¿Cuántos años le echáis? Y ella sonríe a la pregunta que nos suelta su hijo. Evidentemente, fallamos. “Pues no, tengo 88”, replica orgullosa, y no es para menos con la vida que está a punto de contarnos. Testigo de que en esta tierra hermosa y deshabitada por la que ahora apenas pasean los cuatro ancianos que mantienen el arraigo contra viento y marea antes había familias, ganado, campos sembrados y niños, muchos niños, Bernarda Amalia Cadenas es maestra, “el título más grande que me pueden dar”. Maestra rural, porque, como aclara, “aunque ahora estoy jubilada nunca dejaré de serlo”. Una profesión a la que llegó gracias al esfuerzo de sus padres y al apoyo de sus primas, y a la que le debe una vida casi nómada, de pueblo en pueblo y con los niños (los suyos) a cuestas. “Así los crie, a los cuatro, y no me ha dolido el sacrificio que hice con ellos porque la cultura y el saber son lo que más vale en esta vida”. Sacrificio y superación, dos palabras que podrían resumir su historia.

Bernarda Amalia Cadenas, de maestra en Corullón
Bernarda nació en febrero del 32 en Villamandos de la Vega, más cerca de los páramos castellanos que de las huertas del Bierzo. “Un día me caí y empecé a cojear”. Pero lo que debía pasar rápido no lo hizo. Con solo seis años comenzó un periplo de médicos que terminó con un diagnóstico demoledor, un tumor en la rodilla. Recién terminada la guerra visitaron al doctor Mazo, un médico de los huesos que sentenció “la niña no cura si no respira aire marítimo”. El mar quedaba muy lejos del León de la posguerra. “El doctor solicitó mi ingreso en el sanatorio de Pedrosa en Cantabria y lo aprobaron”, y su padre, reacio a dejar marchar a la niña sola, cedió finalmente. “Allí estuve cuatro años, entré con 8 y salí con 12”. ¿Curada? Quién sabe, “los médicos ahora me dicen que seguramente aquello fuera una tuberculosis ósea”.
Ya en casa, que la enfermedad regresara y ellos no estuvieran para cuidarla era el gran miedo de sus padres, ¿qué iba a ser de ella entonces? “Yo no quería, pero mi padre me decía continuamente ‘tú tienes que estudiar’”. Y así lo hizo, animada por una prima que estaba en León hizo de nuevo la maleta con 14 años y recaló en la vivienda de un pariente en la capital. “No teníamos ninguna comodidad, claro, dormíamos las dos en una cama y cuando hacía frío nos envolvíamos en la misma manta”. El esfuerzo mereció la pena, aunque fue agridulce. “No me vieron convertida en maestra, el año que terminé la carrera murieron los dos, mi madre en enero y mi padre en mayo. Mis hermanos se casaron y yo ya tuve que espabilarme un poco”.
“En Ponferrada cogimos el tren a Villablino y nos bajamos en Páramo. De Páramo a Fornela fuimos caminando guiadas por el cartero”
En 1956 le dieron su primer destino como profesora, Chano, casi el fin del mundo entonces. La acompañó su hermana. “En Ponferrada cogimos el tren a Villablino y nos bajamos en Páramo. De Páramo a Fornela fuimos caminando guiadas por el cartero”. Ya en el pueblo tuvo la suerte de hospedarse en casa de Patrocinio “que tenía hasta agua corriente” y quedaba justo enfrente de la escuela. “Solo había mujeres y niños, casi 40 solo en Chano, la mayoría de los hombres se dedicaban a la venta ambulante”. La experiencia fue buena, sí, pero el lío llegaba a la hora de cobrar, “el dinero me lo mandaban a Fabero o a Ponferrada y tenía que bajar y subir andando con unas nevadas que me cubrían hasta por encima de las botas”. Cuando se terminó la interinidad, y tras unos meses en el País Vasco, le dieron plaza en Ancares. “Estaban construyendo la carretera entre Lumeras y Candín y me enamoré del hijo del contratista”, cuenta divertida. “Ellos tenían camión y un día le pedí que me bajara a Fabero, cuando me despedí le dije ‘que Dios te lo pague con una buena mujer’ y esa mujer fui yo”.
El Espino, Corullón, Corrales, ya casada continuó desplazándose a la escuela que tocara. “La de Melezna estaba en la cuadra del señor José, un hombre que había estado guardado 14 años, y debajo de la cuadra había un toro, cuando se caían los pizarrines por los agujeros del suelo los dábamos por perdidos, nadie quería bajar”. Después de un tiempo de casa en casa y de pueblo en pueblo siempre con sus hijos llegó el ultimátum de Paco, su marido, “tienes que ir pensando que tienes que dejar la escuela”, le dijo, “y ahí fue la mía”. Dejó la docencia, sí, pero solo para preparar las oposiciones, “pensé que a mis padres les hubiera gustado que terminara y no lo había hecho”. Y se marchó de nuevo, “estuve tres meses en León separada de mi hija y sin ver a mi marido, fue muy duro”. Pero de nuevo mereció la pena. Llegaron luego Hornija, Valtuille de Arriba, Valdelaloba, La Martina y Navaliegos, donde la jubilaron a punto de cumplir los sesenta tras un accidente doméstico en el que se rompió el fémur. “Solo tengo una pena y esto lo vas a escribir”, dice, “el sacrificio que hicimos para que ahora muchas escuelas estén cerradas, y mucha culpa la tienen los maestros porque nadie quería ir a los pueblos”.
Bernarda, que cree que la misión del maestro no es solo enseñar sino intentar que los niños sean felices, que enseñó el valor de la cultura a decenas de generaciones, que cree que los niños tienen que ir a la escuela en el ambiente en el que se crían y que quiere que su biblioteca se reparta a partes iguales entre Corullón y Villamandos cuando ella falte, le pregunta a su hijo al terminar la entrevista, “¿Cómo he estado, Tony?” Estupenda.

En una visita de sus padres estando ella convaleciente en Santander

Sus padres y sus tíos

Como alumna (es la cuarta por la derecha en la fila de abajo) en el Instituto Legio VII de León

Como alumna en la Escuela Normal de Maestros, Escuela de Magisterio de León

En unas prácticas de la carrera de Magisterio (la tercera por la izquierda)

Segunda por la izquierda, con sus primas y una compañera, Al fondo, el Palacio de los Guzmanes, en León

A la derecha, con su prima Aure y el marido de esta, en León. Al fondo, el Palacio de los Guzmanes

Con una de sus primas en León

Segunda por la derecha, con sus primas, en León

Su prima Aure

A la izquierda, cuando estuvo de maestra en el País Vasco

Foto de ella durante el noviazgo con su marido

Foto de su marido, Paco Iglesias, cuando eran novios

Camión de la empresa de obras de Nicanor Iglesias en el que se fraguó el noviazgo entre Bernarda Amalia Cadenas y Paco Iglesias

Moto con la que Paco Iglesias iba a las obras

Con su hijo Javier (aprobó la oposición estando embarazada) en brazos

Foto del libro de familia con sus cuatro hijos

Con su suegro, Nicanor Iglesias, y varios de sus hijos

Vacaciones con sus hijos en la Playa de las Catedrales

Vacaciones con sus hijos en la Playa de las Catedrales

Su suegro y sus nietos, en un Domingo de Ramos en Ponferrada

Con su marido, en Castrillo de los Polvazares

Con su marido en la boda de un sobrino

Típico recuerdo escolar de la época

Con alumnos en Valdelaloba

Con sus alumnos en Valtuille de Arriba

Con un premio de uno de sus hijos en el Instituto Álvaro de Mendaña de Ponferrada

En la actualidad, en Corullón, con el Ayuntamiento de fondo

En la actualidad, en su casa de Corullón