“La gundina soy yo”, deja claro en cuento empezamos la charla. Nos espera en la parte alta de Ponferrada, en una terraza de la Calle Ancha. Confiesa que está nerviosa, pero no apea esa sonrisa amable que invita a sentarse a su lado. “Abrimos un día de Nochevieja y eché más lágrimas que en toda mi vida”, recuerda, y es que hay momentos que sobrepasan a cualquiera y Agripina Gundín, aunque llevaba toda su vida trabajando, nunca se había visto en una tesitura igual. “Estaba abarrotado”, explica, “pero luego le caí bien a los clientes, si bajo ahora al bar aún me abrazan”, y no es para menos, la verdad.  Ella y su marido abrieron el Gundín y lo regentaron hasta que su hijo Miguel tomó las riendas hace ya 30 años. En 1967, a Agripina le sobraba determinación, pero ni sabía cocinar ni tenía el dinero que necesitaban para la entrada. “Mi marido trabajaba todo el día y no teníamos para comer, entonces le dije, voy a coger un negocio”. Dicho y hecho.

Agripina trabajando en la cocina del Gundín

¿Mi infancia?, repite, “pues a los siete años me quedé sin padre, lo mataron en la guerra. Nunca se me olvida cuando marchó, ‘dame un beso porque dice tu madre que no voy a volver’, y así fue. Era minero, fue a cavar, y no supimos más de él”. A veces se puede fijar el momento exacto en el que la niñez se acaba. Era la mayor de cuatro hermanos, los tiempos marcan y la obligación manda, “mi madre se iba a trabajar y yo le daba el biberón a la pequeña de dos meses. Nos dejaba la puerta cerrada”. Vivió en Langre, trabajando en el campo y con el ganado, hasta que se casó con Leonides, también del pueblo. “Mi madre era dura. Imagínate, un año fui a las fiestas de San Pedro a Berlanga, a casa de una tía, y volví a las cinco de la mañana. Cuando llegué se levantó y me pegó unos buenos latigazos con la escoba. Y yo ya tenía 23 años”.

“Pedían 600.000 pesetas y no teníamos más que 10.000, pero mis cuñados me animaron y nos dejaron el dinero para que diéramos la entrada. A mis cuñados, que para mí fueron hermanos, se lo debo todo”

Con 24 se instaló en el barrio de Flores del Sil con su ya marido. Él era zapatero, “pero fiaba a todos y nadie pagaba”. “Yo quería darles de comer a mis hijos, igual me pedían bocadillos y yo no podía dárselos, le pedía dinero a mi marido y me decía, ¿pero ya lo acabaste?”. Tomó entonces la decisión. Alguien les habló del Azul y el matrimonio se presentó en el bar para negociar el traspaso. “Pedían 600.000 pesetas y no teníamos más que 10.000, pero mis cuñados me animaron y nos dejaron el dinero para que diéramos la entrada. A mis cuñados, que para mí fueron hermanos, se lo debo todo”. ¿Y el resto? “A plazos, claro, cuando veía que hacía caja para pagar la letra ya estaba contenta”.

Agripina con sus hijos

“Un día llegó un viajante asturiano y pidió merluza a la cazuela, ¡yo que no había visto nunca eso!, le tuve que decir que no me quedaba”. La cocina, sí, también le dio algún quebradero de cabeza. Pero con ganas todo se aprende y Agripina se convirtió en una cocinera tan famosa por los platos del restaurante como por las tapas que ofrecía de pincho. “Uno de los anteriores dueños, Himerio, se quedó un tiempo conmigo para enseñarme y el resto lo aprendí por mi cuenta en el bar y con un libro que compré entonces y que conservo como una reliquia”.

Pasaron años hasta que se tomaron un descanso. El miedo a perder la clientela y la losa de las letras mensuales hizo que durante muchos años no cerraran el bar ni un solo día. Ella, dice, era feliz trabajando “porque si me hacía falta una cosa sabía que tenía dinero para pagarla”. Además, “siempre tuvimos mucha suerte con los empleados, las chicas me duraban ocho o diez años, hasta que se casaban, y a Lauro (camarero que estuvo desde los inicios hasta su fallecimiento) lo quería como a un hijo”.

¿Le gusta que su hijo haya tomado el relevo? “Si”, y poco más hace falta, porque hay sonrisas que dicen más que palabras. “La educación de mis hijos, la comida que tenemos fija, es todo por el negocio y por los clientes. Estoy muy agradecida”. El Gundín es (y por muchos años) historia del viva del Bierzo y ella, Agripina, es ‘la Gundina’.

Agripina Gundín

Agripina Gundín

Agripina Gundín

Agripina en la cocina del Gundín

Agripina Gundín