¿El momento más feliz de su vida? Duda un momento. “Cuando los niños eran pequeños y nada más tenía que cuidarlos a ellos, al marido, atender a los bichos y ya”. Y con ese “y ya” concluye la frase y se queda tan pancha, Luisita, como si realmente estuviese describiendo una jornada liviana. Hija de la inmediata posguerra, Luisa López González fue la niña de Paradiña. Una niña a la que la epidemia de tifus que provocó miles de muertos entre el 39 y el 43 dejó huérfana tan pronto que no conserva ni un recuerdo de sus padres. Hija única, la criaron sus tías, “que eran estupendas, pero echas de menos una madre”. Como una herida que cicatriza pero aún notas al tacto si pasas el dedo. Conserva el acento del Bierzo más pegado a Galicia, de aquel pueblo que tuvo que dejar cuando falleció su abuelo “porque me moría de pena”. La visitamos en el Castizo, el bar ahora cerrado que abrió su hijo Anibal, y en el que durante más de tres décadas ella siempre hizo más que echar una simple mano. Nos ofrece una bebida (“algo, lo que queráis ¿agua?, no hombre, ¿una fanta?”) detrás de la barra en la que se acodaban los mineros del Pozo Julia en cada cambio de relevo. “Imaginabas lo que iba a pasar con las minas, pero igual no imaginabas tanto, lloras de ver”, y lo dice ella, que desde aquí lo vio prácticamente todo.

Como la niña a la que intentaban adiestrar los payasos de la tele, Luisita pasó la infancia trabajando, sobre todo en casa, limpiando, lavando, cocinando. Recuerda aborrecer el dulzor del caldo de castañas y a la maestra del pueblo, “más holgazana no podía ser”. Paradiña, que hoy apenas llega a la veintena de vecinos, tenía entonces más de ochenta. El aula no estaba segregada por sexos, “íbamos todos juntos, niños y niñas”, aunque a los niños, claro, siempre los mandaban más a clase que a ellas. “En el pueblo solo podías estudiar hasta los 12 años”, explica, y aunque algunos padres, los que podían permitírselo, mandaban después a sus hijos a Villafranca, para Luisita terminó ahí su etapa escolar. “Se me quedó grabado, me hubiera encantado seguir, de aquella sufrí mucho”.

Al que sería su marido, Amabilio Álvarez, lo conoció en el camino de San Pedro de Olleros a Paradiña, “nos cuadró así”. Él era de Prado de la Somoza y trabajaba en la mina de Diego Pérez. Se volvieron a ver en una fiesta y se hicieron novios. Ya estaban casados y tenían una niña y un niño cuando se mudaron a Fabero. “Yo llegué aquí con 23 años”, explica, y en el 70 compraron un solar muy cerca del Pozo Julia y construyeron la casa, su casa, la que más tarde albergaría en el bajo el bar que abrió su hijo. El Castizo, que se llamó así por el mote de su marido, “estaba abierto al principio las veinticuatro horas del día”. ¿Recuerda cuánta gente podía pasar por aquí a diario? Imposible, “muchísima”. Atender, limpiar, preparar pinchos, ella hacía de todo. “Era muy sacrificado pero también muy alegre. El ambiente entre los mineros era fantástico, estaban muy unidos”. ¿Y mujeres? “Pocas, alguna pareja paraba cuando bajaba de misa de Otero, pero casi todo eran hombres”.

Aunque pasados los años 60, el sistema de arranque del pozo se mecanizó y la plantilla de trabajadores se redujo, aun fue lo suficientemente numerosa durante varias décadas como para que existieran cuatro cantinas a su vera. “El bar de Antón, el de Robles, el de Rodil y nosotros”. Hoy, todos cerrados. Como las minas. Tampoco suenan ya las sirenas que encogían el pecho. “Cuando había un accidente pasaban las ambulancias a todo trapo, te enteras al momento”. Y llegaban luego las carreras para saber qué había pasado y al hijo de quién, al marido de quién. Pero después de una vida de sobresaltos cuando murió Amabilio no hubo sirenas, ya estaba jubilado. Luisita se quedó viuda demasiado joven, ella solo tenía 60 años, su marido, 64. “Fue duro”, pero siguió, como aprendió de niña aunque no pudiera seguir estudiando. Por eso sonríe y nos pregunta qué más queremos, ¿saber o de beber? De beber, claro, porque espléndida en sonrisas y parca en palabras, cree que ya ha contado demasiado.

Luisita en la barra del Castizo

Luisa López González

Luisa López González

Luisita junto a los santos de Paradiña

Luisita