Afortunadamente hoy ya no sorprende a nadie ver a una mujer al volante. De otro siglo parece la realidad retratada en ese episodio de Cuéntame en el que el padre de familia se niega en rotundo a recibir clases de conducir de una mujer. Y era otro siglo pero sí, eso pasaba. Sin embargo, cuando hace doce años la plantilla de autobuses urbanos de Ponferrada se llenó de conductoras algunos se echaron las manos a la cabeza. “Te miraban como si fueses un bicho raro o te decían mujer tenías que ser”, recuerdan. “A veces, los señores al verte no se querían montar y te decían que esperaban al siguiente”. Hoy, aunque ellos siguen siendo mayoría, ellas ocupan once de los treinta y dos puestos de trabajo.

El momento que vive el TUP (Transporte Urbano de Ponferrada) no es el más idóneo. En situación de alegalidad desde 2012, cuando expiró el contrato con las adjudicatarias, Aupsa y Begar, y pendiente de una posible municipalización que puede derivar en una gestión directa por parte del Ayuntamiento o en una contratación por servicios. “Es una incertidumbre constante de qué van a hacer o cómo lo van a hacer”, explican. Sus puestos de trabajo dependen de ello. “Yo a veces no quiero ni saber”.

“El día a día es muy estresante”, reconocen. No obstante, el ambiente con los compañeros “siempre ha sido bueno” y nunca han sentido “ninguna presión extra” por ser mujeres. La capital berciana cuenta en la actualidad con nueve líneas en las que sí se ha notado una merma de pasajeros en los últimos años. “Hay menos habitantes”, dicen. Los peores momentos los vivieron cuando todavía se mantenía el servicio Búho, lunas rotas, borrachos y alguna que otra llamada a la policía. “En una ocasión un hombre me quiso pagar con una broca de taladro, me decía que eso valía mucho más de un euro, no se quería bajar, cuando por fin conseguimos que abandonara el bus nos dejó un regalito”. “Otro día un hombre se subió con una escopeta sin funda, no hizo nada, pero fuimos temblando hasta que se bajó en Camponaraya”. Olores y comentarios soeces aparte, las anécdotas son infinitas.

“Lo mejor es la gente maja que conoces, esto es un pueblo, si un día falta alguien te preocupas”

Ninguna de ellas se arrepiente de la decisión de convertirse en conductoras. Para algunas fue una oportunidad laboral, para otras una vocación. “A mí siempre me gustó, me corre por las venas, mi padre también era conductor”. Ahora forman una piña que no olvida a su antigua compañera, Ruth Cascallana, una jovencísima conductora para la que “esto era el sueño de su vida, tenía una ilusión enorme”. Cascallana, “la alegría de la empresa”, sacó el carnet y empezó a trabajar inmediatamente, nueve meses más tarde se había ido.

¿Lo mejor del trabajo? “La gente maja que conoces, las amistades que haces”. En eso coinciden todas. “Al final esto es un pueblo, si un día falta una persona te preocupas, piensas si estarán enfermos o si les habrá pasado algo, y ellos contigo igual”. Con el paso de los años, las miradas y los “yo espero al siguiente” han ido desapareciendo. “Ahora nos prefieren a nosotras”.

De izquiera a derecha: Sarai Damas, Ana Sousa, María Ángeles García, Adriana Tomillo, Cristina Martínez, Carmen Alonso, Begoña Liñán y María Vega.

Ruth Cascallana. “Siempre la llevaremos en nuestros corazones”, dicen sus compañeras, que han querido que Ruth forme parte de este reportaje.