“¿Tú también vas pincharte? A ti no te hace falta que tas fuerte”, le dice un paisano a otro en la sala de espera del médico. Son poco más de las nueve de la mañana y seis personas esperan mientras Sole Carbajo, la enfermera, prepara los bártulos para comenzar el día. Como cada último martes de mes toca hacer analíticas. “Estos chicos son de la prensa y van a hacer unos fotos, si alguno no quiere salir que lo diga, los demás que se pongan guapos”, bromea la sanitaria. Ningún problema. Ya se habían percatado de los dos intrusos que merodeaban por sus paisajes habituales. “Hoy es un día flojo, hay poca gente”, señalan. Unos son de Candín, otros de Pereda, (“antes era el pueblo mayor de los 11 del valle”, indica uno de sus oriundos con orgullo) y otro de Sorbeira. ¿Y cuánta gente vive en Sorbeira? “Pocos, pocos y viejos, unos se van y otros van muriendo”.

Sala de espera en el consultorio médico de Candín

Ancares cuenta con 300 cartillas sanitarias que suelen incrementarse en más de 100 durante el verano. “La gente aquí es agradecida y muy dura”, dice Luis Rubio. Él los conoce bien, lleva 14 años subiendo a diario. Conduce 250 kilómetros cada día desde La Bañeza, donde vive, hasta Ancares, su lugar de trabajo. “Siempre he sido médico rural, me gusta, si vienes de mal humor, ves esto y se te pasa”. Cierto. Contemplamos la belleza inhóspita de unas cumbres que se dejan entrever entre la niebla mientras coronamos el puerto camino de Balouta. El último pueblo. No hay obligación oficial de subir, pero lo hacen. “Ha sido un avance muy grande que el médico venga aquí. Es un lujo. ¡Anda que no estamos contentos! Lo queremos como si fuera de la familia” dice Manuel Cadenas, el pedáneo de la localidad.

“Cuando yo era crío aquí vivíamos como los bichos en el monte, no había médico, ni agua, ni luz, ni carretera, ni nada”

Los vecinos esperan a la puerta del local que han habilitado como consultorio. “Para cuatro que somos hay que acercarse. Cuando yo era crío aquí vivíamos como los bichos en el monte, no había médico, ni agua, ni luz, ni carretera, ni nada”, cuentan. “La nieve nos dejaba aquí atrapados durante meses y si necesitabas un médico tenías que bajar a Vega, era lo más cercano, seis horas andando en madreñas por los senderos, éramos muy esclavos, la gente ahora es mucho más floja”.

El pedáneo de Balouta junto a más vecinos haciendo cola para entrar al médico

Rubio da fe de ello. “Se quejan muy poco. Aquí si te llaman a una urgencia es que están muy mal”. Como muestra una anécdota. “A un señor le estaba dando un infarto y dijo que no nos molestásemos en bajarlo, que ya iba tirando él con su coche”. Inevitable la sonrisa. “A otro le dio una patada una vaca, un hematoma enorme, y ni llamó”. Aquí, a diferencia de lugares como Fabero, centro al que está adscrito Ancares, las enfermedades pulmonares, demasiado frecuentes en la cuenca como consecuencia de la mina, no son significativas. “He comprobado también que hay pocas demencias y pocas dolencias asociadas al colesterol. Dan su paseo diario, tienen su huerta, eso les ayuda”. No hay enormes colas, ni gente comprobando el reloj cada cinco minutos. La vida funciona de otra manera, y la sanidad también. “Nunca me he planteado pedir traslado. Aquí la atención es más personalizada, conoces a la gente y tienes más tiempo para estar con ellos, en otros lugares no dispones de ese tiempo”.

“Si sumas despoblación, gastos y que no hay intercambio generacional la farmacia rural tiende a desaparecer”

Para Manuel Baaliña las cosas no son tan sencillas. Después de catorce años regentando la única farmacia de Ancares deja claro que la auténtica vocación del farmacéutico rural es el servicio público. “Si sumas despoblación, gastos y que no hay intercambio generacional el servicio tiende a desaparecer”. Él conoce bien a los vecinos y es la única referencia médica en muchos kilómetros a la redonda cuando no está el médico. “Fíjate como es el trato que cada día al subir veía a un señor de pie, con sus vacas, en la misma posición. Pero un día estaba sentado, me pareció raro y paré, resulta que le estaba dando un ictus”. Manuel lleva también las medicinas a Fornela. “Voy a cada pueblo y hago seguimiento farmacoterapéutico”. La mayor parte de la población es mayor y, aunque reconoce que no es lo ortodoxo, como la mayoría de los farmacéuticos rurales les lleva la medicación a casa. Nunca tiene vacaciones. “No hay gente que te sustituya y no te puedes permitir cerrar, ni por los pacientes ni económicamente”.

La lucha contra la despoblación, una frase tan manida como ineficiente, no tiene sentido sin ellos. Los que se quedan y los que les ofrecen la atención y los servicios para que puedan hacerlo.

El médico de Ancares, Luis Rubio, y la enfermera Sole Carbajo pasando consulta en Candín, Ancares

Manuel Baaliña, farmacéutico de Ancares

Después de la analítica, pasan a recoger las muestras de sangre

Enfermería en Candín