A Gloria no le gusta viajar. Le cansa, dice, y resulta una declaración casi antisistema ahora que la gente viaja como quien ficha. Y es que si la esencia del viaje es la sorpresa, ella nunca ha visto la necesidad de hacer maletas y colas para quedarse pasmada. Aquí, en su huerta de Molinaseca donde la vimos hace apenas un año, es una mujer distinta, casi la de siempre aunque no del todo, porque tras un año y medio jodido donde los haya, de dolores, operaciones y un hastío que amenazó con convertirla en fantasma, ahora sabe que hay palabras que salvan, viajes de los que sí se vuelve aunque ya dieras el avión por perdido. Y eso que de mística tiene poco. Resuelta y práctica, esta mujer que pasó la vida delante y detrás del mostrador de la joyería Pedro Díez es el perfecto ejemplo de matriarca, la jefa de su tribu, la que protege a su manada.

Gloria Díez, de niña en Toral de los Vados

Gloria Díez, de niña en Toral de los Vados

Se crio como lo hacían antes los niños, “en la calle y en casa de los vecinos, especialmente en la de los padres de Tarsicio”. Vivía con su hermano y sus padres en el barrio del Toralín, jugaba a la semana, a la comba y con los ratones de cuerda que le traía su padre de cada viaje y estudiar le gustaba más bien poco. “Por eso cambié tanto de colegio, primero fui a las Alemanas, después a las Concepcionistas y luego estuve interna en León, en las Carmelitas”. Cuenta que a su padre, natural de Columbrianos, no le tiraba el trabajo en el campo pero sí “cacharrear”, así que poco a poco y de forma completamente autodidacta se convirtió en lo que pretendía, un artista bohemio que arreglaba y hacía joyas. “En el pueblo decían que era vago y que por eso se dedicaba a esto”, ríe.

Cuando abrieron la joyería, y antes de tener caja fuerte, “mi madre se llevaba la mercancía a casa cada noche en una bolsa”, recuerda. Las tareas se repartieron desde el inicio, su madre, de carácter fuerte, se ocupaba de la tienda y de todo lo concerniente a su administración; su padre, de espíritu, digamos, más libre, trabajaba en el taller, donde también realizaba tareas para otras joyerías de la zona y para el Ayuntamiento de Ponferrada, “durante una temporada hizo incluso el pimiento y el botillo de oro”. De todas maneras, “ella era la que estaba al pie del cañón”, puntualiza, especialmente cuando él cargaba el coche y se iba a recorrer las ferias de muestras por toda España.

Con solo 16 años Gloria pasó por su primera operación de columna. “Tuve que aprender a caminar de nuevo y estuve casi dos años convaleciente, así que cuando quise volver a la normalidad ya tenía 18 y me quedé en la tienda”. Antes de la intervención había pensado estudiar magisterio, “pero lo de la columna me truncó los planes”. Y aunque había mamado el oficio de su madre desde la cuna, “a ella le costó muchos años delegar en mí, le encantaba la tienda”. Fueron tiempos de meriendas en el pantano, comidas con amigas y fiestas, al menos una, porque estaba en la discoteca Temple cuando Augusto la sacó a bailar y tuvo que hacerlo de miedo porque ya llevan casados más de cuarenta años. Tras la boda, en el 79, dieron la entrada para uno de aquellos pisos que se iban a construir en las Huertas de Sacramento y se mudaron seis años más tarde, “en el 85, recién estrenado el polígono”.  

“De aquella, en la joyería se vendía mucho oro, todas las mujeres tenían una cadena, una medalla y un reloj chapado”. Los gustos, claro, fueron cambiando. ¿Y algún susto? Por supuesto. Le robaron una vez del escaparate y varias al descuido, pero un día, a plena luz y con la parada de autobuses que había justo enfrente de la tienda repleta de gente, tres tipos entraron, uno la agarró y ella chilló. “Mi hermano estaba trabajando arriba, en el taller, y bajó, él dice que tenían una pistola pero yo con todo el ajetreo no vi nada”. Los ladrones intentaron escapar pero tiraron de la puerta hacia dentro y se bloqueó. “Tuvimos que abrirles desde dentro para que se fueran”. La historia era tan pintoresca que la llamaron del programa de Ana Rosa para que acudiera a contarlo, “pero yo no podía cerrar la tienda”, dice riendo. Y es que la joyería Pedro Díez no cerró jamás un día laborable hasta que Gloria se jubiló en 2020. Porque ella, explica “a la tienda iba a descansar”.

De momento no ha podido disfrutar del retiro como merece, pero vuelve a estar en plena forma. Lo bueno empieza ahora. 

Gloria Díez, en la casa familiar del barrio del Toralín en Ponferrada

Gloria Díez, en la casa familiar del barrio del Toralín en Ponferrada

Gloria Díez (en el centro de la segunda fila empezando por abajo), en el Colegio Espíritu Santo de Ponferrada

Gloria Díez (en el centro de la segunda fila empezando por abajo), en el Colegio Espíritu Santo de Ponferrada

Gloria Díez (segunda por la izquierda abajo), en una celebración familiar

Gloria Díez (segunda por la izquierda abajo), en una celebración familiar

Gloria Díez, con una amiga en el embalse de Bárcena

Gloria Díez, con una amiga en el embalse de Bárcena

Gloria Díez

Gloria Díez

Gloria Diez, en el cierre de la Joyería Pedro Díez de Ponferrada en el otoño de 2020

Gloria Díez, en el cierre de la Joyería Pedro Díez de Ponferrada en el otoño de 2020

Joyería Pedro Díez de Ponferrada, durante su liquidación

Joyería Pedro Díez de Ponferrada, durante su liquidación