“La obra maestra es una variedad del milagro”, escribió Víctor Hugo, y un milagro fue que un novato lograra con un mediometraje de fin de estudios captar la esencia de una comarca retratando con infinita ternura y humor la muerte del último hombre vivo en una aldea abandonada del Bierzo Alto. Solo quedarán ellas, seis mujeres que acompañan, velan, amortajan y cavan la tumba del finado. “La nieve hundirá los tejados, y nuestras casas serán nuestra sepultura… Y será como si no hubiéramos existido nunca”. ‘Los Montes’ no solo es una rareza extraordinaria y la mejor expresión de realismo mágico que tenemos en esta tierra, también fue la forma de Chema Sarmiento de superar el miedo a la muerte que le atormentaba desde la infancia y de reconciliarse con la confusión que le produjo el velatorio de su propia abuela siendo un adolescente. “Era la primera vez que yo estaba en un entierro en El Bierzo y las chanzas y los chistes me escandalizaron hasta que comprendí que aquella era una manera fantástica de enfrentarse a la muerte”, dice. Utilizar actores no profesionales, vecinos de los pueblos de la zona, fue otro de los grandes aciertos del documental, decisión que prolongaría en ‘El Filandón’, “sabía que era la única forma de hacer algo distinto y que no sonara a falso”. Chema nunca fue un cineasta al uso, poco dado a prodigarse en fiestas y eventos y alejado del sector comercial, la producción siempre ha sido su “talón de Aquiles”.

Escena de Los Montes de Chema Sarmiento
Hoy, lleva dos años jubilado, el mismo tiempo que hace que no pisa su pueblo, Albares. Amable, cercano, y más dado a contarnos anécdotas de lo que él mismo se esperaba, nos atiende desde su casa de París, ciudad a la que se mudó en el 75 y que convirtió en su hogar desde entonces. Su vida también podría ser material para una película. Iba para fraile antes de ser miembro del Partido Comunista y de su encontronazo con la policía por lanzar octavillas en el Banco Bilbao de Valladolid el mismo día en que Carrero Blanco voló por los aires, los hechos no tenían ninguna relación pero el miedo a la posible represión fue tal que corrió a refugiarse en el seminario. También hubiera sido un gran historiador del arte, carrera que finalizó con matrícula de honor antes de presentarse a una beca para cursar los estudios de cine en París. Siempre le gustó contar historias, aunque para bien o para mal un fraile cortó por lo sano su vena poética al leer en alto una de sus composiciones más personales. Con 12 años todo es personal, debería haber sabido el canónigo, “fue en plan de broma pero me traumatizó tanto que jamás volví a escribir una línea de poesía”.
Aunque sus raíces están en El Bierzo, de donde procede toda su familia materna y donde pasaba los veranos aprendiendo a nadar en un río helado del que salía “completamente amoratado”, hasta los 10 años su infancia transcurrió entre Albares, Santa María del Páramo, La Bañeza y León. “Mi padre era veterinario pero también le gustaba montar industrias”, explica. Quizá por ese vaivén de lugares y fronteras ‘El Filandón’ no solo bebe de la literatura y de la filosofía rural, también es la más berciana de las películas leonesas y la más leonesa de las películas bercianas. Tardó en tomar la decisión de hacer cine. Durante el bachillerato dudó entre la física y la historia y al terminar los estudios y con una invitación firme a quedarse en el departamento de la facultad, fueron sus amigos y una antigua novia del partido los que le animaron a virar el rumbo.

A la izquierda, secuencia de la película El Filandón. De derecha a izquierda: Luis Mateo Díez, José María Merino, el actor que conduce la charla, Antonio Pereira y Pedro Trapiello. En la imagen de la derecha un joven Chema Sarmiento.
La máxima que unía para él el seminario y el PCE es la idea de que “nadie puede salvarse solo”, igual que el lugar común entre el cine y la literatura es el interés por contar historias. Y a eso ha dedicado su vida, a contarlas y a enseñar cómo contarlas. ‘Los Montes’ le abrió las puertas y ‘El Filandón’, film en el que reunió a Luis Mateo Díez, Pedro Trapiello, Julio Llamazares, José María Merino y Antonio Pereira para contar relatos regados con orujo en torno a la lumbre, lo consagró definitivamente. Vendrían luego otras obras como ‘Viene una Chica’, documentales para la televisión francesa como ‘Mahoma’ y auténticas joyas testimoniales de lo que un día fue la comarca como ‘Wolfram’, trabajos siempre compaginados con su faceta de profesor de cine en la escuela de París.
En el tintero de lo que pudo haber sido quedan algunos guiones escritos a pachas junto a Luis Mateo y José María Merino. “Cuando echo la vista atrás me da pena no haber hecho ciertas películas, pero al mismo tiempo no sé si habría sido más o menos feliz haciéndolas”. Perdimos más el resto, aunque hay obras que bien valen una carrera entera.

Chema Sarmiento bajo la nieve en Albares

Chema Sarmiento como mantenedor del Botillo de Torre del Bierzo en 2018. A su lado su amigo y alcalde de Torre, Gabriel Folgado

Chema en una imagen reciente en su casa de París

Chema Sarmiento en una foto reciente en su casa de París

Chema Sarmiento