Ni se calla ni se achanta. “Mis hijos me dicen que mi peor defecto es lo mucho que hablo”. Sin embargo, es un placer escucharla. Filomena Ferreiro, Filo, como todo el mundo la conoce, es charlatana y enérgica. A sus 92 años conserva una curiosidad que asombra. “Me gustaría ver todas las zonas de España que no he visto, a mí me gusta saber de todo”. Pertenece a una generación de mujeres que se hartaron de trabajar, aunque la mayoría lo hacía dentro de su casa. “De aquella que una mujer casada se pusiera a trabajar era muy raro”. Ella lo hizo. Confecciones Filo fue durante décadas lo más parecido a un centro comercial en Ponferrada. Ropa de caballero, de señora, de niño, de hogar, paquetería, en sus plantas podías comprar desde una colcha hasta un paraguas. “Vendíamos muchísimo, llegamos a ser quince trabajadores en total y los días de mercado se formaban unas colas tremendas en la calle”. No hace tanto, pero cuesta reconocer en sus palabras a la avenida que agoniza lejos del esplendor de otros tiempos. “La Puebla era lo mejor y ahora es lo peor”, lamenta.

Filo, con su marido, tres de sus hijos y su madre

Filo acompañada de algunas de sus empleadas

Filo nació en Galicia. Sus padres, de Esgos (Orense), se mudaron al Bierzo cuando ella tenía cinco meses. La coyuntura manda y ella es hija de una época en la que los niños comenzaban a andar y a trabajar casi a la par. Pasó la Guerra Civil en casa de su abuela en Galicia faenando en el campo y a su regreso la emplearon en el Sanatorio La Encina hasta su matrimonio con Manuel Ciriaco Pérez. Con él compartió vida y trabajo. “Nos quisimos muchísimo hasta el último día”. Su fallecimiento, hace ocho años, fue un golpe difícil de encajar. “Cuando ya estaba enfermo si yo salía de la habitación para hacer algo, cuando volvía me decía, cariño, ¿cuánto tiempo hace que no me das un beso? Y yo le contestaba, te doy todos los que quieras. Hemos sido muy felices”.

“Me levantaba a las siete de la mañana y a las ocho y media ya tenía lista la casa y estaba en la tienda, trabajaba 16 horas al día. Empezamos sin nada”

Juntos abrieron el primer negocio en 1952. Una tienda de ultramarinos y fruta en la calle Fueros de León que regentaron durante catorce años. En 1962 pusieron en marcha un segundo comercio en Avenida España y durante cuatro años mantuvieron los dos antes de trasladarse definitivamente a la Avenida de la Puebla. “Mi marido era muy inteligente, el cerebro de nuestro negocio fue él”, sostiene. “Yo me levantaba a las siete de la mañana y a las ocho y media ya tenía lista la casa y estaba en la tienda, trabajaba 16 horas al día. Empezamos sin nada”, remarca. Aunque repite “lo que más me falla son los nombres”, recuerda con cariño a sus clientes y a cada una de las empleadas que pasaron por su establecimiento.

Ahora, Filo, jubilada y centrada en su familia, “tengo cuatro hijos, ocho nietos y cinco biznietos”, cuenta orgullosa, ve como languidece una ciudad que ella disfrutó llena de vida. “Mi marido ya decía que los centros comerciales iban a terminar con todo el negocio en Ponferrada, nosotros ya lo notamos en el volumen de venta el primer año que abrió Continente”. Aun así, tiene también críticas específicas sobre el estado de su calle. “Primero, los propietarios no bajan los precios de los alquileres, segundo, esta calle es demasiado estrecha para ser de doble circulación y está muy contaminada, a la gente le tiene que resultar agradable pasear y mirar escaparates; y tercero, está abandonada, los contenedores son tercermundistas y falta aparcamiento”.

Antes de despedirnos deja claras dos cosas: “Soy feliz a pesar de mi edad y si volviera a nacer volvería a hacer lo mismo”. No todos pueden decirlo.

Filo y su marido, Manuel, con varias empleadas de su establecimiento

Filo (de niña), flanqueada por sus hermanas Manoli (izquierda) e Inocencia

Filo y su marido, Manuel, el día de su boda

Filo Ferreiro

Filo, (a la derecha) junto a sus dos hermanas, Inocencia y Manoli

Confecciones Filo en la Avenida de la Puebla

Filo mirando fotos antiguas en el salón de su casa