Pepe ‘el barquillero’ fue el más conocido, el icono inmortalizado en estatua para nostalgia de los propios y curiosidad de los ajenos en la Plaza del Ayuntamiento de Ponferrada. Pero no fue el primero. José Cortés aprendió el oficio con los pioneros, los que trajeron al Bierzo los barquillos y los helados. La historia parece sacada de la celebérrima primera frase de ‘Cien años de soledad’: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. El caso es que muchos bercianos conocieron los barquillos y los helados gracias al esfuerzo de quienes endulzaron unos tiempos en ocasiones amargos.

Lorenzo Pérez ‘Lencho’, en el centro de la imagen junto a Eladio (empleado de LA IBENSE), con el carro de los helados en lo que hoy es la Avenida de España

Lorenzo Pérez, en la actualidad
Había que madrugar para conseguir en las vías del tren de la Minero (al rebusco como si fuera wólfram antes de que otro se te adelantara) la apreciada briqueta de carbón para calentar las planchas en las que tomaban forma los cucuruchos y las obleas
Lorenzo Pérez Pumar vino en los años veinte de Couto (Parada del Sil, Orense) con los derechos para utilizar la marca LA IBENSE, la que una generación de bercianos asocia a dulces recuerdos: los de harina, agua, azúcar y aceite convertidos en barquillos en dependencias de su propiedad en la calle Fueros de León. Pero para hacerlos había que madrugar y conseguir en las vías del tren de la Minero (al rebusco como si fuera wólfram antes de que otro se te adelantara) la apreciada briqueta de carbón para calentar las planchas en las que tomaban forma aquellos manjares, según recuerda en primera persona el hijo menor de la saga, Lorenzo Pérez ‘Lencho’, barquillero, castañero y heladero muchos años antes que taxista, repartidor de prensa o radioaficionado.
Primero fueron los barquillos. Luego llegaron los cucuruchos y los helados, que se fabricaban con hielo partido con un hacha. “Se preparaban de hoy para mañana. Y si al día siguiente amanecía nublado…”, dice Lencho para recordar la resignación de su padre al mirar al cielo (su madre murió a los cinco días de su nacimiento). Fabricaban 600 barquillos y cucuruchos al día. Los rotos se regalaban a los chavales. El helado por excelencia de LA IBENSE era el de mantecado; y su secreto, el huevo, que le daba un toque especial de sabor y maximizaba la producción. Coco, fresa, chocolate y turrón completaban el abanico de los que se vendían desde Semana Santa hasta pasada la Encina en puestos ubicados en la Avenida de la Puebla y el Cine Edesa, del que su padre fue copropietario. ¿Qué le parecen los de ahora? “Siempre pido de mantecado. Los de hoy no me disgustan”, contesta.

A la derecha, con el carro de LA IBENSE en la Avenida de la Puebla, con ‘Pistolo’, un amigo. LA IBENSE se mantuvo como empresa hasta cerrar el año pasado en Orense

A la izquierda, compartiendo espacio con los helados de La Jijonenca, que se incorporaron después, como La Moderna, de primos de los pioneros. En la imagen, junto a la madre de los primitivos propietarios de La Jijonenca

Planchas eléctricas para la fabricación de cucuruchos y obleas

Planchas que utilizaban la briqueta de carbón para calentar cucuruchos y obleas

Planchas que utilizaban la briqueta de carbón para calentar cucuruchos y obleas
Fabricaban 600 barquillos y cucuruchos al día. Los rotos se regalaban a los chavales. El helado por excelencia de LA IBENSE era el de mantecado; y su secreto, el huevo, que le daba un toque especial de sabor y maximizaba la producción
Lorenzo Pérez creció entre barquillos y helados en primavera y verano. El otoño y el invierno eran para las castañas, las de ‘pared’ que llegaban de Bárcena del Bierzo y se despachaban en ferias y en un puesto en la Plaza de Lazúrtegui. Trabajó dos años en Correos hasta que la mili le llevó a Melilla, dos años y nueve días con los Regulares de Infantería de Alhucemas número 5. Le ofrecieron quedarse militarizado con un sueldo de 4.300 pesetas al mes. “Pero no acepté porque estaba muy lejos de casa”, señala. Había ya empezado a conducir a escondidas por el Camino Negro años antes de coger la licencia de taxi. Y la conversación se deriva por aquellos 124, R-5, 1430, 1500 o Dodge, alguno de los cuales anduvo alimentado con butano.
Con el taxi se encargó durante un par de años de repartir la prensa hasta sus puntos de distribución. Viajaba hasta Benavente (Zamora) para coger el ABC, Ya, Diario 16 y Cambio 16, que llevaba hasta Ponferrada, Lugo, Betanzos y A Coruña. También se metió en el sector de las ambulancias con Leoncio Santamaría y llevó líneas de alta tensión hasta regresar al taxi, con el que durante un tiempo también había transportado en aquellos vehículos hasta siete plazas más el conductor al equipo de baloncesto del Club de Tenis.
A Lencho, al que muchos colegas deben también la instalación de taxímetros en sus vehículos, la inquietud le llevó por otros territorios aledaños y se integró en el Radio Club Bierzo, una asociación de radioaficionados que llegó a contar con casi 200 miembros y que hoy languidece muchos años después de que su padre lo introdujera, como si fuera un trasunto de Aureliano Buendía, en la producción de barquillos, cucuruchos y helados, los primeros que se despacharon en El Bierzo.
Había ya empezado a conducir a escondidas por el Camino Negro años antes de coger la licencia de taxi, con el que fue se encargó durante un tiempo de repartir la prensa hasta sus puntos de distribución

Proceso de fabricación de los helados

De pie, con la mano levantada, camino de una fiesta en Quilós

Plaza de Lazúrtegui, con el Cine Edesa y los carritos de LA IBENSE (izquierda) y La Jijonenca de fondo

Lorenzo Pérez utilizó vehículos que habían sido alimentados por gasógeno

Lorenzo Pérez utilizó vehículos que habían sido alimentados por gasógeno

Con un Chrysler en la Avenida de Compostilla

Con un Dodge

Con un Seat 1.500 de siete plazas

Muchos colegas le deben la implantación de los taxímetros