Dicen que quien la prueba jamás vuelve a desconectarse de ella. “El veneno de la radio”, lo llama Amalia Ruiz. Pero mientras para unos es acompañamiento y refugio, para ella fue escuela y patio de juegos. Aún no habían aparecido en los 50 las grandes voces de las ondas, maestros que ya hubiesen sentado cátedra, y aquel grupo de chavales que puso voz a la primera década de Radio Juventud en Ponferrada aprendió el oficio como lo aprende el zapatero o el campesino, a base de ir haciendo. La mayoría apenas había salido de la adolescencia. “Cuando era niña no teníamos transistor en casa, pero yo salía al patio con un bote vacío y hablaba haciendo eco”. Entre el bote y el micrófono apenas pasaron 10 años porque a los 17, Luis Penalva, miembro de la tuna ponferradina y encargado de las sintonías de los programas, invitó a un grupo de amigas a visitar la emisora. Arbitrarios y caprichosos, sí, pero hay momentos que cambian las vidas. “Nos preguntaron si queríamos que nos grabasen la voz y después de eso, me llamaron”, cuenta. No tenía experiencia y, según dice, leía demasiado rápido (cosa de los nervios) pero algo vieron en ella. Y acertaron.

Amalita en Radio Juventud de Ponferrada
Ponferradina “de pura cepa, de generaciones”, Amalia pasó su infancia en el Campillín, en los aledaños del mercado de abastos. En aquella ciudad de posguerra, empobrecida y racionada, las familias se conocían y las calles eran escenario de diversiones gratuitas. “Jugábamos al escondite, a tres navíos en el mar y nos peleábamos a pedrada limpia con los ‘merengues’. Porque es bien sabido que así se hace comunidad. “Los de arriba eran los merengues y los de abajo, nosotros, los hebreos”, explica. Tampoco faltaban las tonadillas para minar la moral del contrario. “Cantábamos: los de abajo mataron a un burro, los de arriba lo comieron crudo, y cosas así”. El ingenio que nace de la ojeriza infantil no tiene parangón. Después de la guerra, las cartillas de racionamiento escasamente garantizaban la supervivencia y quien más quien menos, recurría al estraperlo para intentar llenar el estómago. Los parientes paternos de Amalia cultivaban trigo y aquel lujo a veces llegaba al bolsillo de la niña en forma de un trocito de pan blanco que su madre le escondía para el recreo. “Las demás niñas me acosaban y me decían que se lo iban a decir a la Sor o que tenían un tío guardiacivil que iba a llevar a mi padre a la cárcel”. La crueldad que surge del hambre tampoco atiende a razones.
“Al cerrar teníamos que decir ‘por Franco y la Falange, arriba España’”
Los 40 dieron paso a los 50, el carbón y el wólfram convirtieron Ponferrada en la ‘ciudad del dólar’ y “el dinero comenzó a correr de forma exagerada. Fue una época gloriosa”. Amalia empezó su andadura radiofónica ensayando las cadencias y aprendiendo a controlar el ritmo. “El director nos decía siempre: “no improviséis, escribir todo antes en un papel”. “Al cerrar teníamos que decir ‘por Franco y la Falange, arriba España’, y yo me separé del micro y dije ‘arriba España y abajo Rusia’, pero se oyó”, ríe. “Linares decía a veces que como éramos los primeros nos lo perdonaban todo”. También les enseñaban a pronunciar en inglés y en francés para no meter la pata a la hora de narrar la cartelera extranjera. Presentó durante mucho tiempo un programa infantil que recuerda con cariño. “Cuando dejé la radio y lo escuchaba me daban ganas de llorar, porque a veces no trataban bien a los niños”. Trabajó durante unos meses en León junto a Luis del Olmo, donde coincidió con Paco Umbral, y a su regreso al Bierzo conoció en una boda al que sería su marido. “Yo pregunté quién era ese chico tan alto y tan guapo y me dijeron que era el padrino”.
Se casó en el 62 y después de una década en Radio Juventud, Amalia se dedicó a la casa y a los hijos. “Era lo normal entonces, tuve cuatro hijos en cinco años y todos varones. Yo soy suegra pero de verdad, de categoría”. Más tarde regresó a su medio, hizo sustituciones y una colaboración con Televisión Ponferrada y aún ahora, cuando recuerda la radio, a quién entrevistó o cómo sus compañeros se probaban las capas de los clérigos que iban a la emisora, se le iluminan los ojos y no es capaz de contener la sonrisa. “Aquella salsa, aquellas raíces, aquella Ponferrada se acabó”, dice, aunque ella la reviva cada día en el grupo ‘Fotos antiguas de Ponferrada’, que por algo le dicen sus nietos que es un peligro en Facebook y todo el que duda le pregunta a ella sobre personas y localizaciones como si se tratase de la Wikipedia berciana.
Pionera de las ondas bercianas y matriarca de un clan que se ha dedicado a la comunicación en todas sus vertientes, Amalita, como la llaman sus vecinos, es el ejemplo perfecto de que, siempre achacosa y adictiva, menos mal que todavía tenemos la radio.

Amalia Ruiz y Luis del Olmo

Con Ignacio Linares en la sala de fiestas Alaska

Amalia Ruiz

Amalia Ruiz

Con Paco Gabaldón

Amalia Ruiz

Amalia Ruiz

Con Paco Gabaldón

Amalia Ruiz con Paco Gabaldón