Vino, corto, mosto, dorito, 0,50 euros, informa un cartel. “Ya es algo caro, no hace tanto que lo pagábamos a cuarenta céntimos y antes de los euros a 35 pesetas”, exclama uno de los parroquianos. Ya saben, por quejarse que no quede. Los precios son de otra época, igual que el lugar. La borrachera sale casi gratis pero aquí no se viene por el vino, o no solo. Se viene a compartir, charlas, historias, tiempo, a reencontrarse con los paisanos y con uno mismo mientras se maridan los recuerdos con tinto o blanco, pero de la casa, no se pongan exquisitos con los taninos. Conocíamos la bodega solo de oídas. “Merece una visita”, “es la única que queda en El Bierzo así, de las de antes”, nos habían dicho. Consultado el horario en Internet (no se fíen) y sin teléfono de contacto, nos presentamos como mejor salen las cosas, a las bravas. Una bandera blanca ondea en el exterior de la vieja casa de piedra para informar de que aquí se vende vino. Sobre la puerta, una inscripción reza: Bodega ‘El Niño’, Patrimonio del Bierzo.

El Niño y sus parroquianos charlando entre vasos de vino

El enorme portón de madera está cerrado. “Id a buscarlo a casa”. El historiador cacabelense José Antonio Balboa pasaba por allí y nos salva el día. A pocos metros de la bodega vive El Niño. “Estos chicos vienen a ver la bodega y a hacerte un reportaje” nos presenta Balboa. El cantinero mira el reloj sorprendido. “¿Ya es la hora? No me había dado cuenta”, responde sin importancia, “pero yo no tengo nada que contar”. Aun así lo seguimos mientras gira la llave y comienza a llamar a gritos a Cara Sucia. El olor te golpea. A madera, a vino. Las cubas nos custodian a lo largo del pasillo hasta llegar al pequeño mostrador de mármol. Sobre la chimenea cuelgan ristras de ajos y chorizos. Tras la barra, una mesa soporta un bote de pimentón, una botella de aceite de oliva, sal, y una tabla para cortar el embutido. Sorprenden los carteles de películas que decoran las paredes. “Siempre me gustó el cine, por ejemplo”, dice señalando a uno de ellos, “La balada de Narayana es la última película que se proyectó en el Bergidum”. Dos gatos merodean tras la barra. “Hombre, Cara Sucia, hoy vienes con un amigo, ¿eh?”.

“Venían después del trabajo, uno con un queso, otro con una hogaza, otro con unas cebollas y pedían un jarro de medio litro o de un litro, dependiendo de la capacidad de cada uno”

El Niño mantiene con vida esta bodega centenaria. “Antes de las cooperativas, había mayoristas que compraban la uva al precio que querían y como querían. Aquí todos son minifundios así que el pequeño propietario hacía su vino y lo vendía para sacar unas perrillas”, cuenta. “Había más de diez bodegas en el pueblo, una o dos por barrio, que estaban abiertas hasta que al dueño se le terminaba el vino”. A principios de los sesenta los propietarios ya venden sus uvas a las cooperativas y las bodegas empiezan a desaparecer. “Pero esta no entra en la cooperativa y continúa igual, es la única”. Aunque propiedad de su familia, la bodega, durante años conocida como ‘la del alcalde’ por Manuel Rodríguez Sánchez, es trabajada por distintas personas hasta que El Niño se hace definitivamente cargo de ella. “Yo me fui a estudiar fuera una carrera abocada a la docencia y más tarde por falta de trabajo caí aquí”, explica.

Si te concentras, aún puedes contemplar la escena. Los agricultores sentados al amor de la lumbre compartiendo la comida y los avatares del día. “Venían después del trabajo, uno con un queso, otro con una hogaza, otro con unas cebollas y pedían un jarro de medio litro o de un litro, dependiendo de la capacidad de cada uno”. “Los clientes de siempre se van muriendo, esos que estaban aquí todos los días desde que se abría hasta que se cerraba se van marchando y cuando yo me jubile esto está abocado al cierre”. Para contradecirlo la bodega se empieza a llenar de gente. Los habituales entran, se sirven y ofrecen. “¿Apuras?”, dice uno antes de rellenarnos, “total, es por el mismo precio”.

Antes de marcharnos dejamos constancia de nuestra visita en el libro que antes de nosotros ya han firmado miles de personas. Desde Pamplona hasta las Islas Feroe, ningún foráneo quiere dejar pasar la oportunidad de decir, yo he estado aquí. “Este lugar me encanta. Tan simple, tan auténtico, tan cargado de historia, aquí el tiempo se ha parado”, escribió una peregrina francesa.

¿Aquí se canta? “Se cantaba”, dice El Niño, aunque sabemos de buena tinta que a veces, con el corazón caliente y el vaso en la mano, la magia se repite.

Bodega ‘El Niño’ de Cacabelos

El precio de las bebidas en El Niño

Los carteles cinematográficos decoran las paredes centenarias

Cara Sucia

Bodega ‘El Niño’ de Cacabelos

Bodega ‘El Niño’ de Cacabelos

Bodega ‘El Niño’ de Cacabelos

Libro de firmas y algunas fotos de los que han pasado por aquí

Bodega ‘El Niño’ de Cacabelos