Toda la obra de aquel escritor estaba inédita. Solo él la conocía, aunque durante muchos años había anunciado que, llegada su muerte, dejaría al mundo ese legado de valor incalculable.
Todos en la ciudad sabían que escribía día y noche. La luz de su habitación nunca se apagaba. En su casa, le llevaban la comida hasta el despacho para no molestarlo. Luego volvían y se llevaban la bandeja vacía.
Había pasado años encerrado, inmerso en sus múltiples novelas, cuentos, poemarios y obras de teatro, asomándose al balcón tan solo para contemplar la aurora. Los únicos momentos en los que salía los dedicaba a dar paseos por la orilla del río, meditando, hablando en voz baja, como si susurrara a los árboles.
Su fama había crecido, traspasando las fronteras del país. Le llovían las ofertas para publicar su obra, pero él siempre las rechazaba pidiendo que lo dejaran solo para poder escribir.
Había pasado años encerrado, inmerso en sus múltiples novelas, cuentos, poemarios y obras de teatro, asomándose al balcón tan solo para contemplar la aurora
Las editoriales insistieron ofreciendo ventajosos contratos que generarían réditos millonarios para él y sus herederos, pero también las rechazó.
Día a día crecían los discos duros y archivos que iba acumulando en su computadora, las libretas de ensayos, los bocetos con los diseños de sus futuros proyectos editoriales.
Y así hasta que llegó la santa Muerte reclamándolo con su guadaña.
Lo encontró tirado con el bolígrafo en la mano y lo envolvió con su manto.
Pero antes abrió uno de aquellos cuadernos: lo miró y levantó la guadaña. Luego, absorta con lo que leía, fue cogiendo uno a uno los libros, abriendo los archivos y carpetas, curioseando admirada.
La Muerte, que no quería darse por vencida, le ofreció al escritor quedarse un poco más de tiempo en la Tierra a cambio de que le dejara disfrutar en exclusiva de aquellas obras de tanta belleza
Y aunque intentó llevárselos no pudo hacerlo, pues Dios solo autoriza a la santa Muerte a arrebatar a voluntad las almas, pero no los bienes terrenales.
La Muerte, que no quería darse por vencida, le ofreció al escritor quedarse un poco más de tiempo en la Tierra a cambio de que le dejara disfrutar en exclusiva de aquellas obras de tanta belleza.
Y el escritor pensó en sus paseos por el río, en los cafés de media tarde, en la aurora cuando entraba a trabajar en su despacho muy temprano…
Y aceptó vivir un día más.
Manuel Ángel Morales Escudero es escritor