El pasado junio, el New York Times anunciaba que dejaba de publicar viñetas políticas en su edición internacional. Un chiste sobre el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu convertido en perro guía de Donald Trump dio al traste con el último baluarte de la libertad de prensa, la protesta a través de la risa. En la provincia y en la comarca, tal vez por olvidadas, aún vamos ganando la batalla. Leonesista ‘bercianizado’, del Celta de Vigo, ex fumador desde el día que exhumaron el cadáver de Franco y persona no grata de algunas localidades burgalesas que se tomaron a mal un par de chistes, José Manuel Redondo aparece a la hora acordada y con sus pintas a medio camino entre el guitarrista de una banda de rock de los ochenta y un personaje del Señor de los Anillos. Quedamos en Fabero, su pueblo de acogida desde hace ya unos cuantos años. “Me crie entre minas y montañas y no me encuentro bien en otro sitio, ¿por qué estoy aquí?” Para que luego digan que la infancia no marca y que no vamos buscando el mismo escenario, la misma tierra firme, una y otra vez. Ya sentados, con sus gafas oscuras sobre la mesa y un Peique en la mano descubrimos al dibujante cercano e irreverente que ha caricaturizado con lucidez los últimos cuarenta años de historia de la provincia.
“No conocí el boli Bic hasta que llegué a León, en el pueblo teníamos pizarrín, pluma y tinteros”
“Soy muy de raíces, no me gusta volar. Me siento distinto fuera, por eso viajo poco”. Quizá también porque Lolo, hijo de ferroviario, creció viendo pasar los trenes desde el apeadero de Buen Suceso, donde vivió hasta ya cumplidos los diez años. Cruzaba el Bernesga para ir a la escuela de Nocedo de Gordón, en plena cuenca minera. “No conocí el boli Bic hasta que llegué a León, en el pueblo teníamos pizarrín, pluma y tinteros, así empecé a dibujar, con tizas”. Y hubo otros cambios, “de repente, salía a la calle a jugar al balón con otros niños cuando antes solo tenía unos vecinos al otro lado de la estación”. ¿Ya sabía entonces que quería dedicarse a dibujar? “No”, pero sí había descubierto el gusto por “el papel, la pluma y hacer garabatos”. “Mi padre me traía tebeos de La Codorniz, de Mortadelo y Filemón, y me empecé a fijar en que había gente que dibujaba y se lo publicaban”.

Lolo en brazos de su madre
En León pasó por la escuela de la Hermandad Ferroviaria y por los Salesianos hasta que se matriculó en Biológicas. De no haberlo dejado, quizá hoy estaríamos hablando con el director de la Ciuden, puesto que ocupa Arsenio Terrón, su compañero de pupitre aquel año en el que Lolo hizo “vida universitaria en el Húmedo”. Pero él no tenía vocación de científico y nosotros nos habríamos quedado sin Nemesio el paisano, las prostitutas, los pobres, y las brillantes ilustraciones que pueden explicar por sí solas el fin de la minería. Con 21 años, la decisión tomada y la mili hecha, empezó a trabajar como dibujante en el Diario de León. Poco sabía entonces Lolo, que había hecho ya sus pinitos dando vida a un cristo hippie en una hoja parroquial, que en los periódicos oficiales había ciertas líneas rojas, “intocables” que conviene no tocar ni siquiera con el más sutil de los humores. ¿Algún lío que se pueda contar? Revela uno fruto del más puro azar. Como protagonistas, las hormonas de la carne y una carnicería inventada que resultó existir de verdad y nada menos que en Villablino. Aunque dicen que no hay publicidad mala, el dueño se ofuscó un poco al ver el nombre de su negocio en un chiste de esas características. Cosas que pasan.
“Mi abuela materna era de Borrenes y la paterna asturiana, una combinación cojonuda”
Sería imposible repasar todo el currículum del niño que dibujaba con tizas y ahora lo hace sobre una pantalla. En el 85 dejó el Diario de León para formar parte del equipo que fundó la Crónica de León, periódico en el que permaneció hasta su cierre en el 2013. Hoy, con más de 10.000 viñetas a sus espaldas, continúa su oficio en La Nueva Crónica “todos los días salvo tres al año”, los únicos tres que no hay prensa impresa. También ilustra libros, participa en actividades y talleres culturales con el Instituto Leonés de Cultura y hasta organiza en Fabero la única feria esotérica y de terapias complementarias de Castilla y León. El pasado 18 de diciembre presentó, junto a la periodista Diana Martínez, el tercer tomo de las aventuras de Xardón, esta vez para acercar a los niños y a sus padres los mitos, las leyendas y las tradiciones bercianas.

Con el Gran Wyoming y el resto del equipo de ‘Caiga quién caiga’ en 2007
¿Y su vínculo con la comarca? “Viene de lejos”, explica. “Mi abuela materna era de Borrenes y la paterna asturiana, una combinación cojonuda”. Le gusta la gente, “el berciano es más abierto”, y también la energía, “cambia cuando cruzas el Manzanal”. “Sin contar los que quedaron bajo el pantano de Riaño, León tendrá 1.300 pueblos y yo conoceré bien 1.000, he pasado la vida de pueblo en pueblo”. Lolo, que fue cuatro años concejal de la UPL en el Ayuntamiento de León “hace ya 20 años”, asegura que, si León fuese una autonomía, “El Bierzo podría ser perfectamente una provincia”, o más poéticamente, “El Bierzo es la Tierra Media y León es Mordor”. Sin minas y sin térmicas, “pero con los niveles de CO2 más altos que nunca, será la venganza del carbón”, la comarca es ejemplo perfecto de la famosa ‘España vaciada’ de la que Lolo, cuenta, es fan, “así podemos acoger a todos los andaluces cuando se empiecen a torrar de calor allí abajo”. Y una vez más saca a la luz el humor que ha ido puliendo durante más de cuatro décadas. “Yo el futuro que le veo al Bierzo es bestial, plantáis tontos y os crecen, crece de todo aquí”. Lo suyo sería tomar otro vino pero nos despedimos ya, que son casi las 10 de la noche y todavía no ha dibujado la viñeta de mañana.

Lolo (1960)

Lolo en el apeadero de Buen Suceso, donde se crio (1962)

Lolo haciendo la mili en la jefatura de Artillería de Tenerife (1981)

En un vertedero con los componentes del Grasilla Cómic Group

Lolo

Lolo