Manolo Ramos no sabe qué hacía su padre, albañil y de Moaña, trabajando en la mina de Matarrosa del Sil, aunque menos se entiende qué hacía él, con 15 años y asmático perdido, dentro de un pozo. “Con el ejercicio que voy a hacer dentro igual se me enchancha el pecho”, le dijo al médico. Y aunque el buen doctor atinó a decirle que, por desgracia, las cosas no funcionaban así, cuando la mina es todo lo hay, la mina es lo que toca. “Miedo, la primera vez que entré pasé mucho miedo. Vi a aquellos hombres reptando y sudaba. Luego me fui acostumbrando, pero me siguieron dando ataques de asma”. Respirando carbón y en una rampa en la que solo se cabe acostado, lo contrario sería raro. El minero se hizo amigo del cura, pero no de un cura cualquiera sino de Javier Rodríguez Sotuela, el que repartió propaganda sindical y libros prohibidos, el párroco que se quitó el alzacuellos y se sentó a la izquierda del pueblo. Precisamente en el centro social que montó Sotuela conoció Ramos a su mujer, María Luisa Picado. También fue Sotuela el que esperaba fuera cuando una veintena de guardiaciviles se llevaron a Ramos al cuartel para amenazarlo por su participación en las huelgas. Y hoy, más de 50 años después de mudarse a Cataluña, es Sotuela el que nos presenta a su amigo Ramos, el minero represaliado reconvertido en feliz artesano.

Manolo Ramos con otros jóvenes en una fiesta de Santa Bárbara

Poco tenía que ver la Matarrosa a la que llegó su padre cuando él solo tenía un año con la Matarrosa que acoge hoy las más de 30 tallas de madera que con mimo y tiento ha ido elaborando desde su jubilación el hijo de aquel emigrante gallego. El municipio, Toreno, pasó de los 4170 habitantes a los más de 7000 en una década. Cientos de trabajadores de todas partes llegaron en los 50 atraídos por los cantos de la tierra, una tierra que pagaba mal y en la que podías dejar la vida, pero una tierra necesitada de mano de obra en la España de la miseria y el hambre. “Pasamos muchas penurias, los que iban de fuera vivían incluso en pajares hasta que nos dieron las casas de Santa Bárbara cuando yo ya tenía 13 o 14 años”. Y así llegaron los 60, con nuevas viviendas para acoger a los mineros y 37 bares para darles de beber. “Los recorríamos todos y todos bebíamos vino, el que vendía la leche bebía vino, el que vendía la ropa bebía vino, y el que vendía el tabaco bebía vino”. Para calentar el alma, para alternar con los amigos, y para olvidar que se metían cada día al tajo en unas condiciones que daban pena.

“En el 68 echaron a 18, en el 69 a 15 y en el 70 a tres, al ‘Legionario’, a Zacarías y a mí”

Ramos trabajaba en Gaiztarro y se involucró de lleno en las reivindicaciones laborales y en las huelgas que se desarrollaron entre el 68 y el 70. Tanto, “que en el 68 echaron a 18, en el 69 a 15 y en el 70 a tres, al ‘Legionario’, a Zacarías y a mí”. Iba a los pueblos y convencía a los compañeros para respaldar el paro, ese era su gran delito. “No pedíamos gran cosa, no era nada del otro mundo, pero es que no te querían dar nada”. El susto llegó cuando se llevaron a su mujer embaraza al cuartel, “querían que les dijera dónde había estado yo el día anterior”. Después lo llevaron a él, 15 o 20, no se acuerda bien de cuántos, lo que sí recuerda es el aviso, “esta se la paso, pero la próxima le pego una paliza que se entera”.  “Me temblaban las piernas”. Tras la última huelga sus jefes le dieron “un papelito”: “por participación en conflicto ilegal queda usted exento de trabajar en esta empresa”. Ni en esa ni en otra, evidentemente, porque si por ser “un poco revolucionario te castigaban a estar solo en las peores rampas”, un despido por huelguista era como tatuarte a la Pasionaria en el brazo.

En el 71, Manuel y María Luisa llegaron con su hijo de seis meses a Barcelona. Llevaban allí solo un día cuando Ramos se acercó a una obra a pedir trabajo. “¿Cuándo quieres empezar? Me preguntaron. Ahora. Y ya no paré nunca”. Al tiempo, cambió la construcción por una empresa de servicios de limpieza de la que ya no se movió hasta su jubilación. Y fue justo entonces cuando retomó una habilidad que ya había asomado con 17 años, cuando ganó con un pequeño barco de vela un concurso de trabajos manuales organizado por Gaiztarro. “Empecé haciendo bastones y un día se me ocurrió hacer mi casa de Matarrosa, aquella chiquitina que era un pajar”. Volvió así Manuel a su pueblo, a la iglesia, a la escuela, al tren y a las casinas de la carretera general, a través del arte que es la mejor manera de hacerlo. También regresa en persona de vez en cuando y, cuando lo hace, “voy pensando en los callos”.

Manolo Ramos ganó con su velero de madera el primer premio en un concurso organizado por Gaiztarro. Tenía 17 años.

La familia de Manuel Ramos Budiña. Sus padres Manuel y Estrella y hermanos.

La familia de Manuel Ramos Budiña. Sus padres Manuel y Estrella y hermanos.

Manuel y su hermano mayor, Antonio Ramos.

En la fiestas patronales de San Pedro Mallo. Manuel Ramos, Javier Sotuela, Severiano y Arturo Alonso.

Romería en Santa Cruz del Sil

Manuel Ramos y María Luisa Picado el día de su boda.

Recién llegados a Vilassar de Mar

Manuel y María Luisa.