Unos cuantos años después, y frente a dos periodistas que se habían propuesto llegar a Fuente de Oliva por la pista de tierra que la Junta de Castilla y León se ha olvidado de asfaltar porque aquí no hay miles de votos que arañar (de ser así ya tendrían hasta rotonda), Pepe Núñez había de recordar aquella jornada remota en que vio por primera vez los camiones en la Nacional VI. El hielo lo había visto mucho antes, evidentemente, porque a 1.200 metros de altura, las montañas compiten con el cielo y las heladas son comunes en invierno. Aunque los vecinos ya no las ven, porque una vez que se recoge la última castaña del suelo pocos se atreven a subir de nuevo ante el riesgo de quedarse incomunicados. Pepe nació aquí y aquella excursión en burro a la feria de Piedrafita con apenas 8 años se le quedó grabada, “aquellos camiones enormes… Me impresionó muchísimo”. Él se fue, como todos, y volvió, como algunos, pero ningún otro viaje le asombraría tanto.

Pepe Núñez, en Fuente de Oliva
Cinco casas y las cinco ocupadas, así era la Fuente de Oliva de su infancia. “Habría unas 20 o 30 personas, de aquella se criaba mucho porque no había tele”. Eran prácticamente autosuficientes, “comprábamos aceite y algo de azúcar y el resto teníamos de todo: pan, trigo, carne, huevos”. Se alumbraban con gas o con carburo “¡que ya era una categoría de la hostia!” y el día terminaba alrededor del fuego en alguna casa, “te contaban aventuras de si el lobo comiera a uno en no sé dónde y esas cosas”. A la escuela iban a Villanueva “bajábamos andando con la merienda y nadie protestaba por el transporte escolar”, ríe. La luz eléctrica llegó en el 66, cuando Pepe ya tenía 12 años. “Subieron los postes en carros, y piensa que esta pista de tierra comparada con lo que había antes es una autopista”. ¿Y el agua corriente? “Mucho más tarde”. “A lavar a la fuente iban las mujeres y lo pasaban mal, porque aquella agua te cortaba la respiración de lo fría que estaba. En estos pueblos era una desgracia nacer mujer. Llegaba el marido, se sentaba y ella seguía trabajando”.
“La excusa para ir de fiesta era decir que te ibas a misa a Balboa”
Con 10 años, los padres de Pepe lo enviaron interno a León, a un colegio de curas. “Muy mal, no me gustó nada, hacía muchísimo frío. Dicen que aquel es un frío sano pero pueden darle por culo. Recuerdo que el cura nos iba tirando de uno en uno a una bañera para ducharnos y el último salía mucho más sucio que entraba”. Volvió al pueblo. Aquí era feliz. “La excusa para ir de fiesta era decir que te ibas a misa a Balboa”, confiesa, y sospechamos que fue un católico muy practicante durante esos años. Con la mayoría de edad se fue a A Coruña a estudiar una FP de torno y fresa, pero a la mitad surgió otra oportunidad en Portugalete, “te formaban para montar líneas de teléfono y te daban trabajo. “Nos mandaron a Pamplona en plenos Sanfermines para arreglar una avería que nos tenía que llevar un día”, pero quisieron ser concienzudos y no andar con prisas “así que no terminamos hasta que acabaron las fiestas”. Recorrió buena parte de La Rioja y Navarra hasta que lo llamaron a filas. “Yo quería que me tocara la mili en Canarias, por conocer”, pero le tocó León, ese frío tan sano otra vez.
Acabó la mili y trabajó unos años en el cielo abierto de Piedrafita de Babia para entrar más tarde como picador en el pozo María de Caboalles de Abajo. “Llevaba solo dos días cuando se mató un compañero, me impresionó mucho”. La mina siempre avisa. Con 30 años un derrumbe lo dejó sepultado. “Estaba boca abajo y se terminaba el aire. Pensé, vale, se acabó, así que ojalá me caiga algo que me quite el conocimiento para al menos no enterarme”. Finalmente lo sacaron, pero lo retiraron con una minusvalía. “Lo pasé muy mal un tiempo, soñaba con eso. Al principio me daba reparo hasta pasar por el túnel de Villafranca”. Se acabó la mina y, de nuevo, volvió al pueblo. Al suyo. Con 32 años se casó en Balboa y se fue a vivir a Cacabelos.
“Galicia es otro tema, si fuéramos Galicia ya tendríamos carretera”
Llegó un momento en que en Fuente de Oliva solo residían sus padres y sus tíos. “Luego me llevé a mis padres conmigo y solo quedaron mis tíos”. Después, sus tíos se fueron para Camponaraya y ya no quedó nadie. Pero hubo oportunidades, él mismo regentó una de las dos casas rurales que estuvieron activas en el pueblo, hoy cerradas. “La gente se asustaba, algunos repetían, pero por el camino creían haberse perdido y en invierno es imposible, un día cayó una nevada y tuvimos que bajar a los turistas en tractor”. El problema es el camino y no se cansan de repetirlo. Por eso solicitaron su adhesión a Galicia en 2020, para hacerse oír y porque “Galicia es otro tema, si fuéramos Galicia ya tendríamos carretera”. No surtió efecto una petición que en cambio sí escandalizó en Valladolid, aunque solo un rato, por eso el camino sigue siendo de tierra y son los propios vecinos los que se tienen que encargar de desbrozarlo.
Ahora se han postulado para acoger la sede de la Agencia Espacial Española, porque a más espacio y menos contaminación lumínica no los gana nadie. Y es que a esta tierra casi lucense pero todavía berciana se le escapa la retranca por las entrañas, ese carácter que hace de la necesidad virtud para soportar lo que hay y lo que venga con una broma y el gesto serio. El ejemplo perfecto es Pepe vaticinando que “igual hay que aceptar lo de las palas eólicas para que nos llegue el asfalto”. Y ya sin sorna deja claro que la marcha atrás no funciona nunca y en nada. “Cuando la gente se va ya no vuelve. Los hijos que crecen en otro sitio ya no saben trabajar aquí”. Y es verdad, aunque todavía quedan algunos, como él, que pueden enseñarnos.

Pepe en Fuente de Oliva

El padre de Pepe, José Núñez Alba

Pepe Núñez, en Fuente de Oliva

Pepe Núñez

Pepe Núñez