José Manuel Trabado se acostumbró desde niño a ir a contracorriente. Primero lo hizo a golpe de pedal. Y de los 10 a los 14 años de edad corrió con la Peña Ciclista Villanueva. Nacido en 1971 en Fabero, en plena cuenca minera, era entonces “el raro que iba en bici”. Zurdo de nacimiento, se empeñó luego en ir enderezando renglones. Pensó en hacer Informática, pero finalmente se decantó por Filología. “Y ahí volví a ser el raro”, abunda. Llegada la hora de hacer la tesis, la dedicó a Miguel de Cervantes. ¿Por fin un guiño a los convencionalismos? Lo habría sido si no fuera porque se centró en la poesía del autor del Quijote. Desde 2016 ostenta el cargo de director de Publicaciones de la Universidad de León (ULE), un complejo entramado para un faberense que a veces siente que ser berciano es “casi como una actividad secreta” al otro lado del Manzanal.

José Manuel Trabado, de niño, con su bicicleta Orbea verde (1981)
Se subió a una bicicleta de carrera después de que sus padres llegaran un día a casa con unos papeles que les había dado Emilio Villanueva: “Tenía una Orbea verde. Y sentía que podía salir con amigos mayores”
Ser Trabado en Fabero hoy es ser hijo del panadero o del albañil, dos ‘Josés’ que llegaron a coincidir en la misma habitación del Hospital. José Manuel Trabado es hijo del segundo sin dejar de admitir cierta sensación de culpabilidad por no haber aprendido “los mínimos gajes” del oficio. “Y tiene más mérito hacer una casa que un libro”, zanja. Se crio entre el poblado de Diego Pérez (donde vivía su familia) y el ‘callejón’ (una zona aledaña donde residían sus abuelos). Se formó en el colegio Manuel Fernández. Y se vio subido a una bicicleta de carrera después de que sus padres llegaran un día a casa con unos papeles de inscripción ciclista que les había dado Emilio Villanueva. “Tenía una Orbea verde. Y sentía que podía salir con amigos mayores”, recuerda. Llegados los 14, con los riñones adaptados a subir las cuestas del entorno y un buen expediente académico, optó por seguir con los estudios.
Deshojaba luego la margarita de encaminarse por Informática o decantarse por Filología cuando había noches de fiesta en las que, de repente, se sentía en medio de una representación literaria: “En Fabero llegaban las doce y era como el cuento de ‘La cenicienta’: todo cerraba y todo el mundo se iba a Vega de Espinareda”. Las horas en el Fornela y el “tiempo infinito de los veranos” se fueron acabando cuando llegó a la Universidad de León, se matriculó en Filología, hizo los tres primeros cursos conjuntos de Inglesa e Hispánica y eligió esta última para concluir los estudios. Siempre le gustó leer y escribir, recuerda al hilo de sus publicaciones en la revista ‘Punto y Coma’ del instituto de Fabero. “También escribía poemas. Luego he ido cambiando y me he vuelto más prosaico”, admite. Con la licenciatura en la mano, abrió varias páginas: completó el curso de adaptación para ser profesor y pidió una beca para hacer una tesis.
“¿Qué habría sido de mí de haber aprobado una oposición para ser profesor de Secundaria? Pues habría sido feliz”, se pregunta y se responde Trabado, que finalmente consiguió la beca, hizo una tesis sobre la poesía de Cervantes, ocupó un hueco que se abrió en la Facultad “de manera inesperada” en 1999 y se consolidó como profesor universitario ya con la consideración de funcionario desde 2003. Como docente de Teoría de la Literatura, entre su despacho y las aulas como territorio de acción, siente que cada mañana está ante una segunda oportunidad que le brinda la vida: “La profesión te permite intentar ser el profesor que quisiste tener”.
Había noches de fiesta en las que, de repente, se sentía en medio de una representación literaria: “En Fabero llegaban las doce y era como el cuento de ‘La cenicienta’: todo cerraba y todo el mundo se iba a Vega”

Con su padre, en la tienda de Luis y Tino, en Fabero

En la cumbre del Miravalles con su padre y su perro Toby

Con la bicicleta Orbea verde (1981)
En 2016, al comienzo del primer mandato como rector de Juan Francisco García Marín, fue nombrado director de Publicaciones de la Universidad de León. Y ahí se enfrenta a una encrucijada todavía no resuelta sin estar el margen de un sistema, el universitario, que pone la lupa cada seis años sobre la labor investigadora con un curioso baremo: el ‘castigo’ si las publicaciones no llegan a los lugares adecuados se traduce en dar más horas de clase. “Y para mí es muy importante poder dar clase. Tiene que haber una conexión entre las clases y la investigación. Y al final nos están mirando por la chapa y la pintura”, afea.
“Me costaba cruzar el Manzanal. Me ha costado muchísimos años congraciarme con el paisaje mesetario. Siento a veces que ser berciano en León es casi como una actividad secreta”
Con la asignatura pendiente de escribir una obra de ficción (“el mundo académico tiene una parte esterilizante y ves camuflada parte de tu sensibilidad”, precisa), José Manuel Trabado ejerce de berciano en León. “Me costaba cruzar el Manzanal. Me ha costado muchísimos años congraciarme con el paisaje mesetario”, reconoce. Desde el otro lado, ha visto el declinar de la comarca, que paga una penitencia (“a Ponferrada le ha pasado lo que a las cuencas mineras: pensar que el carbón iba a ser eterno”) con un lastre añadido (“ha fallado la iniciativa emprendedora”). Acostumbrado desde niño a pedalear en contradirección, no se ha despojado del todo de una sensación de extrañeza durante la etapa más larga de su vida: “Siento a veces que ser berciano en León es casi como una actividad secreta”.

Tercero por la izquierda, con la Peña Ciclista Villanueva

Tras una carrera, con la Peña Ciclista Villanueva

José Manuel Trabado, de joven

En la casa del poeta checo Vladimir Holan, en Praga (2005)

En Budapest (2005)

En Lisboa sentado con la escultura de Pessoa (2013)

En el museo del cómic en Bruselas (2015)

De cumpleaños familiar (2015)

De merienda en los Picos de Europa, con Miguel y Ana (2013)

Remando con Ana en El Retiro (2012)

Con su madre en una celebración navideña

José Manuel Trabado, en una imagen actual, en la plaza de San Marcelo de León, con Botines y el Palacio de los Guzmanes de fondo