Con sus pequeñas idiosincrasias, de acuerdo, pero tiene razón Abel Aparicio cuando sostiene que todas las cuencas son la misma, Mieres, Fabero, Ciñera o Gales. El hollín en los pulmones, la bota de vino, las manos negras, la vejez prematura. El carbón lo impregna todo y cuando se va queda lo que encontró el escritor en una excursión con su bici de montaña, un inmenso patrimonio industrial olvidado, calles vacías, casas cerradas en las que no han puesto ni el cartel de ‘se vende’, la tierra partida en dos por enormes cielos abiertos que no han sido restaurados, y con suerte, grandes historias. Él buscaba las de ellas, mujeres que también habían sorteado el hambre trabajando en la mina, esposas, madres, campesinas y mineras. Porque de ellas no se habla tanto, no las rodea la misma épica, no han tenido su cota de protagonismo, pero las hubo a cientos, a miles. Así, recorriendo una tierra pegada a la suya pero que desconocía, Abel Aparicio, natural de San Román de la Vega, fue tejiendo un libro que, aunque novelado, entronca con la parte más hermosa del periodismo, la de la gente.

Abel Aparicio con su novela ‘¿Dónde está nuestro pan?’, tres historias sobre la mina y la posguerra en El Bierzo

La primera vez que escuchó hablar del Bierzo y sus mineros tenía 12 años. “Estaba en casa de mi abuela y un vecino de San Román habló sobre la Marcha Negra del 92 y sobre cómo habían cortado las carreteras, yo pensé, estos tienen que ser peor que el demonio”, ríe. Veinte años más tarde se organizó otra, la última, y a esta asistió en persona. Entre fundas, cascos y testosterona, algo le llamó la atención, ellas, un grupo formado por mujeres de todas las edades con unas camisetas que decían ‘las mujeres del carbón’. En 2014 dejó su coche en el Manzanal, cogió su bici de montaña, y recorrió la distancia entre Brañuelas y Almagarinos a través de ‘las Bárcenas’, “el camino que hicieron para subir el carbón”. “Parecía que había habido una catástrofe nuclear”. Sorprendido por las explotaciones olvidadas, recorrer la zona se convirtió casi en una obsesión. “¿Qué hubo aquí?” era la pregunta más lógica para un foráneo. “El dueño del bar de Tremor de Arriba, el único que queda, tiene una lista con los 31 bares que hubo abiertos a la vez en el pueblo”.

Mujeres trabajando en la línea de baldes (Foto de portada del libro de Aparicio)

Sabiendo lo que buscaba preguntó en Almagarinos por una mujer minera y así se plantó en casa de Aurora. “Ay, hijo, yo no tengo nada que contar”, le dijo, pero lo invitó a pasar y habló durante dos horas. Había sido la encargada de la línea de baldes y para atestiguarlo le mostró unas espinillas que aún estaban negras, “le daban la vuelta a los baldes manualmente y cada vuelta, si se despistaban un segundo, era un golpe”. El de Aurora no es solo el testimonio de una mujer combativa que luchó para que no redujeran el número de compañeras que trabajaban en la línea, también es la historia de una familia republicana en la posguerra y la realidad de unas mujeres que cobraban menos de la mitad que ellos, 6 pesetas por las 13 que recibían los hombres, y que perdían su empleo en cuanto se casaban. “Es más, los mineros que tenían mujeres que trabajaban fuera de casa cobraban más si ellas lo dejaban”.

De Almagarinos viaja Aparicio a Torre del Bierzo gracias al ‘chivatazo’ de un buen amigo, el historiador ponferradino Alejandro Rodríguez, para recuperar dos historias extraordinarias, el asalto al tren 485 que transportaba desde Madrid a Galicia el dinero de los bancos gallegos y la revuelta del pan que da nombre al libro. El primero, el 24 de octubre de 1939, lo protagonizaron un grupo de huidos que armados hasta los dientes, mataron a dos funcionarios, hicieron escapar a los dos guardia civiles que custodiaban el dinero y robaron 127.451  pesetas con 92 céntimos. Una historia silenciada, tal vez para no dar mala publicidad a la recién implantada dictadura franquista. El segundo se produjo en 1941. Torre fue el destino de muchos ferroviarios afines a la República. Por un error administrativo la harina no llegaba a la panadería ni el pan de las cartillas de racionamiento a las mesas. Treinta y nueve mujeres se organizaron para manifestarse ante un atónito Virgilio Riesco, alcalde de la localidad.

Perfectamente documentado, en el libro encontramos íntegras partes copiadas de las causas judiciales en las que se señala, por ejemplo, a aquellas ‘mujeres de lengua viperina’ que desempeñaban ‘labores propias de su sexo’. “La imagen de 39 mujeres en el año 41, en plena posguerra, reclamando su pan, es brutal”, señala Aparicio, “se atrevieron a pedir lo que era suyo”. Un libro absolutamente necesario para no olvidar lo que fuimos y lo que nos costó serlo.