Lo primero que sorprende de Stuka, la nueva novela del berciano Carlos Fidalgo -ganadora del Premio Letras del Mediterráneo 2020-, es su estructura. Una estructura especialmente pensada o quizá intuida, tanto da, pero totalmente eficaz para abordar la narración de algunos de los episodios históricos más trágicos del siglo XX. La obra comienza con un preludio, Blitzkgrieg, al igual que si fuera una obra musical. Y como en todo preludio está presente el ostinato que en continua repetición se mantiene como una obsesión a lo largo de toda la novela: la sirena del Stuka, su ataque que anuncia el terror y la destrucción, el horror que decía Conrad, la terrible experiencia de la guerra, el caballo rojo, uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis. El preludio comprende solo cinco páginas que dan paso a la imagen del propio avión y a su nombre en letras germánicas. Porque ese y no otro es el protagonista de la novela… Alas de gaviota invertida. Tren de aterrizaje carenado. El fuselaje de duraluminio, completamente metálico. Y los flaps de aleación.

Portada de Stuka, de Carlos Fidalgo
La novela se inicia trepidante, en una sucesión de capítulos cortos que funcionan como los pistones de un motor… Los diálogos se integran en el propio relato, no hay guiones. No hacen falta
El Blitzkrieg, la guerra relámpago, la nueva forma de combate de las hordas de Hitler. Los Panzer por tierra y los Stuka por aire inician la invasión de Europa por Polonia el 1 de septiembre de 1939, secundada por la Unión Soviética dos semanas más tarde. Este hecho histórico le sirve a Fidalgo para iniciar una novela trepidante, en una sucesión de capítulos cortos que funcionan como los pistones de un motor… Los diálogos se integran en el propio relato, no hay guiones. No hacen falta. Le quitarían rapidez a la narración, fluidez, y la novela necesita esa fluidez para dar cada vez mayor velocidad al conjunto de la obra. Es la gasolina que alimenta el motor. Un motor que suena como una sinfonía. Y se inicia la Obertura… Pernos de acero para soportar la tensión. Mallas de amianto como cortafuegos. Dos depósitos de refrigeración, entre la hélice y el motor y bajo el propulsor. Carlinga doble, para el piloto y el artillero.
Fidalgo comienza presentando a su personaje de metal, el Stuka, el tiburón hambriento, para después dar entrada a sus otros personajes de carne y hueso, fundamentalmente, víctimas del primero, las que lo sufren en tierra, presas de su única bomba de 500 kilos, pero también las de quienes pilotan la bestia en el cielo, aquellos que hacen sonar las Trompetas de Jericó anunciando la muerte que se precipita inexorable mientras caen en picado. Uno de ellos es Heiko Weber, el piloto que simboliza el viaje hacia la destrucción que hace la propia Alemania entre los años 1935 a 1945, como el III Reich, como su propio Führer. El autor va a utilizar varios hitos históricos para enmarcar la acción de la novela insertando a los personajes en esos hechos, como si fueran escenas cinematográficas. Heiko atraviesa esas vicisitudes en el camino hacia su destino final: la guerra de España, con la Legión Cóndor como punta de lanza de la ofensiva tecnológica contra la República y los bombardeos sobre poblaciones civiles; los Juegos Olímpicos de Berlín y la exhibición de cinismo del régimen de Hitler, humillado por el pundonor de héroes individuales como Jesse Owens, pero también de alemanes como Luz Long, que demuestran con su comportamiento que otra Alemania era posible, que aún subsistía el Volkgeist, el mismo que conectaba con Goethe, Beethoven, Brahms; el final de la guerra, el hundimiento, el acoso a la Cancillería desde dos frentes; la mayor caída que ha visto la Historia y desde la altura más alta.
Fidalgo utiliza esos ambientes históricos para introducir a sus otros personajes, fundamentalmente, mujeres. Estas sufren las consecuencias de la guerra. Aurora, la imagen de la inocencia, que conoce de primera mano la desolación que provocan los Stukas en sus bombardeos con demoníaca precisión; Grethe, la cabaretera, cuyos juegos con diversos tipos de tiburones la llevan a la desgracia; Teresa, Teresota, Teresot… que encarna un carácter antiguo y ancestral de resistencia ibérica, como diría Unamuno, pura tierra sin modificar; Olena, instalada en una huida hacia la desesperación en una Alemania hundida, arrastrada al precipicio, convertida en una superviviente entre los escombros mientras huye… y por encima de todo, la historia de Heiko, la conversión de Heiko, la huida de Heiko desde el frente ruso, el resplandor final del Stuka que lo posee, como un demonio, como si el destino de Heiko fuera el del propio avión que pilota, como si el avión -al que en un momento se le disparan solas las ametralladoras-, tuviera vida propia y el propio Heiko no fuera más que un instrumento dominado por una voluntad que no reconoce como suya, como, en suma, la propia Alemania, la desgraciada Alemania, la humillada y caída Alemania… alas de gaviota invertida, tren de aterrizaje sin carenar, pernos de acero y los flaps de aleación.
Fidalgo se sumerge de nuevo en el horror de la guerra, entendida esta como un crisol en el que se funden todas las pasiones humanas. Primero fueron los paisajes desolados y las misteriosas cuevas de Afganistán de El agujero de Helmand, después llegaron las trincheras del Somme en La Sombra Blanca para acabar en la guerra interior de los atletas de Septiembre negro. Y así hasta llegar al conflicto inevitable, el Armagedón, y a sus diablos: el Stuka en el cielo, el Panzer en la tierra. Pero para este viaje, Fidalgo hace que el lector viaje en un caballo salvaje y desbocado, sin darle respiro, introduciéndolo en el conflicto de conflictos, conduciéndolo a una lectura en la que hay frecuentes regresiones en el tiempo, ambientes diversos donde habita el miedo, la angustia, la devastación y el olvido y que van desde un pueblo perdido del Alto Maestrazgo, hasta los cabarés de Berlín o las heladas riberas del río Dniéster.
Fidalgo se sumerge en el horror de la guerra tras las misteriosas cuevas de Afganistán de El agujero de Helmand, las trincheras del Somme en La Sombra Blanca y la guerra interior de los atletas de Septiembre negro

Carlos Fidalgo
El libro nos habla. Nos recuerda que el horror se reproduce y va donde quiere. Que el horror se probó aquí, en los cielos de España, en sus pueblos y en sus gentes y fue precisamente el aeropuerto de la Virgen del Camino de León, donde se aposentó el nido de la Legión Cóndor. España no fue más que una prueba de la eficacia alemana, un preludio de una sinfonía de destrucción. Pero también el horror estaba en las gradas de los Juegos olímpicos de Berlín, agazapado como un tiburón; en las calles de la bella capital teutónica de entreguerras, iluminadas con los estandartes rojo sangre; en las desoladas entrañas de la Cancillería del Reich de los mil años en la que se agazapaba en sus últimos días la bestia de Braunau.
Y tras leerlo, el lector embriagado por la velocidad, por la voracidad con la que ha sido lanzado a la lectura por una estructura motorizada, se pregunta si Heiko pilotaba el Stuka o si era este, por el contrario, la bestia que lo poseía, que lo utilizaba, lanzándolo hacia su inevitable destino…y el morro afilado sobre la boca abierta del radiador, igual que un tiburón hambriento.
Manuel Ángel Morales Escudero es escritor