado en Guinea Ecuatorial y se acabó quedando cinco meses, un curso acelerado de periodismo junto a colegas de la talla de Manu Leguineche. “Allí tuve miedo”, confiesa. “Televisión Española no te obliga a ir a esos lugares. Pero yo me apuntaba a todo. Jamás dije que no a nada. Y jamás estuve de baja”, cuenta. Sobre el papel oficial de la vida laboral figuran 17.543 días trabajados; a sus espaldas se acumulan en ese tiempo 15 guerras, tres bombardeos, dos terremotos y varias catástrofes humanas.
Había otros episodios históricos que filmar lejos de ‘puntos calientes’ donde humeaban las bombas. Así, en plena Guerra Fría, fue en 1987 con Rosa María Calaf a inaugurar la corresponsalía de Televisión Española en la Unión Soviética. Tras la caída del telón de acero, acostumbrado ya a vuelos de muchas horas para aterrizar en los conflictos, Ovalle supo lo que era captar ruido de ametralladoras a tres horas de Barajas en la Guerra de Bosnia. Cuatro veces estuvo a punto de perder la vida: en el Chad, en el Líbano, en el Sáhara y la última en la Guerra de Irak en 2003 cuando le dijo a Almudena Ariza que no iba a grabar de noche en el Kurdistán, en una operación en la que acabaron muriendo 38 periodistas por ‘fuego amigo’. “¡Hijo de puta”, le dijo entre lágrimas la reportera, “me has salvado la vida!”.
España ya era un país en color que homologaba su democracia y se abría al mundo con acontecimientos a los que también puso imágenes como el Mundial de Fútbol de 1982 o los Juegos Olímpicos de 1992. Pero había pulsiones de regresión al blanco y negro que vivió como el día en que acudió al Congreso de los Diputados a prestar una asistencia a una televisión francesa. Fue el 23 de febrero de 1981… Y la ‘España negra’ se le presentó frente al visor de su cámara en agosto de 1990 en la matanza de Puerto Hurraco, donde filmó un plano secuencia de tres minutos y quince segundos que abrió el ‘Informe semanal’. Algunos vieron en aquellas coberturas el comienzo del sensacionalismo televisivo. Él, aun admitiendo que son “imágenes fuertes”, niega la mayor. “Hay que grabarlo todo, pero no hay que cebarse”, precisa.
Cubrió 15 guerras y dos terremotos en una carrera de casi 47 años: “Televisión Española no te obliga a ir a esos lugares. Pero yo me apuntaba a todo. Jamás dije que no a nada. Y jamás estuve de baja”

En los Andes peruanos, a 3.500 metros de altitud, con un grupo de niños y niñas con bebés a sus espaldas

Credencial de acceso al Congreso de los Diputados que salió en la portada de la revista Teleradio con motivo del 23F

Sobrevolando Yucatán (México)
“Soy un profesional de captar imágenes. Y a veces te jode que no salgan porque te juegas la vida”, admite al recordar que TVE no emitió las que hicieron que la ONU instara a Haití a “enterrar los muertos con dignidad”
Manuel Ovalle sabe bien la importancia de una imagen por dura que sea. Y así lo constató en 2010 en el terremoto de Haití, donde siguió a unos camiones hasta descubrir (y grabar) que tiraban cadáveres junto a los escombros. TVE no las emitió, pero sí las distribuyó. “Soy un profesional de captar imágenes. Y a veces te jode un montón que no salgan porque tú te estás jugando la vida”, admite. Aquellas sirvieron para que la ONU instara al Gobierno haitiano a “enterrar los muertos con dignidad”, todo un honor para un reportero gráfico que se puso una camisa de presidiario para captar al lado del papa Juan Pablo II el sonido de la visita del pontífice al campo de concentración de Auschwitz o se disfrazó de médico tras la muerte del opositor filipino Benigno Aquino en Manila.
El berciano, que aplicaba lecciones aprendidas de aquellas figuras con las que compartía experiencias (acabó haciendo Rutas Quetzal con Miguel de la Quadra-Salcedo), cree que la incorporación al mapa televisivo de las privadas en los noventa acabó rompiendo códigos deontológicos y ‘matando’ al gran profesional de la televisión. “Hoy apenas quedan tres o cuatro -sentencia citando entre ellos a Almudena Ariza-; el resto es circo. La televisión ya está inventada. Y ahora a los enviados especiales los ponen en balcones porque quieren personalizar su imagen. Antes reportajeábamos la calle”. Él, que al principio hacía creer en casa que iba a grabar el Festival de Cine de Cannes cuando hacía las maletas para desplazarse al frente, siempre fue consciente de que “ir a la guerra es una lotería”: “Y a la vuelta, en el sofá de casa, decías: no vuelvo”. Pero nunca dijo ‘no’.
Ovalle, que creció en el barrio de Santa Marta y hacía de auxiliar del corresponsal de la zona antes de marcharse (“todo el que tenía inquietudes se marchaba entonces de Ponferrada”, dice), regresaba de cada cobertura intensa a relajarse al Bierzo, donde ‘parió’ la idea de un programa, ‘El ojo en la noticia’, que diera protagonismo a quienes hicieron su vida profesional detrás de la cámara. Hace cinco años, tras una larga trayectoria en Madrid y otras coberturas como la del Mundial de Sudáfrica de 2010 victorioso para España (“me decían: Ovalle, estás en todas. Eso es suerte profesional”) sin esconder que a veces no se puede llegar a todo (le habría gustado cubrir el rescate de los mineros chilenos, pero estaba en Estambul), fue a hacer un reportaje a Huelva. “Me gustó la calidad de vida y una mujer”, dice para relatar su último destino: el de corresponsal para la zona occidente de TVE en Andalucía. Nos lo cuenta en el mesón de Villar de los Barrios entre mencías quien llevó pimientos de la huerta ponferradina de su abuelo José Álvarez al Polo Norte geográfico. “Al Bierzo lo llevo siempre conmigo”, añade antes de cerrar el plano y brindar por una nueva vida.
“La televisión ya está inventada. Y ahora a los enviados especiales los ponen en balcones porque quieren personalizar su imagen. Antes reportajeábamos la calle”

Rodaje en Zambia

Rodaje en El Cairo

En abril de 1999, en el Polo Norte Geográfico, adonde llevó pimientos del Bierzo

En el terremoto de Haití en 2010

En el terremoto de Haití en 2010, con Almudena Ariza y Angie

Sobrevolando un portaaviones

En Gaza, con protección armada

Manuel Ovalle, en una imagen reciente en Villar de los Barrios