“Fui acojonada”, dice Tania Pestaña. Apenas quince días después de que el Gobierno decretara el estado de alarma el pasado 14 de marzo, esta auxiliar de enfermería, formada pero con experiencia únicamente en residencias de ancianos, entró en la ‘planta covid’ del Hospital El Bierzo. Ella fue una de las 108 contrataciones con las que la Gerencia del Sacyl reforzó a principios de abril la plantilla del centro comarcal por la emergencia sanitaria. “Por suerte tuve unos compañeros geniales que me hicieron todo mucho más fácil, pero cogí ansiedad. Acostumbrarse al EPI fue difícil y un día me dio una taquicardia y tuvieron que sacarme de la habitación y quitármelo con mucha precaución”. Las mujeres no tienen un gen especial para cuidar, pero lo hacen. Ellas suponen más del 75 por ciento de los profesionales sanitarios en España. Hablamos con cinco de ellas, auxiliares, doctoras y enfermeras que a lo largo del último año han sorteado a duras penas la incertidumbre, la presión y el miedo para atender a nuestros padres, a nuestros amigos, a nuestros hijos.

“La presión de que si pasa algo es porque lo llevas tú es altísima”, explica Clara Méndez. Ella trabaja en la residencia de ancianos de Noceda del Bierzo y allí todas las empleadas son mujeres. “Se sigue considerando que lavar, alimentar y atender es cosa nuestra”, dice. “Nosotros no tuvimos ningún positivo entre los residentes”, una situación casi excepcional ya que hasta el momento son más de 500 los muertos en o procedentes de centros de mayores a causa del coronavirus solo en la provincia de León, a los que hay que sumar 190 fallecimientos compatibles con los síntomas producidos antes de que se realizaran las pruebas diagnósticas (la Junta de Castilla y León dio orden durante el pico de contagios de la primera ola de no trasladar a los ancianos de las residencias a los hospitales). 

“Que los ancianos se recuperen pero que los trabajadores acaben todos en la UCI, puso un día alguien en los comentarios de una noticia”, recuerda Cristina Ramón, “a los trabajadores de residencias se nos ha tratado como si fuésemos un equipo de tercera”. Empatizar no es un deporte que se practique demasiado en época de crisis, hablar sin conocimiento de causa, en cambio, es más habitual de lo que debería. “Tú también tienes miedo de llevar algo a tu casa, de contagiar a tus hijos o a tus padres, pero tienes que ir y venir, que hacer la compra, y puedes cogerlo como cualquiera”. Cristina es auxiliar en la residencia de mayores de Flores del Sil, donde la tercera ola ha golpeado más fuerte que las dos primeras. “El cansancio psicológico es peor que el físico y el bajón anímico que tenemos nosotras también lo tienen ellos. Están más apáticos, más decaídos, más torpes”. La sombra de las consecuencias del temor y el confinamiento es muy alargada.

“Al principio teníamos poca más información de la que había en la prensa”

“Anímicamente, cuando todo esto pase tendríamos que ir todos a una consulta. Tú lo pones todo de tu parte pero es muy duro”. La que habla es Eva López, enfermera de quirófano del Hospital El Bierzo. “La primera ola la afrontamos con desconocimiento, sin saber qué hacer claramente pero con mucho trabajo. La tercera aquí ha sido mucho peor, hubo más pacientes y la segunda y la tercera fueron tan seguidas que no nos dio tiempo a tener las Ucis preparadas. Tuvimos que dejar de operar y habilitar una UCI no covid”.

“Al principio teníamos poca más información de la que había en la prensa”, cuenta Lina Rodríguez-Porto. Esta médica rural adscrita al centro de salud de Villafranca pasa habitualmente consulta en Oencia y Sobrado, poblaciones pequeñas en las que el impacto de la primera ola no fue tan fuerte. “En la primera ola bajaron los pacientes muchísimo, parecía que si no tenías tos o fiebre no podías ir al médico”. Destaca la implicación de un grupo de mujeres de Sobrado y de Toral de los Vados, “nos hicieron batas con bolsas de basura y nos tejieron mascarillas, no valían para nosotros, pero durante un tiempo fue lo único que podíamos ofrecer a los usuarios”. Cuando Lina llegó a Villafranca “había muchos enfermeros y los médicos estábamos más igualados, pero ahora son menos, en enfermería apenas quedan dos”. Los prejuicios, dice, van desapareciendo, “ya no hay esa cosa de cuando tenías que explorar determinadas zonas de un hombre y te preguntaba a ver si no había un médico para hacerlo, o de cuando iba con un enfermero a asistir a alguien a su domicilio y daban por sentado que el médico era él. Cuando estás ejerciendo, el hecho de que seas hombre o mujer debe ser indiferente”.

“Los compañeros hombres que tengo son grandísimos profesionales y es interesante que empecemos a darnos cuenta de que los cuidados también pueden y deben proporcionarlos ellos, tanto en el ámbito profesional como en el familiar”, sentencia Cristina. Y es que lo importante en el cuidado es la calidad de la atención, no el sexo de quien la procure.

La doctora Lina Rodríguez-Porto, adscrita al centro de salud de Villafranca, pasa consulta en Oencia y Sobrado

La doctora Lina Rodríguez-Porto, adscrita al centro de salud de Villafranca, pasa consulta en Oencia y Sobrado

La doctora Lina Rodríguez-Porto, adscrita al centro de salud de Villafranca, pasa consulta en Oencia y Sobrado

Cristina Ramón (cuarta desde abajo) junto a compañeras sanitarias en el residencia de mayores de Flores del Sil

Eva López. enfermera de quirófano en el Hospital El Bierzo

Clara Méndez, auxiliar en la residencia de mayores de Noceda del Bierzo

Tania Pestada, auxiliar en la planta covid del Hospital El Bierzo