Comarca de montañas y castaños, de ganado y de leyendas, paso de arrieros, tierra casi de meigas, Castañeiras, casi en el Puerto del Portelo, casi en Lugo, es todavía Bierzo. Poco más que su ubicación aparece en una búsqueda rápida en Google, como si poco o nada hubiera que decir, como si solo quedaran en él ya fantasmas. También a Mariví le costó llegar hace casi treinta años. “Lo primero que me llamó la atención fue la falta de transporte, yo no tenía coche y hasta allí no llegaban los autobuses”. Al final la llevó un amigo. Recién terminada la carrera era su primer destino como maestra. Una sustitución de un mes en una aldea remota, de difícil acceso, y que parecía desierta.

Escuela de Castañeiras en el 83
Como si hubieran tocado a misa, no había nadie por la calle, al final, y como pequeño o grande, en el 83 todavía había un bar en cada pueblo, recaló en la Cantina del Portelo. “Me dijeron que todos los vecinos estaban con el ganado, pero que esperara, que a la vuelta hacían parada en la cantina”. También allí preguntó dónde podía hospedarse. “Resulta que las maestras se quedaban siempre en la casa de la señora María y el señor José porque era la mejor del pueblo, la única que tenía baño”. Y así, a principios de los 80, Castañeiras fue para una joven maestra ejemplo perfecto de la España rural, a remolque, de un país en el que convivían las crestas y los pantalones pitillo, los oficinistas con trajes tristes y las señoras con pañuelo a la cabeza que abrazaban la vejez a los cuarenta, los hoteles de lujo y las casas sin baño.
“La señora María me preguntó si me quería duchar cada día con agua caliente, sólo tenían una bombona y cuando se terminaba tenían que bajar a pie a por otra a Balboa”
“Era otro mundo”, dice, y pone otro ejemplo. “La señora María me preguntó si me quería duchar cada día con agua caliente, sólo tenían una bombona y cuando se terminaba tenían que bajar a pie a por otra a Balboa”. Casi trece kilómetros de ida y otros tantos de vuelta con la bombona al hombro, mucho esfuerzo por una ducha caliente. Había muchos pueblos así, claro, pero María Elvira de Paz Suárez (“aunque nadie me llama así”) nunca los había visto. “Y yo soy de pueblo”, expone, de Ciñera de Gordón, pueblo de minas y de faedos, donde pasó su infancia hasta que con 14 años se mudó con sus padres a León. Y en la capital de la provincia estudió y vivió hasta que llegó su primer trabajo, tan cerca y tan lejos de todo lo que conocía.
“Teníamos una estufa, los niños venían cada día a la escuela con la leña y la encendían”
Allí dio clase en una escuela unitaria durante el mes de enero de 1983 a cinco niños de diferentes edades, los que quedaban entre Villanueva y Castañeiras, aldeas separadas por apenas kilómetro y medio de distancia. Las casas, sin calefacción, contaban con el calor que ofrecía el ganado resguardado en su parte baja, pero la escuela era otra cosa. “Teníamos una estufa, los niños venían cada día con la leña y la encendían”. Recuerda también que “hablaban gallego cerrado entre ellos, aunque no conmigo, porque sabían que no los entendía”, y a pesar de que “no había gente joven en el pueblo, al salir de clase me iba con los niños a la cantina y allí nos reuníamos todos”. “Me lo pasé muy bien, era gente muy buena”.
Ese mismo año, Mariví dio clase en Albares de la Ribera, “un pueblo completamente diferente a Castañeiras, había ambiente, bares, tiendas, buenas casas”, por eso se le quedó grabada la estampa de las mujeres arrodilladas, lavando la ropa en el arroyo que vertebraba el pueblo. Volvió al Bierzo en el 86 para dar clase durante dos años en el colegio La Cortina de Fabero, “había muchísimos niños, seríamos más de 30 maestros solo en la Cortina”. Allí, en plena cuenca minera y en el bar donde paraban todos los relevos, “no se veían demasiadas mujeres”. “Yo hice piña con otras maestras, éramos cinco chicas jóvenes y pasábamos mucho tiempo en el Minero, un bar que estaba abierto todo el día, ya formábamos parte del paisaje”, cuenta riendo.

Escuela de Castañeiras en el 83
Mariví ha terminado dando clase en Villamanín, donde ejerce desde el 91, donde es feliz y donde piensa jubilarse. “Siempre he dicho que me gustaría volver a visitar Castañeiras, pero nunca he vuelto, quizá ya no quede nadie”. Un mes pasa volando, pero se puede recordar toda una vida.

Mariví, en la puerta del colegio de Castañeiras en el 83

Colegio de Castañeiras en el 83

Mariví en el colegio de Villamanín, donde ejerce desde 1991

Mariví en el colegio de Villamanín, donde ejerce desde 1991