¿Cuál es el primer escudo humano ante un intento de agresión? ¿Cómo debe defenderse una mujer si un hombre quiere atacarla? Las manos han de ponerse abiertas y estiradas. El gesto denota “tranquilidad y paz”. “No es un gesto agresivo”, incide el director del Club Judo Blume de Ponferrada, Miguel Ángel Trejo, convertido durante dos horas a la semana en instructor de un curso de defensa personal para mujeres en Bembibre entre los meses de octubre y mayo. En una de las últimas sesiones del año, sus alumnas se afanan en repetir movimientos para automatizarlos, para que no haya que pensar qué hacer si sobreviene un ataque.

Las sesiones del curso de defensa personal para mujeres han tenido lugar de octubre a mayo en Bembibre.

“Hay que tratar de evitar el enfrentamiento directo porque a veces la diferencia física es grande entre un hombre y una mujer”, expone el responsable del curso propuesto por Judo Blume en Bembibre

El primer consejo es tratar de evitar la disputa; de no poder hacerlo, zafarse y escapar; sólo si no hay alternativa, habrá que intervenir. “Hay que tratar de evitar el enfrentamiento directo porque a veces la diferencia física es grande entre un hombre y una mujer”, expone Trejo, al frente por segundo año consecutivo de esta actividad propuesta por el Club Judo Blume al Ayuntamiento de Bembibre. La primera edición duró cuatro meses; la segunda se prolongó durante el calendario equivalente a un curso académico; el planteamiento volverá a repetirse para que haya una tercera vez a la vuelta de las vacaciones de verano.

Sin nociones previas de defensa personal, las 15 participantes de esta edición (muchas de ellas ya inscritas el pasado año) adquieren principios básicos, pero muy socorridos. “Se dan técnicas que sean sencillas y fáciles de recordar y, a la vez, efectivas”, señala Trejo al aludir a una combinación de conceptos basados en distintas artes marciales, entre las que predomina el judo. “Prima el judo, pero al final usamos un conglomerado de muchas técnicas, siempre abiertas y nunca rígidas”, añade. “Y ya tienen un nivel muy aceptable”, completa en una sala del Pabellón Manuel Marqués ‘Patarita’ de Bembibre, donde se recrean situaciones reales aprovechando esta estancia y el pasillo.

Las participantes adquieren habilidades, al tiempo que ganan autoconfianza. Las dos cuestiones van de la mano. Hay veces en que las sesiones se convierten en terapias de grupo en las que desahogar penas, poner coto a miedos o predisponerse para una hipotética acción. Y es que de defendida puede pasarse a defensora, ya que las lecciones también sirven en el caso de intervenciones como tercera persona ante un caso de agresión, en el que hay movimientos de frente que pueden aplicarse de perfil para mediar en un enfrentamiento.

La más joven tiene 25 años. “Deberían animarse las adolescentes. Están en una edad en la que lo que aprenden se les queda mejor, pero ellas piensan que no les va a pasar nada”, dicen 

Las manos abiertas y estiradas son el primer escudo contra una agresión.

Las alumnas reconocen que a veces hay que armarse de paciencia para repetir y repetir movimientos hasta lograr automatizarlos. “Y hay gente que no tiene esa paciencia”, dicen para, no obstante, echar en falta una mayor participación en este curso de defensa personal. La más joven tiene 25 años. “Deberían animarse también las adolescentes. Están en una edad en la que lo que aprenden se les queda mejor, pero ellas piensan que no les va a pasar nada”, señala una de las presentes. Otras voces sugieren la conveniencia de extrapolar este tipo de experiencias a niños en edad escolar, en especial a los que padecen bullying. “Pero a veces el problema es que los profesores no están atentos o no saben interpretar los problemas”, tercia Trejo.

El curso, por el que también han pasado de forma puntual como ponentes miembros de cuerpos y fuerzas de seguridad, da las principales claves para ‘armarse’ contra una lacra social que aparece más veces de la cuenta en los titulares de los medios de comunicación. No se trata de agresividad, sino de defensa y evasión; de repetir movimientos hasta que salgan de manera instintiva; de hacer, en definitiva, una llave a la violencia machista.

Grupo de alumnas, con su instructor, Miguel Ángel Trejo, en una de las sesiones celebradas en Bembibre.