Hubo un tiempo en que tener un jato era más difícil que tener un hijo, y más caro. Por eso los rapaces de cinco y seis años caminaban sobre la nieve para llevar a los terneros a beber hasta el arroyo más caliente. “Aquí había un señor que se levantaba por las mañanas a calentar agua para las vacas paridas. Ahora beben donde quieren y donde pueden”, explica Alejandro Abella. “También antes una vaca duraba 20 años y ahora duran 10”, apostilla, pero es que se mire como se mire, no es lo mismo cuidar de dos terneros que de 200 cabezas de ganado, exactamente las que tienen él y su mujer, Mariluz Carballo. Seguramente si se les preguntara a ellas, las afectadas, dirían que los montes y pastos de Ancares son un sitio fantástico para ser vaca, aunque haya que aguantar frío y nieve. Los dos nacieron en este valle, aunque ella en Sorbeira y él en Pereda, “y las chicas de Sorbeira no podíamos ni ver a los de Pereda”. Y quizá sea verdad eso de que los que se pelean se desean porque Mariluz y Alejandro se casaron en el 92 y se instalaron en Tejedo, donde llevan ya casi 30 años dedicándose a la ganadería.

Mariluz Carballo es ganadera en Tejedo desde hace 30 años

Ella estuvo un tiempo en Barcelona hasta que decidió que la ciudad no era lo suyo, él tenía solo cuatro vacas cuando empezaron. “Esto ha sido poco a poco, de dos en dos, criando, comprando, cambiando”. “Yo para apuntarme a la agraria tuve que esperar a que se jubilara mi suegra, porque antes no existía lo de la titularidad compartida”, aclara Mariluz. Y como si de un capítulo de ‘Cuéntame’ grabado en plena montaña se tratase, las cosas, evidentemente, han cambiado mucho. “Antes eran familias grandes y muchos vecinos”. “Aquí”, recuerdan, “igual había 400 vacas de 40 vecinos y todos hacían un poco”. La mecanización del trabajo tampoco es la misma. “Al principio segábamos la hierba con una máquina de tres ruedas y la tenías que regar casi a mano”. ¿Lo bueno? “Que iban ocho o diez paisanos del pueblo a ayudarte, se llevaba cerveza, empanada, y aquello casi era una fiesta”. El proceso es ahora más solitario y automatizado.

Ellos forman parte de los tan mentados ‘esenciales’, esos que el último año nos han mantenido al resto con vida. “En marzo los ganaderos estaban en una huelga que pararon para ponerse a trabajar”, dicen. Y es que levantarse al alba, dar de comer a los animales, sacar el agua, regar los prados, abonarlos, segar la hierba y recogerla para tener provisiones durante el verano, estabular a las que tienen terneros en invierno, subir a las brañas cuando llega el calor y no saber lo que es un festivo o un domingo no siempre se valora como es debido. “Nosotros estamos vendiendo al precio de hace 30 años”, declara él, lo malo es que el valor de la vida no es el mismo que en los noventa. Ahora mismo, además, con la hostelería abriendo y cerrando, las ventas bajan “y el pienso ha subido muchísimo desde el inicio de la pandemia”. Cosas del mercado, que se regula solo pero no siempre bien.

“Tienes que ir cada semana al veterinario, a veces varias veces, hay unos plazos y tienes que cumplirlos. Y sí, hicieron una página para poder realizar los trámites por internet, pero aquí internet va cuando va”, explica Mariluz. “Burocracia, burocracia y burocracia”, lo describe Alejando, “que se dejen de subvenciones y de papeles y nos valoren por lo que somos y por lo que hacemos”. No obstante, y a pesar de las trabas, cada vez hay más ganaderos jóvenes en el valle y es que, “vivir aquí es un privilegio”. Solo hace falta echar un vistazo para comprobarlo. “Me gusta esto, no lo cambiaba por trabajar de lunes a viernes en el Corte Inglés”, y eso es una declaración de amor en toda regla. ¿Y el futuro? “Aquí está, aquí hay futuro”, dice señalando a su hijo adolescente. El chaval asiente, el relevo está garantizado.

Mariluz Carballo, ganadera en Ancares

Mari Luz y Alejandro tienen 200 cabezas de ganado en Ancares