Todos los medios se hicieron eco de la noticia. “Quemados hasta la muerte entre aplausos por un bulo de Whatsapp que les acusaba de robar órganos a niños”, titulaba El Mundo el 14 de noviembre de 2018. Se llamaban Ricardo y Alberto Flores y eran inocentes. Su único delito fue aparcar la camioneta en la que se habían desplazado a Acatlán (México) cerca de un colegio. Ricardo tenía 21 años y era estudiante de derecho, su tío Alberto, de 53, era agricultor. La multitud los increpó y la policía los detuvo por “alteración del orden”. A las pocas horas una masa excitada y enfurecida asaltó la comisaria al grito de “justicia colectiva”, curioso término. Con los móviles en alto como en un concierto y entre vítores y aplausos fueron rociados con unos bidones de gasolina que los allí presentes pagaron a escote, no hay que perder las buenas formas, y quemados hasta la muerte. Cientos de personas respiraron el olor a carne quemada mientras otras miles seguían la hazaña en riguroso directo gracias a Facebook. Los hombres que robaban órganos a niños nunca existieron pero eso no evitó la paranoia colectiva y el terrible desenlace. Lo contrario de la información ¿es la desinformación, la mentira o el delito?
¿A quién echamos la culpa de la difusión de noticias falsas, a los medios, a los periodistas, a las redes?
Cuento esto porque yo, periodista y lectora habitual de prensa, si había leído esta noticia la había olvidado. Pocas veces una tiene la oportunidad de sentarse frente a tanto talento simplemente por el placer de escuchar. Convendría hacerlo más a menudo. Lo de escuchar y aprender, que a veces olvidamos todo lo que no sabemos. ¿Debe el periodista tomar partido? ¿Es la objetividad un invento? ¿Hasta qué punto la publicidad que financia a los medios marca lo que puede o no publicarse? ¿Tendríamos una información más veraz y de más calidad si pagásemos por ella? ¿A quién echamos la culpa de la difusión de noticias falsas, a los medios, a los periodistas, a las redes? En la mesa redonda organizada por el escritor y periodista del Diario de León Carlos Fidalgo, se habló de esto y de más, que dos horas y media dan para mucho, pero el tema principal era el poder del periodismo narrativo para combatir las noticias falsas. La capacidad de una crónica documentada y contrastada pero también bien narrada frente al océano de vulgaridades y titulares chillones que buscan el click apelando a lo llamativo sin importar demasiado que sea cierto.

Mesa redonda sobre periodismo narrativo en la UNED de Ponferrada. De izquierda a derecha: Emilio Gancedo, Sonia Linares, Antonio García Encinas, Carlos Fidalgo, Noemí Sabugal y José Manuel López.
Desde una aldea remota, desde un medio local, mirando por el objetivo, tecleando o narrando a través de las ondas. Se puede hacer periodismo desde cualquier parte cuando el compromiso del profesional es con la realidad, como señaló Emilio Gancedo, escritor y periodista del Diario de León. “Sé que estoy ante un buen tema cuando miro alrededor y no hay ningún otro periodista allí”, dijo. El periodismo narrativo, más que un estilo es una convicción. “Los libros sugieren angustia, zozobras y misterios que solo cuenta la literatura, que no cuenta ni la prensa, ni las investigaciones, ni tan siquiera los libros de historia”, me dijo Luis Mateo Díez en una entrevista hace ya unos cuantos años. El periodismo narrativo busca utilizar esas técnicas literarias para transmitir una historia que llegue, que perdure más allá del sinfín de titulares idénticos con los que nos bombardean a diario. ¿Se puede hacer?
“Hay que ser objetivo pero si los del otro lado me disparan no me van a caer bien”
Para terminar un último apunte. Ante la pregunta de si el profesional ha de tomar o no partido, el gran José Manuel López, fotoperiodista que lleva años adentrándose donde otros dudan para contarnos a través de su mirada conflictos como el de Guatemala, Afganistán o Siria, dijo: “Hay que ser objetivo pero si los del otro lado me disparan no me van a caer bien”, una afirmación que en su caso es literal pero que suscribe la idea de que a veces, la mayoría, solo hace falta ver quién está enfrente para saber de qué lado estás tú.