Antonio Pereira le dijo, “oye, Carmen, tú no tenías que seguir firmando como Mari Carmen, tenías que firmar con un nombre que sonara mejor, como Carmen Busmayor”. El ilustre villafranquino sabía bien que el nombre da empaque así que dicho y hecho. Fijamos la cita en una cafetería y en unos minutos aparece ella, siempre reconocible, con los labios pintados perfilando la sonrisa y esa prisa de la que a veces hacen gala las madres atareadas cuando te dan un beso rápido en la mejilla, un parón en medio de las mil cosas hechas y las otras mil que faltan por hacer. Doctora en Filología, docente, expolítica, columnista, poeta. ¿Cuántos libros has escrito? “No te sé decir exactamente”, contesta. Pero sí se acuerda de su infancia, de sus comienzos, de los años en la facultad de letras de Madrid en pleno ocaso franquista, de la enfermedad de su madre, de su amigos. Un vino no da para abarcar ni la vida ni la obra de esta berciana que vuelve siempre a sus raíces.

Carmen Busmayor de niña con cuatro añitos
Entre hayas, castaños y meigas, Mari Carmen López nació casi en Galicia, en la pequeña aldea de Busmayor. Los medios de subsistencia eran mínimos y por pura necesidad la familia entera se trasladó a Fabero cuando ella tenía dos años, entonces la mina aún daba trabajo y en ella se ganaron el pan su padre y su hermano. “Fui a las escuelas viejas que estaban donde ahora está la Cruz Roja. Había una estufa y teníamos que llevar el carbón y la leña. También había más alumnos que asientos y un día la maestra me hizo levantarme para que se sentara la hija de uno de los comerciantes más pudientes”. Hay tragos que no se olvidan. Aprovechaban el mes de vacaciones de su padre en verano para ir a recoger la hierba a Busmayor, pueblo del que nunca se ha desvinculado. De su niñez recuerda la libertad, las noches de verano en la calle jugando al escondite, la llave a buen recaudo debajo del felpudo, la armonía entre los vecinos.
“Yo soy fruto del instituto de Fabero, de la primera promoción”, cuenta con orgullo. “Allí empecé a escribir en una revista que se llamaba ‘Punto y Coma’ y representando a Fabero en el concurso de redacción de Coca Cola visité León por primera vez”. Al finalizar la educación secundaria se fue a Oviedo “obligatoriamente, porque estaban designados los distritos” y allí estuvo dos años en una pensión donde hacía las camas a cambio de la comida. En el 74 se mudó a Madrid para cursar la especialidad de Literatura Hispánica. “Vivíamos tres en una habitación, teníamos una pequeña bombona de camping para cocinar y nos concedían una ducha a la semana, si querías ducharte más tenías que pagar aparte”. Fueron años convulsos. “En aquel momento la universidad de Madrid era un mundo distinto, de asambleas, carteles subversivos, policías a caballo, había que tener cuidado”.
Su tesis doctoral fue la primera que se hizo sobre Antonio Pereira, ahí comenzó una relación que duraría ya para siempre. Él fue inspiración, maestro, amigo y artífice del nombre con el que firma todo lo que escribe desde 1986. No fue su único amigo ilustre, otro villafraquino, Juan Carlos Mestre, acaba de ilustrar su nuevo poemario, ‘Enumeración’. Pero quizá fue lejos de la poesía donde sacó a la luz sus vivencias más personales, ‘Desde el alzheimer. Un relato testimonial’, fruto de la enfermedad que sufrió su madre durante 15 años.
¿Planes para el futuro? Cientos, ella no para, y el próximo verano, sin coronavirus esperemos, estará de nuevo entre versos, hayas y amigos. En sus raíces.

Carmen con sus padres y su hermano

Carmen Busmayor con Fernando Arrabal

Carmen Busmayor (foto de Andrés de la Torre)