A manera de información, procede recordar que el calendario judío que se guía por la Luna nos da pie para establecer cuándo se celebra el domingo de Pascua. El criterio es muy sencillo: esta efeméride corresponde al siguiente domingo a la primera Luna Llena que sigue al equinoccio -“noche igual”- de la primavera boreal (es decir, hemisferio norte). Ello conlleva a que nunca puede caer ni antes del 22 de marzo ni después del 25 de abril.

Guía de la Semana Santa de Ponferrada de 1943, editada por la Hermandad de Jesús Nazareno, supervisada por Adelino Pérez López-Boto

Partiendo de esta premisa, los cristianos en muchos lugares de la faz de la tierra celebramos diferentes actos litúrgicos para representar o recordar la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Lo que todos conocemos con el nombre de Semana Santa. No vamos a abrir un debate, estéril, sobre cuál es la mejor Semana Santa. Lo que sí tengo claro, pudiéndolo demostrar, es que la de mi ciudad posee su propia idiosincrasia. Cariño y pasión que tienen su semilla en la niñez (llevado de la mano de mi padre), su solidez en la juventud (con los amigos de la pandilla) y su plenitud en la época adulta (la de un hombre hecho y derecho). A lo largo de mi vida solamente he estado ausente en estas fechas tan señaladas el año en que tuve que hacer el servicio militar. Los acontecimientos que más recuerdo haber vivido de la Semana Santa ponferradina son los que a continuación paso a relatar.

No vamos a abrir un debate, estéril, sobre cuál es la mejor Semana Santa. Lo que sí tengo claro, pudiéndolo demostrar, es que la de mi ciudad posee su propia idiosincrasia

Semana Santa de ayer

Sábado anterior al Domingo de Ramos. Salida por las calles de la ciudad del ‘Nazareno Lambrión Chupacandiles’. Personaje, único y exclusivo, de estos lares. Su celebración y desarrollo va unido a una familia, la de Tito Parra. Para saber sus orígenes y significado les invito, tanto a mis convecinos como a los turistas -que nos visiten por estas fechas- a que se paren a leer la inscripción que hay en la iglesia de San Andrés ubicada frente a la entrada al Castillo-Fortaleza de los Templarios. Sus palabras, mejor que las mías, les desvelarán el enigma del significado del mencionado personaje.

Procesión del Viernes de Dolores. La primera vez que tuve la oportunidad de verla fue en mi periodo de estudiante del Instituto Gil y Carrasco. Edificio que se encontraba una mitad en construcción y otra mitad en fase de demolición. Aún conservo la imagen del mítico paseo del Espolón y la entrañable Plaza del Ayuntamiento. Todo ello, tan diferente al actual espacio urbanístico. La imagen de la Virgen, Nuestra Señora de los Dolores, muestra la amargura que afligía el alma de aquella Madre. La acompañaba, en su mayoría, mujeres con fuertes arraigos religiosos. Algunas de ellas caminaban descalzas. Sencillez y espíritu recogedor definen esta procesión.

Domingo de Ramos con la procesión que simboliza la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Conocido, el paso, con el nombre popular de ‘la borrica o borriquilla’, donde vi a Jesús montado a horcajadas. Multitud de niños-as, acompañados de padres, hermanos y otros familiares. No solo del barrio de la Puebla –cuya iglesia parroquial era San Pedro, sino de cualquier rincón de la ciudad, e incluso de los pueblos de los alrededores de Ponferrada. Comentaros, que para mí vino a ser mi primer impacto de discriminación social. La de los hijos de padres obreros, que íbamos con nuestro ramo de laurel; y la de los hijos de “papá y mamá” que portaban una palma. Unos y otros iban a ser bendecidos por igual. Festividad en la que deberíamos estrenar alguna prenda de vestir, para no quedarnos sin manos. Mañana, primaveral, de cielo azul y sol espléndido. Mirada elevada, con el fin de otear la silueta de algún globo surcando el firmamento.

La procesión del Domingo de Ramos vino a ser mi primer impacto de discriminación social: la de los hijos de padres obreros, con nuestro ramo de laurel; y la de los hijos de “papá y mamá”, que portaban una palma

El Viernes Santo, tras la procesión del Encuentro, los padres te invitaban a comer churros o un bollo muy especial que vendían en la panadería Facundo, situada en la calle Real.

Lunes Santo. Viacrucis por las angostas calles del barrio de San Andrés. Al que en contadas ocasiones mi persona hizo acto de presencia.

Miércoles Santo. Procesión del Silencio. Nombre que se le da por el ambiente de calma con el que feligreses, devotos –de toda edad- y nazarenos o papones (toponimia nuestra) procesionan, acompañando a Jesús. He leído e incluso escuchado a diversas personas denominar a este paso con el nombre de Jesús del Gran Poder, por una posible similitud con la famosa escultura de la Semana Santa sevillana. Silencio y oscuridad. Silencio sublime, sin música, ni cánticos, ni voces… el cual se sentía acompañado por el sigilo de los pasos sobre el asfalto, el golpeo de cruces y cetros de los nazarenos contra el suelo o el redoble de tambores. Oscuridad, en la negra noche, que de repente se verá rasgada por un haz de luz que se proyectaba desde la cabina del Cine-Teatro Edesa en la céntrica plaza de Julio Lazúrtegui. Esta procesión junto a la del Domingo de Ramos las organiza la Hermandad de Jesús del Silencio. El resto, la Hermandad de Jesús Nazareno. Las dos únicas cofradías que existían en aquellos años.

Jueves Santo. Un simple traslado de algunos pasos de la iglesia de San Antonio del Campo hasta la de San Andrés, sin ningún símbolo –cruces, sacerdotes, nazarenos- que lo asocie a una procesión.

Viernes Santo. Día grande de nuestra Semana Santa. No podemos obviar que horas antes del alba de este día, unos hermanos corredores –para los que somos de aquí de toda la vida, un nombre lo dice todo, los Bolero– que con un toque lúgubre de clarines y timbales recorren la ciudad para convocar a todos los hermanos. Motivo, asistir a la procesión del Encuentro. La de más arraigo y tradición. Niños, y no tan niños, madrugábamos para poder ocupar el mejor lugar para no perdernos la carrera de San Juanín. Nuestro rostro lo explicaba todo. Encuentro de Madre e Hijo, zaheridos. Un testigo, el apóstol Juan. Que horas después, recibirá el legado de “Hijo, he ahí a tu Madre”, escuchado en boca de su Maestro. Con la inocencia de la infancia, día alegre. Los padres te invitaban a comer churros o un bollo muy especial que vendían en la panadería Facundo, situada en la calle Real. Incluso podías tener la enorme suerte de que te comprasen una pelota de serrín con una goma elástica, todo un clásico de aquellos tiempos. Si no mal recuerdo, venían de Valencia.

Procesión del Entierro. Jóvenes bercianas desfilan vestidas de mujer española. Las gentes del pueblo llano las conocíamos con el nombre de “las manolas”. Mi consejo para años venideros: “no se la pierdan”

Llegada la tarde asistiremos a la procesión de las procesiones. La más solemne y majestuosa, la del Entierro. Antes en el interior de la Basílica se habría llevado a cabo el solemne desenclavo. Toda ella es una auténtica catequesis. Así, descubrí la muerte simbolizada en un Cristo yacente, Hijo de Dios, en la Urna. Dolor y pena, en ojos y lágrimas –respectivamente–, de una Madre especial, la Soledad. A su vez contemplo la belleza y lozanía de jóvenes bercianas. Ellas son “hijas” de una determinada clase social, de una localidad que se debatía entre pueblo y ciudad. Desfilan vestidas de mujer española. Vestido negro de manga francesa y largo hasta la rodilla. Mantilla confeccionada en blonda, tul o chantilly. Peineta o teja de carey con pelo recogido en un moño. Medias negras de cristal. Guantes negros y rosario en la mano. Las gentes del pueblo llano las conocíamos con el nombre de “las manolas”. Mi consejo para años venideros: “no se la pierdan”.

Sábado Santo. Procesión de La Soledad. Una imagen bellísima. Auténtica obra de arte. Su rostro refleja el supremo dolor de la muerte. Al finalizar, el canto de la Salve. Es medianoche, la Luna luce su más bello resplandor con el fin de rendir pleitesía a la Madre de Jesús-Hijo de Dios, hecho hombre.

Procesión de Pascua o Resurrección, en la mañana del domingo, para quitar a la Virgen de la Encina -patrona del Bierzo- el manto enlutado. Acompañan repique jubiloso de campanas y estruendo de bombas. El lugar, la plaza de la Encina. Todo lo relatado lo situaríamos entre las décadas que abarca de los 60 a los 80 -del pasado siglo-.

 

Semana Santa de hoy

A día de hoy, nuestra Semana Santa ha evolucionado. Alcanzando cotas inimaginables. Se ha conseguido que de Viernes de Dolores a Domingo de Pascua haya todos los días alguna procesión. Por ello, citaremos las de más reciente innovación. Sábado, dos opciones. La procesión infantil, es la “miniprocesión”, de la que son protagonistas los más pequeños de la ciudad. En el barrio de La Placa, procesión del Cristo de la Redención, organizada por la Hermandad del Cristo de la Redención y Nuestra Señora del Carmen. Domingo, otras dos posibilidades. Viacrucis al monte del Pajariel –pulmón verde de la ciudad, a 809 metros de altitud- con salida de la iglesia de Nuesta Señora de Vizbayo –con casi toda la seguridad la más antigua del Bierzo en estilo románico, de finales del siglo XI-. Traslado y entronización del Cristo de la Esperanza a la Fortaleza-Castillo de los Templarios, a cargo de componentes de la USAC “Santocildes” del Ejército de Tierra de Astorga. Aunque no sea nuevo el viacrucis penitencial del Lunes Santo, en estos últimos años, ha encontrado un marco único -con un cierto matiz esotérico- en el interior del patio de nuestro monumento más emblemático, el Castillo. Aportando un toque entre lo mágico y lo misterioso. Martes Santo, en uno de los barrios más populosos de la ciudad, el de Flores del Sil, la procesión del Santo Cristo del Camino, organizado por la Cofradía de Santiago Apóstol y del Santo Cristo del Camino. Jueves Santo, día del Amor fraterno, procesión de la Santa Cena y acto del perdón fraterno de haber obtenido la gracia del indulto para un preso. Sábado Santo, Procesión de la Luz -al acabar la de la Soledad- para acabar entrando en la Basílica de Nuestra Señora de la Encina a celebrar la Vigilia Pascual.

Nuestra Semana Santa ha evolucionado. Alcanzando cotas inimaginables. Se ha conseguido que de Viernes de Dolores a Domingo de Pascua haya todos los días alguna procesión

Nuestra Semana Santa no deja de crecer, con un hálito muy propio. Últimos hitos. La designación de Real para la más emblemática de nuestras hermandades, la de Jesús Nazareno. Y haber alcanzado la Declaración de Interés Turístico Nacional. El futuro apunta hacia nuevas procesiones y pasos. En un horizonte, no muy lejano, la declaración de Interés Turístico Internacional. Nuestra Semana Santa, perfecto trampolín para darnos a conocer dentro y fuera de nuestras fronteras. Que los foráneos sepan de nuestro rico patrimonio artístico –Monasterio de Carracedo, Colegiata de Villafranca, las cinco iglesias de Los Barrios…-, cultural –Museo de la Radio, de la Energía, Templum Libri…-, gastronómico –pulpo, bacalao con huevos cocidos y pimientos asados, empanada…-, tradiciones –limonada, chapas…- o parajes naturales –Tebaida, Médulas, Ancares…-. Tierra de caminos: Camino de Santiago y de Invierno. Desnudaros ante la hospitalidad del berciano. Todo ello convierte a la comarca del Bierzo en un lugar idílico. Para ser visitado en cualquier época del año –opinión personal, otoño o primavera-.

 Rafa Casas es profesor jubilado